La caja de las tizas
Tizas y cajas han sido las herramientas que Jorge Oteiza ha utilizado para hacer arte.
Tizas para escribir y construir, cajas para contener y expandir.
Tizas para escribir ensayo y poesía, con las que luego también construía pequeñas piezas a modo de signos, él lo llamaba el laboratorio de tizas.
Cajas para contener y expandir todo su carácter ético y religioso, cajas que nos remiten a ciertos habitáculos, las titulaba cajas metafísicas. Un intenso rigor geométrico, composición-descomposición, contribuye a hacer inteligible lo que sugiere. La mística del lugar tiene capacidad de transformación.
Cajas para manifestar el vacío, como el vacío de una travesía por el desierto, donde nada pasa y todo ocurre.
Oteiza siempre buscó en los intersticios, intersticios donde todavía pueden y deben expresarse nuevos hechos.
Quizás entre la nada y el todo hay una pequeña caja de acero, con ventanas y mirillas que sólo Oteiza sabía utilizar. También podríamos imaginar que en su interior hay vacuidad, geometría, espacio y palabra, que su pensamiento mediante la inteligencia lanza -a través de un túnel, su túnel- hacia el exterior para experimentar con el dilema de la comunicación humana.
Con su imaginación y su radicalidad, Oteiza más que escultor ha sido hacedor.
Con sus textos, poesías y esculturas nos desvela que su verdadero idilio es con su hacer, un hacer que conduce a otro hacer y así sucesivamente hasta llegar al infinito. Allí es donde el viajero puede honestamente aspirar a una muerte feliz.
Sergi Aguilar es escultor.
Babelia
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