El Alfaguara encuentra a un autor-personaje
El escritor mexicano Xavier Velasco da una exhibición de escritura y vida al recibir el premio por 'Diablo Guardián'
El VI Premio Alfaguara de Novela, que se entregó ayer en Madrid, ha sacado de la nada a un novelista ignoto, a un personaje incandescente, a un diablo encantador que habla como escribe: a borbotones. Nació en San Ángel, al sur de Ciudad de México, en 1958, se llama Xavier Velasco, y ayer demostró que esconde (pero poco: más bien lo exhibe sin parar) a un verdadero
escritor. Velasco dio un recital de humor, pasión, tragedia, teatro, vitalidad y dedicación, que acabó así: "Quiera Dios que las llamas sean con vosotros".
Primero, durante una rueda de prensa de 45 minutos, Velasco habló de lo humano y lo divino, siempre con su desparpajo irónico, festivo y anticlerical. Hizo reír, sonreír y pensar con sus historias llenas de paradojas, pero estuvo a punto de poner a llorar a la audiencia con el vívido recuerdo de la muerte de su abuela Mamita, que se cuenta en la novela "sin una coma de mentira". "Ella me dio la mano temblando, y yo también temblaba. Creo que sólo cuando se me vaya este temblor podré dejar de escribir por fin".
Para demostrar aún más que en su caso vida y literatura es una sola cosa inseparable, así como que "la escritura es una fechoría", Velasco agradeció el premio, de 175.000 dólares, con la lectura dramatizada de un texto barroco y divertido, de 10 folios, en el que explicó algunas de sus filias literarias, contó sus peripecias por distintos tugurios, sustos y ocupaciones antiliteratura (periodismo, publicidad, radio) para narrar la historia íntima de la que nació Diablo Guardián, esta novela-viaje desde la miseria a la cocaína que Velasco ha escrito en realidad durante toda su vida y que sirve como símbolo, autohomenaje y recuento de sus fidelidades y traiciones a la tarea de escribir.
Aplausos
Los aplausos de las 300 personas que asistieron a la entrega del premio en la sede madrileña de Santillana interrumpieron al principio la lectura, cuando Velasco llegó al final de la primera página de la novela, en la que la protagonista, Violetta, advierte a su diablo de la guarda, Pig, el narrador de la historia, de que está dispuesta a confesar toda la verdad sobre su vida. "Me acuso de bitchear, witchear y rascuachear, de ser barata como vino en tetra-pak, y al mismo tiempo cara, como cualquier coatlicue traicionera".
En esa frase, en esa página, está todo lo que el jurado, presidido por Luis Mateo Díez, vio en la novela cuando le dio el premio hace dos meses: gracia, dinamismo, picaresca y un lenguaje contaminado, musical y cautivador.
Díez volvió a reiterar ayer la fascinación que produce la lectura de Diablo Guardián, "una novela compleja y muy ambiciosa", mientras Jesús de Polanco, presidente de PRISA, se felicitó por el hallazgo de "un escritor que era desconocido", "autor de una novela que es una metáfora del lenguaje de nuestro tiempo, abierta gozosamente a la nueva lengua que todos escuchamos y que todos empezamos a hablar en España y América Latina".
Un "lenguaje abierto, de ida y vuelta", añadió Polanco, "que nadie puede parar porque dota a nuestro idioma de un porvenir ilimitado".
El presidente de PRISA también dijo que es "muy estimulante" para un editor de hoy poder publicar una sorpresa como ésta, "original y transgresora, intrépida y vertiginosa", "una novela habitada por el cine, la música y la aventura" que refuerza, en "esta época de premios sobre los cuales navegan todo tipo de suposiciones", la "ingenua pero decidida apuesta de Alfaguara por la literatura hecha en español".
Velasco contó que se decidió a escribir por fin su novela largamente aplazada cuando recibió una beca privada de un amigo de sus padres, el día después de la derrota electoral del PRI y de ver la película Amores perros. "Eso me dejó sin pretextos. Me di cuenta de que en México se podía hacer cualquier cosa y que ya no podía dejarlo por más tiempo".
Respecto a la beca, que duró dos años, Velasco prometió a su mecenas pagarle con "las regalías" que obtuviera. Ayer pareció olvidarse. Dijo que el premio le servirá de sueldo para la próxima novela, y para evitarse tener que trabajar en "prostichambas", trabajos-prostitución: "Me permitirá seguir viviendo una vida reprobable, sin depender del gusto de mis clientes publicitarios".
"Es una novela cursi, y espero que también sea hortera", había dicho antes en la conferencia de prensa, ante las risas de Isabel de Polanco, Juan González, Carmen Posadas y Juan Cruz, que lo escoltaban en la mesa. "Pero es la novela que me salvó la vida", añadió. "Me produjo un gran dolor de espalda y mucho sufrimiento, porque la tenía que terminar el 15 de diciembre, fecha límite del premio. La acabé a las dos de la madrugada de ese día, la encuaderné poniéndome de rodillas en la imprenta y, cuando se la entregué por fin, sentí tanto alivio que pregunté en la puerta si podía pasar al día siguiente a recoger el premio".
El "detector de Faulkner", Bowie y los ancestros
El universo de Xavier Velasco fue revelado ayer a creyentes y escépticos. Pig, su alter ego en la novela, cuenta que los textos hay que someterlos siempre al "detector de Faulkner" antes de acabarlos. "Eso viene de una frase de Faulkner que decía que todo escritor debe tener un detector de mierda innato y a prueba de golpes, un enemigo que te recuerda que lo perfecto es enemigo de lo bueno", dijo. "Yo corregí hasta el último segundo y no podía parar, si pudiera seguiría corrigiendo ahora cada coma de cada ejemplar editado".
Habló también de su amor por la música, un campo que, dijo, le ha enseñado mucho desde que una maestra del colegio, "discípula de Goebbels", le castigaba por cantar en clase. "Decía que era de niñas, quizá porque oíamos a Marisol y Massiel. Siempre escuché música en secreto. Luego salió Raphael y era peor, hasta que a los 16 años descubrí a Bowie, vi que se inventaba y se traicionaba a sí mismo en cada canción y eso me llevó a probar en los textos la cachondería de las palabras. Me gustaba que retumbaran, que hicieran ritmo. Nadie entendía nada. Alguien se fió y me publicó una novela corta, Cecilia, que era una plegaria que narraba una historia de amor entre dos santos. Y entonces llegó Violetta, a la que le gusta embriagarse de palabras".
Velasco no olvidó rendir homenaje a sus ancestros. A su bisabuelo Joaquín Alcalde, que escribía versos y fue el seudónimo con el que se presentó al premio; al hijo de aquél, "que a principios del siglo XX se enamoró de una viuda mayor que él, fue hasta su balcón, leyó unos poemas y se metió un tiro en la boca", y a su abuela, Mamita, "que siempre creyó en mí como escritor, y que es un fantasma muy próximo, que me habita, y que lloraba cuando oía Aquellos ojos verdes".
Los gustos literarios y la filosofía vital de este corrido excesivo flaco que es Velasco fueron surgiendo como relámpagos. Habló de Vargas Llosa, Savater, García Márquez; dijo que la vida es aquello que te sucede cuando tenías otros planes, mostró su obsesión por las mujeres inconvenientes, afirmó ser un lector voraz y perezoso, dijo que la literatura no quiere ser respetable, que un libro es un amante que pide "fáltame al respeto", que escribir es "como robar ropa en las azoteas y ponerte lo que quieras", que antes de la gloria el escritor debe conquistar la ruina. Por fin rechazó ser vanguardista -"qué sueño, por favor"- y remató: "Violetta es una puta. Mi colega. Yo me he prostituido casi de todas las maneras posibles".
Babelia
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