Pedro El Grande
Esta vez no hubo Penélope (Cruz) para celebrar el triunfo de Almodóvar con un grito mayúsculo: ¡PEDRO! y festejar así a un Ulises que regresa después de la guerrita española, deteniéndose en escalas como el premio Bafta inglés y el César francés. Pedro Almodóvar vino en olas, oleadas de prestigio para coronar la noche de los óscares vestido de negro. (Recuerden que en una versión de la leyenda Ulises debía venir impulsado por una vela blanca para ilustrar su triunfo o una vela negra sería testigo de su fracaso y hubo una confusión a bordo y Penélope no estaba para recibirlo).
Nunca un Oscar fue tan merecido como esta vez. Hable con ella está tan cerca de la obra maestra que no hay que insistir. Su triunfo fue total y no hubo, como la vez anterior, un Antonio Banderas para sacarlo de delante del micrófono como de un hoyo amable. Parece que Almodóvar se había acostumbrado a ganar premios que casi ni tuvo agradecimientos para sus actores favoritos ni su compañía en el triunfo. Pero una de las características de Pedro Almodóvar es que le preocupa más su peso que su premio. No hay en él ni el más mínimo trazo de ese mal que ciega al cine español -la envidia-. Por eso Hable con ella no es la apología de la muerte sino una celebración del amor más allá de la muerte. Como ven la analogía con el mito de Tristán y su Isolda no está tan traída por los cabellos rubios de la otra Isolda. Pero es un ditirambo. Claro que es un ditirambo, pero también una advertencia a los que no vieron la fiesta del cine tan imitada en otras segundas partes. Es para decirles: ¡cuélguense del palo de mesana, anoche vimos triunfar a Almodóvar y ustedes no estaban.
Hubo indicios reveladores. Técnicamente, ésta es la mejor película de Almodóvar y temáticamente es un melodrama perfecto en que la música de Caetano Veloso se une con el drama en la tragedia del toro invisible que es una versión española del tigre de la muerte chino. Por supuesto que su escritura (la del guión, la del cine) se ve exaltada esta vez como una guía perfecta para llegar hasta el coro final venido de la isla de Cabo Verde, mientras que el comienzo es una alegoría de las sillas musicales como un velorio en que el diccionario de la Real de la lengua define como la celebración de un rito abuelo por la muerte de un niño -que esta vez es el protagonista que habla con la muerta y declara: "Parece que está durmiendo"-. Este personaje central es tan patético como su vida, pero es el que recomienda que se hable con ella y como culminación del diálogo con la muerte se suicida.
Como se puede leer arriba estoy tentado de contar la película pero Almodóvar lo hace por mí en su guión contado, comentado, y que es de una rara perfección. Por eso su premio, que nos alegra a todos sus admiradores, es tan merecido. Lo había leído antes de ver la película (que vi dos veces: en el cine de mi sala y en la sala del cine: por la televisión y en la pantalla grande) y siempre me pareció perfecto. Como Hitchcock, como Billy Wilder, Almodóvar es el mejor visualizador de lo que ha escrito y la película final no es más que una ilustración para los que no saben leer.
Me fui a la cama a las seis de la mañana a dormir el sueño de los justos. Así quiero ver a mis amigos (y tengo muchos en el cine español: Fernando y David Trueba, José Luis Garci, Vicente Aranda), conocidos y reconocidos por sus pares, que es el veredicto mayor. Habría que cargar con la Cruz para que grite una vez más y siempre ¡PEDRO!
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