"Hoy en la prensa hay más autocensura que hace 20 años"
Se declara enamorado de la literatura y esa pasión se trasluce en Francomoribundia, su última novela y segundo tomo de su trilogía El miedo y la fuerza. Juan Luis Cebrián es, después de este libro, el novelista de la transición española. Una historia que el periodista podría haber abordado, desde la facilidad de su maestría en el oficio, como un reportaje, una crónica o unas memorias, pero el autor de La Rusa, que también ama los retos, ha preferido la ficción para contar, además, una historia sentimental. La historia de una generación que protagonizó -primero desde la oposición y luego con su llegada al poder después del intento de golpe de Estado del 23-F- el cambio fundamental de la reciente historia de España. Además de la visión crítica e iluminadora de la transición que aporta Francomoribundia, la enseñanza profunda de este libro cruzado, como evoca su título por la muerte, es que aquello no fue una historia de buenos y malos, que lejos de maniqueísmos y contradicciones ese camino romántico y esperanzador hacia la democracia fue la tarea de todos.
"Uno no entiende la transición si no entiende a los franquistas, porque en gran medida la hicieron ellos"
"Para hacer creíble la ficción tienes que sujetar la realidad. Hay que tener imaginación para pensar que el secretario del partido fascista, Suárez, sería el líder de la transformación democrática"
"Lo que trato de explicar es que este periodo no fue una película de buenos y malos"
Director del diario EL PAÍS desde su fundación en 1976 hasta 1988 y miembro de la Real Academia Española, Juan Luis Cebrián es consejero delegado de este periódico.
PREGUNTA. ¿El título de su novela es un homenaje a la
Automoribundia de Gómez de la Serna?
RESPUESTA. Es directamente un plagio. La novela no tiene nada que ver con Gómez de la Serna salvo por el título. Lo puse porque me gusta la palabra, pero también porque encierra esa idea de proceso que encaja con lo que he querido decir en el libro: que la muerte de Franco también lo fue. Un proceso que empezó antes de que Franco muriera -el libro empieza con su agonía- y que continuó después de su muerte hasta el golpe de Estado del 23-F. Esa idea de itinerancia queda evocada en la palabra Francomoribundia. Y luego porque he querido hacer un libro sobre la muerte y la incidencia de ésta en la vida política española. En ese sentido puede haber un homenaje a Ramón, pero vamos, más que un homenaje es un atraco, pero un atraco del que me siento satisfecho, porque estoy seguro de que a él le encantaría.
P. La novela, al menos en la primera parte, recuerda a las novelas de dictador de los escritores latinoamericanos:
Asturias, Roa, García Márquez, Vargas Llosa... En España, en cambio, no existe esa tradición, salvo Valle-Inclán, con Tirano Banderas, y poco más. ¿Cuál ha sido su modelo literario?
R. No es mi novela de dictador, aunque luego pueda generar esa idea a los lectores. Mi plan narrativo consiste en contar literariamente la transición española. No es una novela sobre la muerte de Franco, es una novela sobre la muerte de la dictadura. ¿Modelos? Uno tiene muchos y al final no tiene ninguno. Me planteé cambiar la estructura narrativa de La agonía del dragón para que este libro pudiera leerse sin necesidad de haber leído el anterior. Por otra parte, es muy difícil contar la muerte del dictador, y se me ocurrió contarla desde él mismo a raíz de un cuento, Las dos muertes del general Franco, que publiqué en un volumen colectivo.
P. Desde la primera línea: "Qué duro es morir... Yo sabía que me estaba desangrando por dentro", atrapa al lector para ponerle del lado del ser que agoniza. ¿Pretendía subrayar la dimensión humana del dictador?
R. No. Este libro nace como toda la trilogía, del afán de narrar la historia de una generación que ha traído la democracia a España. Me interesaban dos momentos fundamentales: la muerte de Franco en 1975 y el golpe del 23-F en 1981. El libro gira en torno a ellos. La figura de Franco no me interesaba tanto como personaje, sino como una etapa, y el meterme en la cama con Franco obedece a mi deseo de cambiar la estructura narrativa, y porque para escribir esa parte leí muchas biografías y las memorias de casi todos sus ministros y las opiniones de sus colaboradores, amigos, nietos, y así, casi inconscientemente, me metí en la cama con él, y me empezó a divertir estar en su cabeza e imaginar lo que pensaría. Lo que me impresiona de su muerte es que Franco fue un dictador con poderes omnímodos, y acaba hecho un guiñapo, zarandeado por los suyos. Su muerte no fue épica ni gloriosa, sino que acabó tratado como un objeto.
P. Nos muestra a un Franco clarividente que percibe la corrupción y la ambición de los suyos, incluso la de su propia esposa. También su admiración por Lorca. ¿Se ha empleado a fondo en la ficción o cree que Franco pudo pensar así?
R. Lo impresionante es que todo eso es textual. En las memorias de Franco, Salgado Araújo dice que Lorca era un poeta al que él apreciaba y además permitió que se publicaran sus obras y se hiciera publicidad de ellas. También le gustó ser actor de cine..., en fin, hay muchísimas cosas que son textuales, sacadas de las películas El diario de una
bandera, o de Raza. Creo que Franco en el fondo era un tipo bastante mediocre. Pero claro que se humaniza al personaje, ¡cómo no se le va a humanizar! Cuando te estás muriendo tratas de quedar lo más aseado posible, y darle esa dimensión humana casi me divirtió. Me interesaba también porque aunque el libro no se puede decir que sea franquista, le procura un cierto equilibrio que permite entender mejor la transición. Uno no entiende lo que fue la transición si no entiende a los franquistas, porque en gran medida la hicieron ellos.
P. ¿Haber investigado la figura de Franco ha cambiado su punto de vista? ¿Cómo le definiría hoy?
R. Como un hombre de una mediocridad espantosa, y una falta total de principios. Mediocre y muy taimado, obsesionado con la figura de la madre y del padre, el típico representante de la clase militar española. Inicialmente, creería que lo que hacía estaba bien y luego acabó pensando que efectivamente le había elegido Dios para una misión. Él es, como tantos otros gobernantes mediocres, de los que acaban creyéndose su propio rol, como se lo creen Bush o Aznar, son gente que piensan que tienen una misión que cumplir. Parece que él no se enriqueció, ¿Dónde está la fortuna de Franco? Pero no se enriqueció porque todo el país era suyo. No tuvo aventuras sexuales de ningún género. Su padre era más bien republicano, y su hermano Ramón era un republicano de pro, es decir, pertenecía a una familia con convicciones..., pero, en fin, yo no soy un biógrafo de Franco. Lo que sí creo es que fue un hombre de una crueldad enorme, que la limpieza étnica que hizo, y los miles y miles de fusilamientos que ordenó, suman más que el número de desaparecidos durante la Junta Militar de Argentina. ¡Y no olvidemos que viajaba con el brazo incorrupto de santa Teresa!
P. Aborda un periodo de la historia de España de la que ha sido testigo privilegiado, con información fidedigna e incluso reservada. ¿Por qué una novela y no unas memorias? ¿Le permite la novela mayores cotas de verdad?
R. Yo haré mis memorias más adelante, si tengo salud y tiempo. He elegido la ficción, porque es mi ficción, y siempre tengo presente el verso de Machado: "Al cabo nada os debo, debéisme cuanto he escrito". También creo que hay aspectos de la historia, como por ejemplo los sentimientos, que sólo se pueden narrar desde la ficción. Y la transición española es una historia de sentimientos, una historia de traición y, al mismo tiempo, de lealtades. Hay que partir de la base de que había franquistas honestos que creían de verdad que habían construido un sistema. La transición en realidad es la reconciliación de un país que ha vivido en guerra civil durante cuatro décadas, y para esa reconciliación tiene que haber buenos en las dos partes, y esto es importante ponerlo de relieve. No puedes contar la historia de esos sentimientos si no es desde la ficción. Desde que matan a Carrero hasta el 23-F, este país vive un golpe de Estado permanente. Releyendo la novela, reflexionaba sobre lo importante que eran los militares en este país hasta hace nada, y qué poco lo son ahora.
P. La protagonista de su novela es una generación que está en la oposición y que llega al poder después de una dictadura. ¿Cómo llega y qué es lo que hace mal?
R. Para mí, uno de los problemas fundamentales es que hay un gran corte generacional que coincide con 1968. Un corte entre los hijos de los vencedores y los propios vencedores, y entre los hijos de los vencidos y los vencidos. Paradójicamente, los hijos de los vencidos, fruto del temor o de las propias advertencias del Estado, se integran mejor en el sistema que muchos hijos de vencedores. Y la fractura fundamental viene cuando los vencedores de la guerra, padres que se sienten orgullosos de su victoria, ven que sus hijos se avergüenzan de ella y que les echan en cara algo por lo que han arriesgado la vida. Al mismo tiempo, un sector de los vencidos, lógicamente, al cabo de cuarenta años, se ha integrado en el sistema y en la vida de España. La transición en definitiva no es más que la reconciliación entre unos y otros, está protagonizada por ambas partes, pero en gran medida por los franquistas, es decir, por los conversos a la democracia, y el epónimo de todos ellos es Suárez. Esto es muy difícil de explicar si no es a través de la ficción. Aparte de todo esto, en este libro he querido reflexionar sobre la muerte. Hay una colección de muertes tremendas, y la presencia de la muerte y la relación terrible del español con ella me ha llamado muchísimo la atención.
P. De hecho, los momentos más duros y conmovedores del libro están relacionados con la muerte, como cuando narra el asesinato de Puig Antich...
R. Eso sí lo he querido subrayar, creo que es diferente la muerte de Puig Antich a la muerte de Franco, que en el libro son coetáneas, aunque en realidad no lo fueron. He querido destacar incluso la reacción de los propios franquistas que le matan ante la dignidad de Puig Antich. Y la muerte en Montejurra y en la calle del Correo... Cuando uno relee los periódicos de aquella época, la cantidad de muerte y de violencia era impresionante. Lo que trato de explicar es que esto no fue una película de buenos y malos, eso para mí fue una obsesión. Este afán de recrear la historia entre buenos y malos de la política actual es justo lo contrario de la transición. Al final de la novela casi todos son malos, aunque hay personajes con los que me he ido encariñando.
P. El narrador parece que se identifica con algunos, por ejemplo, con el diputado de la UCD Alberto Llorés.
R. Supongo que sí, aunque personalmente no me identifico con ninguno. Alberto me parece un individuo muy típico de la UCD, es alguien que no ha sido fascista pero ha estado en la burocracia del régimen anterior y es un demócrata -no un converso- desde su juventud. El golpe de Estado le pilla dentro del Congreso y está muerto de miedo. En su monólogo piensa que el de al lado tiene zapatos de rejilla..., que es lo que creo que piensa la gente cuando se está a punto de morir, se fijan en las cosas más absurdas. E insisto en que es representativo de una generación de la UCD, gente honesta que colaboraron con el anterior régimen y contribuyeron a la venida de la democracia. No eran izquierdistas ni socialistas, pero tampoco eran fachas, y ayudaron a desmontar el sistema.
P. La visión de este diputado, ya al final del libro, va más allá del golpe del 23-F y apunta hacia una especie de hundimiento moral que corresponde a etapas posteriores.
R. No, pero el discurso se produce fuera de esa fecha, ya ha pasado lo de la colza y todo eso. Yo conozco a centristas así, en el fondo lo que él está previendo es que van a ganar los socialistas y no le parece bien. En cualquier caso, a mí lo que me interesa es que son personajes de carne y hueso.
P. ¿Qué es lo que narrativamente le ha dado más trabajo?
R. Me dio trabajo, pero lo pasé muy bien con los monólogos de Franco. Fue difícil porque tenía que decir cosas que fueran coherentes con Franco y, al mismo tiempo, suficientemente elocuentes de lo que sucedía. Aunque me han dado más trabajo los monólogos de Alberto en el Congreso porque tienen la doble función de contar cómo ha sido el golpe y, al mismo tiempo, elaborar un poco de teoría política respecto a la transición. Además, construir un monólogo coherente y que no aburra es un reto narrativo.
P. Toda novela política es al final una reflexión sobre el poder. ¿Corrompe el poder político?
R. A mí me ha interesado siempre el poder como elemento integrante de la política, y la transición no es más que la lucha por el poder. En eso soy maquiavelista: la política es la lucha por el poder. Las palabras sobre la corrupción del poder en su origen se refieren más bien al tráfico de influencias, al enriquecimiento ilícito, pero lo que yo creo es que el poder es corrupto en sí mismo. Lo más corrupto del poder no es el robo, el enriquecimiento, el abuso de cualquier género, sino el hecho mismo del poder. La trilogía es una historia del poder, en el tercer volumen son los jóvenes revolucionarios los que llegan a él.
P. Ese tercer volumen abordará el periodo socialista, y el narrador lo hará desde el poder y no desde la oposición. ¿Es el más difícil de escribir?
R. Sí, pero la ventaja del tercer libro es que al ser una etapa muy actual me permite que la ficción sea absoluta. Será pura ficción y asistiremos a la metamorfosis de los personajes, de alguien como Ramón, que era un revolucionario y pasa a dirigir una compañía. Un personaje entrañable para mí es el sindicalista, lleno de pequeñas o grandes corrupciones. Por ejemplo, es el único que se va de putas.
P. ¿Hay corrupciones convenientes?
R. La corrupción no es exclusiva de nadie, ni siquiera de las víctimas del poder, porque todo el mundo tiene algún tipo de corrupción. Yo no creo en las historias de buenos y malos, además, ¿te corrompes respecto a qué? Te corrompes respecto a convenciones establecidas por el propio poder. Quiero decir que, para mí, la corrupción lo es respecto a las leyes.
P. ¿Este tercer tomo es comprometido de escribir para usted?
R. No, yo no creo que sea comprometido. Para mí es comprometido exclusivamente desde el punto de vista literario. Hombre, yo aspiro a dejar un documento, eso sí, y no seguir la estela de la novela naturalista francesa o la de Galdós, como algunos me han señalado.
P. ¿Qué se ha ganado y qué se ha perdido en la larga etapa de
El miedo y la fuerza?
R. El primer periodo era una historia de miedo, el segundo es una historia de muerte y violencia, y el tercero probablemente es el retorno del miedo. Creo que este país ha hecho un bucle melancólico. Mi obsesión es defender al final lo que creo que es evidente, que la democracia es un método de gobernar, la democracia no es metafísica, es un método de convivencia. He acuñado una expresión que llamo el "fundamentalismo democrático" para definir a los que imaginan una democracia auténtica, o una democracia pura o incorrupta. Pienso que la democracia padece todas las corrupciones, contradicciones y miserias del género humano, y lo que hace es ponerlas de relieve y buscar soluciones. La trilogía se llama El miedo y la fuerza porque pienso que la fuerza engendra miedo y el miedo anima a la fuerza , y la superación de una es la superación de la otra, y por tanto la crisis del poder. Uno de los descubrimientos que hemos hecho es que muchos de los defectos que creíamos que eran sólo nuestros ahora sabemos que son generales y que la globalización supone preguntas comunes y respuestas coetáneas en el tiempo. Como también pienso que el miedo que se perdió en la transición lo hemos recuperado ahora.
P. Otro aspecto que refleja muy bien su novela es la batalla por la libertad de prensa. ¿Cuál es hoy la situación?
R. Pues yo creo que también en ese sector hemos recuperado el miedo. Las condiciones objetivas legales y hasta medioambientales para el ejercicio de la libertad son las mismas o mejores que las de hace veinte años, pero en cambio hoy en la prensa hay un alto nivel de autocensura que obedece a motivos variadísimos, a presiones políticas y de todo tipo. Lo cierto es que la autocensura es mucho mayor que lo que era hace veinte años. Cuando he visto las últimas intervenciones de Aznar en televisión, no me he avergonzado de lo que él decía, me he avergonzado de lo que le preguntaban los periodistas y de su actitud. Periodistas que por otra parte son profesionales con una larga experiencia. Hemos llegado a un momento en el que decir lo que se piensa empieza a ser, en según qué ambientes, un acto heroico y no porque haya luego represalias, sino porque esa idea de lo políticamente correcto o incorrecto ha calado extraordinariamente, pero es el miedo, no es que nadie te haga nada. Expresarse es un ejercicio para el que se necesita ejercer cierta violencia.
P. Como lector de periódicos, ¿qué le pide a los periodistas que los hacen?
R. Como lector de periódicos, yo les pido debate, les pido sentido crítico, les pido que sean irreverentes con el poder, y una cosa obvia, que sean interesantes, que no cuenten cosas que no interesen al lector. Hay una escena en la novela donde describo a unos redactores jugando al póquer y al mus mientras se espera la noticia de la muerte de Franco que es absolutamente real. En todas las redacciones se jugó al mus durante días, lo cual también pone de relieve cuál era el ambiente periodístico y anímico en esos momentos, y es que en realidad Franco ya había muerto.
P. Hubo un momento de catarsis colectiva, todo el mundo lo esperaba y hubo tanta gente que lo celebró.
R. Sí. Todos lo celebramos. Pero lo que quiero subrayar es que fue un momento muy distinto al de la muerte de Carrero. Con Carrero Blanco, la sensación era terrorífica. Y la muerte de Franco fue todo lo contrario.
P. En la narrativa española está hoy de moda contar momentos de la reciente historia de España. ¿Por qué cree que estas generaciones más jóvenes andan removiendo ese periodo?
R. Yo creo que es un síntoma, que como no se les ha contado, pues les interesa. La única ventaja que tengo sobre ellos es que soy mayor, por tanto, yo he conocido a los personajes y he narrado las cosas como fueron. Por lo menos he logrado que nadie me diga que no era así, y que me he inventado un cuento macabeo. Pero, en fin, lo que yo he querido sobre todo es contar una historia y que la gente no se aburra y se lo pase bien. Creo que a lo único que aspira un escritor, y muy pocos lo consiguen, es a que lo lean cincuenta años después de muerto. Ésa es la verdadera gloria de la literatura y no la disfrutan ni siquiera los más grandes escritores. Yo sí aspiro a que me lean cincuenta años después de muerto. Y a lo que aspiro realmente es a que el que me lea, si le interesa esa etapa de la vida española, comprenda lo que pensaban y cómo vivían los españoles, y que lo comprendan desde la ficción, igual que comprendemos cómo vivían o pensaban los españoles del Siglo de Oro leyendo El Buscón.
P. ¿Está enamorado de la literatura?
R. Lo he estado toda mi vida. Desde pequeño siempre lo que quise fue escribir. Tampoco establezco grandes distancias entre el periodismo y la literatura, siempre he creído que es un género de la literatura y por tanto no me he sentido muy alejado, pero por razones profesionales no he tenido mucho tiempo de escribir. Luego uno le pilla miedo a publicar, y si no publica a los veinte años ya no lo hace hasta los cuarenta. Yo escribía desde mis seis o siete años, fui un niño que crecí sin televisión y nos entreteníamos con los libros, el mundo de la literatura para nosotros no competía con las telenovelas o con las series, y la literatura se fundía con los juegos. Jugábamos a Salgari o Julio Verne. Nuestro mundo del ocio y el mundo literario estaban relacionados.
P. ¿Y qué hay de su intención de escribir poesía?
R. El otro día me decía Vargas Llosa que quería hacer una asociación de amigos de Juan Luis Cebrián para evitar que publicara poesía y no cometiera ese error. Yo no creo que nadie sea bueno en todo, salvo algunos monstruos como Leonardo da Vinci y poco más. Pero al mismo tiempo creo que todo el que se dedica a la literatura debe intentar escribir poesía y teatro. Igual que creo que lo más difícil de hacer en comunicación es un periódico y que el buen periodista de periódicos puede no serlo en radio o en televisión, pienso que lo más difícil para la literatura es la novela, y eso no quiere decir que un buen novelista sea un buen poeta. Una buena novela necesita el genio y muchas cosas más, mientras que un buen poema necesita fundamentalmente el genio. Pero a mí me llama la atención la poesía. Cuando EL PAÍS publicó los poemas de amor de Neruda, regalamos un millón de ejemplares y creo que los jóvenes que recibieron ese ejemplar se han sentido tan gratificados como los de hace treinta años. La poesía tiene una vigencia y una permanencia importantes.
P. En el epílogo de su novela dice que la realidad supera a la ficción. ¿No hay una contradicción entre esa afirmación y su pasión de novelista?
R. No. Todo el mundo piensa que para escribir ficción tienes que tener mucha imaginación, y esto puede que sea verdad, pero tomamos a un escritor de ciencia-ficción como Julio Verne y vemos que su ciencia-ficción ha sido rebasada por la ciencia, así que la imaginación del narrador es inferior a la imaginación del científico. Si uno va al realismo mágico de García Márquez comprende que lo que tiene que hacer el narrador es sujetar la realidad para que sea creíble. Si volvemos a mi novela y nos situamos en la transición española: que el secretario general del partido fascista en España, que era Adolfo Suárez, que había saludado brazo en alto, sea el líder de la transformación democrática española... Estoy simplificando, pero hay que tener imaginación para pensar que esto se produjera así, y así fue en la realidad. Hay una anécdota que cuenta Franco que relata cómo Trujillo echaba a los cocodrilos a los presos políticos o cazaba a los nativos en sus jardines. En sus meditaciones, Franco dice que tuvo que destituir a un director general de prisiones, y esto es auténtico, que en los años cuarenta invitaba a cenar a sus amigos y luego les llevaba a presenciar los fusilamientos. Y uno piensa, bueno, aquí no estamos en el Caribe, no son cocodrilos y panteras, ni gente corriendo en la selva, aquí es una cosa más castellana, oprobiosa y terrible, imagine a la Guardia Civil o a los soldados fusilando contra la tapia de un cementerio, con el cura allí. Con esto quiero decir que para hacer creíble la ficción tienes que sujetar la realidad, porque hay cosas de ella que narradas tal cual no resultan creíbles. Pero, claro, las emociones forman parte de la realidad, entonces es muy difícil narrar la realidad si no narras las emociones, y eso es la ficción, eso es la novela o en todo caso es lo que yo he hecho: la narración de los sentimientos y de las emociones. La realidad supera a la ficción, yo de eso estoy absolutamente convencido. Y en el caso de la transición española, la realidad la supera por completo. No hay más que analizar los periódicos y biografías de la época. Todos, desde el Rey hasta el último de los actores de la política, superan la ficción.
BIBLIOGRAFÍA
NARRATIVA
La agonía del dragón. Alfaguara.
La isla del viento. Alfaguara.
La Rusa.Alfaguara.
ENSAYO
El futuro no es lo que era. Juan Luis Cebrián y Felipe González. Aguilar.
La red. Cómo cambiarán nuestras vidas los nuevos medios de comunicación. Taurus.
Cartas a un joven periodista. Planeta.
El siglo de las sombras. Aguilar.
Retrato de Gabriel García Márquez. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
El tamaño del elefante. Alianza.
Crónicas de mi país. Promotora de Informaciones, SA.
La España que bosteza. Taurus.
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