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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un artefacto lleno de posibilidades

José Andrés Rojo

Lo primero que pasó con Rayuela era que tenía un formato manejable en aquella edición de Sudamericana. Parecía un pequeño ladrillo negro, con las sobrias líneas blancas que dibujaban la rayuela y sus letras amarillas, que incluso podía servir para tirárselo a alguien y romperle la crisma. Pero casi mejor era abrirlo y adentrarse en sus páginas, y sucedía entonces que se abrían miles de posibilidades de manipular el objeto. Podías leerlo seguido o saltar de capítulos o aceptar el camino que te sugería el propio autor, de un lado a otro, de atrás hacia delante, y luego al revés.

Los escritores latinoamericanos habían roto las estructuras, las formas, de los libros que se leían por entonces, y cultivaban alegremente estilos que desafiaban las normas y en sus historias podía ocurrir cualquier cosa. No es que se lo hubieran inventado todo, aunque eso era lo que parecía, pues recorrían caminos que ya habían sido transitados en otras latitudes. Todo tenía, sin embargo, un aire de frescura y era como si se hubiera abierto una caja de Pandora y hubiera salido todo lo que estaba tapado.

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El artefacto de Rayuela, pues, rompía unos cuantos esquemas, aunque tuviera también sus peligros. Uno de ellos, grave, era que daba facilidades para convertir al lector en un auténtico pedante. Otro de ellos, menos dramático, era que podía llevar a quien lo leyera a recorrer París con el gesto ligeramente torcido y la mirada un tanto perdida, como quien va por el mundo con unas vivencias tan sofisticadas que en nada se parecen a las que padecen el resto de los mortales.

Tenía, así, algo de libro iniciático, y el que se hubiera empapado en él resultaba autorizado para recorrer el free jazz o las obras de Mondrian como si fueran su propia casa. Más allá de estos riesgos, lo que se encontraba en Rayuela era a Julio Cortázar. Un hombre de una estatura imponente con rasgos de adolescente que había convertido la literatura en una suerte de alimento sin el cual resultaba imposible vivir. En Rayuela, Cortázar contaba una historia de amor, con todos sus dolores y miserias, la ponzoña de los celos, los ajustes de cuentas, y también con la intensidad de sus arrebatos y su ternura ("Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca...").

Es un libro habitado por la melancolía y por un extraño dolor. Y Cortázar había puesto todo aquello después de agitar las palabras, de meterlas en pasadizos caprichosos, de hacerlas transitar al azar. Todo fluye en Rayuela, se desparrama, pueden decirse las cosas en argentino, clavar fragmentos de procedencias diversas unos detrás de otros, inventar sonidos ("Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y se caían en hidromurias..."). ("Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo").

Llegó Rayuela, hace tanto ya, para romper la rutina de las letras. Cortázar transcribía en una de sus páginas una "nota pedantísima de Morelli": "Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinovelesco)". Y después apuntaba su "método": "La ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie". Eso fue lo que trajo, un fuerte golpe sobre la mesa para cambiar de sitio los papeles (y además el libro tenía esas maneras distraídas de quien camina hacia ninguna meta, y no lleva ninguna prisa). Con Rayuela llegaron también La Maga, Horacio, Rocamadour, Talita, Traveler... Vinieron, aunque parezca imposible con esos nombres. Y llegó también esa desazón, que se quedó, y que Cortázar formulaba así contado de uno de sus personajes: "Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre tampoco".

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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