Fatiga patriótica
Todos los años por estas fechas vuelven a rugir las voces ancestrales cuyos ecos -según nos informan- llegan desde el neolítico. Y retorna esa tonadilla ya cansina del agravio histórico, el blues del victimismo, siempre asociado a una destemplada alusión al verdugo: "ellos" o "Madrid". La ira y la melancolía se transforma enseguida en euforia. No por lo ya conseguido, sino por lo que aún queda por alcanzar, que se acompaña al final de un retórico llamamiento a la acción patriótica. Este ritual del Aberri Eguna se repite año tras año siguiendo casi siempre el mismo esquema ciclotímico. Antes cumplía la legítima, y casi imprescindible función de unificar simbólicamente a un pueblo que se presentaba con voluntad histórica de ser. Un Ser que estaba, sin embargo, lejos de plasmarse en un proyecto claramente inteligible, y que incluso buscaba congregarse físicamente en lugares distintos -o se quedaba en su casa-. Ahora el PNV dispone al menos de un proyecto específico, aunque parece seguir necesitando de esa apelación a los sentimientos nacionales primarios y a exorcizar al enemigo.
No es mi intención tratar de desvelar qué es lo que se esconde detrás del Ser vasco. Ya lo sabemos por los resultados de tantas elecciones y, además, uno no tiene demasiada vocación de metafísico. Tampoco aludir a la vaguedad y falta de consenso en torno al nuevo proyecto de Estado Libre Asociado. Lo que motiva estas líneas es más bien la necesidad de dejar constancia del profundo cansancio que algunos sentimos ante tanta soflama patriótica, tanto afán por ver quién tiene la bandera más grande, la historia más heroica o sufriente... o ese casi inevitable impulso por diferenciar a "los nuestros" de "los otros". Ya ven, me ha atrapado el síndrome de fatiga patriótica. Podría definirse como un exceso de exposición a las retóricas nacionalistas -de todas ellas, claro-, o como el inevitable resultado de una sobredosis de catarsis identitaria.
Los que somos bastante daltónicos para los sentimientos nacionales tenemos que ser, sin embargo, extremadamente cuidadosos con dichas identidades. Generalmente se nos dice que si somos tan insensibles es porque "nos lo podemos permitir", porque gozamos ya de una "identidad nacional satisfecha". Que en el fondo somos tan nacionalistas como el que más, sólo que la nuestra no está "oprimida". Desde luego, no podemos meternos en la piel de quien así se siente. Pero sí podemos observar cómo les va a otros muchos que no tienen problema por declararse tanto vascos como españoles -con diferentes tonos de intensidad- y que, viviendo allí, no es del Gobierno español precisamente de donde les viene la "opresión nacional". También somos capaces de diferenciarnos con gran nitidez -¡y sentirnos bien distintos!- del "auténtico" nacionalismo español y de la forma en la que digiere o, mejor, deja de digerir, los hechos diferenciales y el propio pluralismo interno. Cuando se nos dirige esa acusación siempre pienso en cierto tic estadounidense consistente en pensar que toda persona debe tener una religión, la que sea, pero una religión. Los agnósticos no cuentan. Ahí también parece haber identidades a las que uno no puede sobreponerse o modular mediante la razón o combinar e integrar a otras.
Recientemente, un buen número de quebequeses han abandonado la política identitaria para pasarse a la política sin más -quizá afectados del raro síndrome al que antes aludía-. Y han decidido votar críticamente como ciudadanos, ejerciendo la capacidad del juicio político, en vez del seguidismo de "los suyos". Han evaluado a los políticos por lo que han hecho o prometen hacer más que por lo que son. No hay que tener mucha confianza en que ésta vaya a ser la pauta a seguir en próximas elecciones, pero nos permite saber al menos que esa cuestión de las identidades no nos acompaña de forma fatídica. Y que los que hemos sido contagiados por tan extravagante virus quizá, después de todo, estemos en mejores condiciones para afrontar lo que ya es un reto inexorable del futuro: la necesidad de convivir en un mundo crecientemente diverso, plural, y de identidades polimórficas.
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