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Crítica:EL NOVELISTA DE LA TRANSICIÓN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La realidad como imaginación

Con este título inspirado en el de la genial Automoribundia (1948) de Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), ese periodista total y académico final que es Juan Luis Cebrián (Madrid, 1944) nos entrega hoy su cuarta novela, la segunda parte de su trilogía El miedo y la fuerza, que inició hace cuatro años -después de La Rusa (1984) y La isla del viento (1990)- con La agonía del dragón (1999), su gran sorpresa narrativa, en la que intentaba, y sigue intentando, reflejar la historia de España durante los últimos treinta años, los de la transición desde el final de la dictadura de Franco hasta la restauración (o instauración, depende) de la democracia. Y no creo que el título esté mal empleado, ni que pueda sonar a parodia, ni mucho menos, pese a la carga humorística del antecedente ramoniano, y ello por dos razones: si Ramón tituló así su propia autobiografía, lo hizo porque entonces concebía su vida como un camino hacia la muerte, mientras que Cebrián pasa de lo individual a lo colectivo al colocar la inminencia de la muerte bajo el apelativo de su antiprotagonista total, que representa a su colectividad nacional: el verdadero "Dragón" (o encarnación del Mal) cuya agonía se describía en el primer volumen de la trilogía.

FRANCOMORIBUNDIA

Juan Luis Cebrián. Alfaguara. Madrid, 2003. 448 páginas. 21,22 euros

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La segunda razón que avala

la seriedad del título es que desde el principio se lanza de cabeza al río, y se coloca como narrador en la mente de un Franco agonizante -esta vez de verdad- evidentemente imaginado, aunque inspirado en aquella terrible estampa que todos pudimos ver en su día: la de una "cosa", un artefacto, un objeto apenas humano, un cuerpo casi cadáver, enchufado a una serie de cables, tubos y objetos médicos que intentaban desesperada y cruelmente mantenerlo artificialmente en vida: tres de las once secuencias que componen la corta primera parte de las dos de que consta el volumen (a imagen y semejanza contrapuestas de las otras dos del anterior, que va de menos a más, mientras en éste se va del más al más, ya veremos) están escritas desde el interior de ese monstruo que estaba entonces dejando de existir. Hoy, a toro pasado, ya sabemos que el Dragón murió dos años después de su verdadera muerte, que la de Carrero Blanco nos anticipó, como se contaba y se cuenta en el primer volumen. Pero de todas formas todos -o la mayoría- lo imaginamos entonces así. Entrar en la mente agonizante de Franco era un auténtico tour de force narrativo -sólo recuerdo el intento de Vázquez Montalbán en su "autobiografía del general Franco", que lo noveló con ventaja pero que al ser más larga no dejaba de caer a veces en lo convencional- del que la pasión y la intensidad textual de Cebrián le permiten salir indemne como en tres latigazos, en tres iluminaciones expresivas de primera magnitud.

Pues no estamos ante un libro de historia, ni un reportaje periodístico, diga lo que diga su propio autor en la frase final en el capítulo de "agradecimientos" -que no forma parte del "texto", sólo es un "peritexto"-, donde dice literalmente que "la realidad va mucho más allá de donde alcanza la imaginación", como si quisiera negar su propia labor de novelista. No creo que sea verdad, aunque sí que se trata de una nota más retórica que otra cosa, como si fuera volver del revés la vieja captatio benevolentiae de lo literario a través de lo real. La realidad "literaria" es tan real como la realidad real, es un añadido a ella que la completa y enriquece, y ya es un tópico la célebre frase de Balzac señalando que "la novela es la historia secreta de las naciones" o subrayar que se conoce mejor la historia del siglo XIX español a través de Galdós que de todos los historiadores, o la del segundo imperio francés a través de Zola, sin que se puedan establecer comparaciones ni calidades posteriores. Juan Luis Cebrián ha creado -está creando- una novela propiamente dicha, acaso una novela histórica, aunque para ello me parece que estamos todavía demasiado cercanos para apreciarlo bien: las verdaderas novelas históricas suelen escribirse a mayor distancia de lo narrado y sólo se aprecian como tales al final. El miedo y la fuerza (que es el título general de la serie, en el que se nombran los dos polos que gobiernan colectivamente nuestro destino colectivo, lo que no deja mucho espacio para ninguna esperanza) es más una novela periodística que una novela histórica, y la cita final del autor en su peritexto no es más que una apoyatura retórica de su misma naturaleza "literaria", tan digna como otra cualquiera, ya que las definiciones genéricas no fundan valoración artística alguna.

El género histórico está en

absoluto descrédito y desbandada artística, mientras que el periodístico goza a estas alturas de un crédito cada vez mayor, ha obtenido sus mejores logros desde A sangre fría por lo menos, y está en completa ascensión estética, no se olvide. De nuestros precedentes, el mayor ejemplo es Galdós -que no es un narrador histórico, sino total- mientras la historia sale desperdigada del gran Baroja -que tampoco lo es- y teatralmente concentrada de las manos de un Valle-Inclán, que lo fue a breves ratos de manera espectacular, y que es el modelo al que más y mejor se acerca Cebrián en su vertiente de narrador, cuya obra es una especie de modernización del inmortal e inacabado Ruedo Ibérico por lo que vamos viendo. En este sentido, este segundo volumen sale con bastante ventaja sobre el anterior, que empezaba en una especie de innecesario prólogo teórico sobre los dragones, más irónico que otra cosa (aunque el humorismo no sea un género del agrado del escritor, que puede ser sarcástico como mucho, pero siempre más serio y trágico que cómico), y tras desperdigarse en las tramas de los numerosos personajes iba ascendiendo hasta el clímax final, donde se interrumpía en una auténtica orgía narrativa.

Por el contrario en Francomoribundia se parte de ese clímax u orgía narrativa que es el monólogo de un Franco a punto de morir, se introduce después casi enseguida en los meandros de los personajes, sus vidas, oficios, manipulaciones y conspiraciones, y se van escalonando diversas cumbres golpe a golpe, de manera ya mucho más rítmica y equilibrada, hasta esa otra explosión final que resulta ser el irrisorio y ridículo (aunque eso sólo se supo después) Golpe de Estado del 23-F (¿por qué tanta mayúscula?) y la clamorosa manifestación democrática que le siguió, la mayor de su género en toda la historia de nuestro país, lo que nos llevaría a ser quizá más optimista de lo debido. "Los españoles acabaremos aprendiendo", dice al final uno de los personajes centrales, diputado de UCD, separado de su esposa y pensando en que su hijo lo leerá todo en los manuales del bachillerato. ¿Seguro? ¿Leerá por ejemplo los tres tomos de El miedo y la fuerza, como si fueran una novela histórica, teniendo en cuenta además de que todo se va a jugar en el tercer volumen todavía pendiente, como nuestra misma incompleta, manipulada y siempre corrupta democracia, tal y como va el mundo hasta hoy, gobernado -bombardeado- por un vaquero (influencia del Far West sobre la guerra de Irak), George W. Bush, y sus secuaces, un rockero como Tony Blair, un estafador como Chirac, un ladrón como Berlusconi o un servil mendaz como Aznar? ¿Democracia? Vamos, anda, la democracia siempre está en la otra esquina.

Perdón por el desahogo y

vuelvo a esta Francomoribundia, donde al menos las cosas estaban claras. Este segundo volumen es muy superior al anterior, y aunque los episodios han sido recogidos de nuestra historia reciente, y los personajes brotan de su propia representatividad, todo está bien hilado y trabado, hay muchas analepsis y prolepsis engarzadas en una trama trepidante, con mucha fascinación en la descripción de las tramas negras, agentes italianos, portugueses de la PIDE, franceses de la OAS, franquistas aperturistas o jubilados nostálgicos, "operaciones galaxias", policías corruptos, atentados, periodistas en la portuguesa "revolución de los claveles", Montejurras, carlistas a extinguir o víctimas del "bichito de la colza". ¿Cómo creérselo todo junto y tan impunemente? Quizá sea la desenvoltura narrativa de Juan Luis Cebrián lo que nos concede esa facultad. El juego entre la historia -tan falsificada-, la memoria -tan desmemoriada- y la imaginación -tan desacreditada- nos permite al menos inventarnos esa otra realidad que si no es verdad nos concede la posibilidad de seguir mirando hacia adelante. No hay otra.

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