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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chernóbil vírico

Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó en marzo la alerta mundial por la neumonía asiática, sólo ha tenido que pasar un mes para que un laboratorio holandés, basándose en investigaciones previas de varios equipos del mundo, haya identificado por encima de toda duda razonable el virus que la causa. El resultado, esencial para disponer de una prueba de detección y empezar a explorar posibles tratamientos, no sólo se ha obtenido en un tiempo récord, sino que supone un ejemplo encomiable de colaboración internacional, en el que más de una docena de laboratorios de varios países han antepuesto el interés de la salud pública a cualquier consideración de primacía científica o secreto comercial: mucho más de lo que se puede decir del precedente de la identificación del virus del sida.

La epidemia nunca hubiera alcanzado sus espectaculares proporciones actuales -casi dos centenares de muertos reconocidos y miles de infectados en una veintena de países- de no ser por la inaceptable actitud del Gobierno chino, que no sólo ha hecho todo lo posible por negar la relación del brote actual con otro surgido en noviembre en la provincia sureña de Guangdong, sino que, durante semanas, se ha empleado a fondo para ocultar los casos que se iban propagando por Pekín y ha obstaculizado de manera negligente e incomprensible el trabajo de los expertos que la OMS envió al país para colaborar en el control de la infección.

El hermetismo de Pekín ha frenado la lucha contra esta epidemia. Conviene recordar que ese mismo secretismo ha sido el principal responsable de que un millón y medio de chinos se hayan infectado de sida, sin siquiera saber que esa enfermedad existe, ni mucho menos qué pueden hacer para protegerse de su contagio. Aún hoy, tras una notable presión internacional, Pekín sigue sin reconocer más que 850.000 casos de sida en el país, y los expertos auguran que, sobre todo debido a la desinformación y el ocultamiento gubernamental, esa cifra se disparará hasta los diez millones de contagiados en 2010. El silencio culpable recuerda el del régimen soviético en los primeros momentos tras el accidente de la central nuclear de Chernóbil. Sólo tardíamente las autoridades chinas han reaccionado, cuando ya el mal se ha propagado en términos humanos, con efectos muy dañinos para la economía china, especialmente de Hong Kong, y para varios países asiáticos.

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Esta semana, los expertos de la OMS han podido al fin examinar algunos hospitales militares de Pekín -lo que ha destapado unos 200 casos de neumonía ocultos por las autoridades-, y la epidemia ha entrado en vías de control en el sur del país, donde todo indica que se originó la enfermedad. Pero el Gobierno chino sigue sin facilitar toda la información necesaria, y sus pasos en la dirección correcta son demasiado lentos en comparación con la propagación del coronavirus causante de la neumonía. Cabe, por contraste, felicitarse por la rapidez, eficacia y transparencia con que han reaccionado los demás países afectados. Es esa actitud, precisamente, la que ha logrado frenar la extensión de la epidemia en el resto del mundo.

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