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Grupos antiglobalización 'asaltan' organismos internacionales de Ginebra

Unas 2.000 personas irrumpieron ayer en el barrio de Ginebra donde se encuentran las sedes de organizaciones internacionales, con lemas particularmente insistentes contra la existencia de fronteras y las "deportaciones" de extranjeros. Algunas decenas de manifestantes golpearon con mazas las puertas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y destruyeron el letrero principal. La peor parte se la llevaron los edificios de la representación rusa ante la ONU -donde se gritó "Putin, asesino"- y la Oficina Internacional de Migraciones (OIM), apedreados ambos por varios grupos de encapuchados.

Las fachadas de bancos y comercios de Ginebra se encontraban protegidas por planchas de madera. El ambiente ciudadano era el de un día festivo, con los edificios administrativos y la mayoría de los comercios cerrados. La policía se limitó a lanzar granadas lacrimógenas cuando los incidentes empezaban a ser importantes. El servicio interno de orden logró controlar la situación, lo mismo que el día anterior en Lausana, dando así pruebas de la voluntad de evitar que se confunda a los manifestantes con los 500 violentos cuyos pasos sigue la policía. Al otro lado de la frontera se vive un ambiente similar en la ciudad francesa de Annemasse, en cuyas inmediaciones se han instalado los campamentos que acogen a miles de militantes contra la globalización, en espera de la manifestación convocada para mañana.

Los sindicatos franceses aportarán poca gente a la marcha: no han montado nada parecido a los 30 trenes y 1.000 autobuses usados el domingo pasado para llevar manifestantes a París contra la reforma de las pensiones.

Así las cosas, la posibilidad de que esta contracumbre pase a la historia dependerá, paradójicamente, de los incidentes que genere. Desde grupos antiglobalización como Attac hasta los colectivos suizos anti-G8, los convocantes no quieren violencia, pero la mayoría quiere "bloquear" la llegada de las delegaciones que han de asistir mañana a la Cumbre del G-8 en Evian, en correspondencia con el despliegue policial que les impide a ellos acceder al lugar de la cumbre.

"Es como si estuviéramos en una zona de guerra", comentaba la dueña de un café ante el contraste entre la abrumadora presencia policial y el sobrevuelo de los helicópteros, de una parte, y el ambiente festivo y tranquilo que muestran la gran mayoría de los jóvenes llegados para manifestarse.

La contracumbre está integrada por foros de debate, en los que el dirigente campesino José Bové se deja ver mientras intenta sortear anteriores condenas judiciales. Un Tribunal Internacional contra el Liberalismo tiene previsto juzgar hoy al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional, a la OMC, a la Comisión Europea y, por supuesto, al G-8. Las manifestaciones de mañana están previstas a medio centenar de kilómetros de Evian, la ciudad donde se reunirán los líderes, que las fuerzas del orden han clausurado a cal y canto.

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El presidente de turno del G-8, Jacques Chirac, ha jugado hábilmente sus cartas. No hay más que recordar su reacción horrorizada de hace dos años, en Génova, cuando la policía italiana mató a uno de los manifestantes en medio de destrucciones importantes de la ciudad. Chirac maneja con soltura algunos de los temas favoritos de los militantes contra la globalización y habla de reducir la "fractura mundial" entre ricos y pobres, variante internacionalista de la "fractura social" que tanto juego ha dado en el interior de Francia.

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