Algunos destellos de luz en tiempos sombríos
La fiesta del oscar, cercada por la presión de los tiempos sombríos que corrían a su alrededor la madrugada del lunes, se vio obligada a recuperar -gracias a rescoldos de pudor que quedaban en algunos, pocos, de los beneficiados- esencias perdidas en años y años de sometimiento a la dinámica del espectáculo televisivo envolvente, agresor, ostentoso y petulante en que la han convertido.
Chispas de una vieja esencia recuperada ayer fue la aceptación de la regla de juego de la naturalidad y la sobriedad y, aparejado a ella, el de la capacidad para, si llegaba el caso de tener que hacerlo, ir con rectitud al grano y romper la gasa de hipocresía que envuelve a esta vieja ceremonia convertida en show y en tienda abastecedora de los pijeríos de medio mundo. Llegó el caso y fue posible ver a algún creador de cine comportarse como artista y no como simple vendedor o como pelele de alquiler. Es el caso del empuje con que el gran Michael Moore, creador y animador del documental triunfador, Bowling for Columbine, echó abajo frontalmente la turbia y deleznable sugerencia de los policías de la Academia de no aludir la bicha de la guerra de Bush.
Llegó el buen cine en medio de una mala noche y hubo luz en una fiesta sombría
Y es el caso también del ingenio y la osadía con que Adrien Brody, protagonista de El pianista, rompió los estrechos límites de tiempo que impusieron a los ganadores para impedirles, o cuando menos dificultarles, decir lo que piensan del aplastamiento de hombres y ciudades por el Ejército de su país. Y en la noche del lunes hubo en Los Ángeles censura, dictadura, pero también estallaron bajo ella algunas emocionantes chispas del talento, y el coraje y la astucia de quienes no sucumbieron al ordeno y mando y ejercieron a su manera su libertad.
Atmósfera sofocante
Michael Moore y Adrien Brody triunfaron limpiamente y con toda justicia. El enorme Moore, por dar al cine estadounidense -que sigue siendo víctima de su afición a la mentira- un poderoso trallazo de verdad, cuya sagacidad y elocuencia ponen por sí solas patas arriba el espeso tinglado ideológico destinado a justificar, o al menos dulcificar, el zarpazo genocida de Bush sobre las ruinas de las ruinas de Irak. Y, con armas menos hirientes e irónicas, Brody desplazó también con limpieza y justicia a colegas suyos tan solventes como el estadounidense Jack Nicholson (A propósito de Schmidt) y los británicos Michael Caine (El americano impasible) y Daniel Day-Lewis (Gangs of New York), de manera que estos juegos florales cercados por la patriotería y el belicismo sirvieron para empujar y conducir al mundo el pálpito del odio a la guerra que llevan dentro El pianista y su magníficamente premiado director, Roman Polanski. Y así llegó aire de libertad a una atmósfera casi irrespirable, sobrecargada y sofocante.
Y, nuevo destello de luz, triunfó indirectamente, de refilón, en la fea noche americana una bella película europea, El pianista, que hay que situar en registros expresivos muy superiores a la sólida producción, interesante pero sólo eso, ganadora del gran Oscar, esa calculadísima y a ratos brillante, pero mecánica y sin duda sobrevalorada, Chicago. Y es que lo mejor que aporta este filme al cine no es lo que su director inventa, sino lo que plagia, lo que el astuto y prometedor Rob Marshall arranca y roba de la memoria de un eminente colega suyo, un cineasta muerto llamado Bob Fosse, que creó en el Broadway de 1975 esa hermosa y audaz estructura musical, que el lunes triunfó con toda injusticia, poniendo un brochazo de sombra entre tres vivísimas pinceladas de luz.
Otro de estos destellos de la mala noche está en el buen tino y el estilo -que fue encajado por su destinatario con calma y mesura, pero sin abandonar el espíritu de respuesta anunciado por él días antes- que hay en la concesión, a mi parecer exacta y completamente justa, a Pedro Almodóvar del premio al mejor guión original por su Hable con ella. Competía Almodóvar con los escritores de Y tu mamá también, Gangs of New York, Lejos del cielo y Mi gran boda griega, cuatro películas que llevan dentro cuatro guiones vivos e inteligentes, aunque lo que entrevemos en la pantalla de Gangs of New York es, más que un guión, un despojo de guión, un destrozo de la tijera de producción mutiladora del filme. Pero ninguno de estos guiones tiene la sutileza del de Hable con ella, que convierte a Almodóvar en guionista ejemplar. Fue Almodóvar en los primeros tramos de su obra un guionista con intuiciones llenas de agudeza, pero apresurado y con escaso sentido autocrítico, pues junto a esas intuiciones y desarrollos de gran fuerza y originalidad caía en zonas paralelas, derivaciones y circunloquios lineales y a veces incluso arbitrarios. Pero Almodóvar, aunque parece que lo oculta, debe tener en alerta olfato autocrítico, porque en sus últimas obras ha aprendido a equilibrar el armazón de sus filmes y en Hable con ella alcanza lo insuperable, convirtiendo el guión de esta película en una pieza magistral, de extraordinaria precisión, que una vez filmada se ve con facilidad, pero que por dentro está erizada de dificultades y de complejidades.
Otros dos magníficos destellos son los que van asociados a la espalda de Eminem, que ganó el Oscar a la mejor canción, por su vibrante Lose yourself, de 8 millas, que prometió no ir al sarao y lo cierto es que se notó mucho, casi se mascó, su ausencia. Y luego está la luz de Nicole Kidman, que -en tiempo íntimo de crisis ha hecho girar a su oficio hacia nuevos rumbos y con decisión e intransigencia se ha ganado libertad de elección de sus trabajos- se ha arrancado la piel de la estrella y bajo ella le ha crecido el recio y hondo pellejo de las actrices profundas. Su trabajo en Las horas es un prodigio al que el peso de una estatua de plomo cubierta de oro chapado le viene pequeño.
Otro destello, éste de sabiduría cinematográfica, es el que hizo elegir como mejor guión adaptado la escritura, de pura roca de cristal, de Ronald Harwood para El pianista, dejando en la cuneta al, cantado como genial por los parroquianos de Phillip Kaufman, de Adaptation, que es atrevido, listo y aparatoso y destila búsqueda de originalidades, pero no resiste un cotejo con el Harwood que entra en el pequeño parnaso de las lecturas geniales hechas por los ojos de una cámara en los interlineados de un relato verbal de gran pureza y fuerza. Y un nuevo chispazo de inteligencia hay en la elección de Nowhere in Africa, de la alemana Catherine Link, como mejor filme de habla no inglesa, pues esta magnífica obra, que pasó inadvertida en el festival de Venecia, obtiene así el desquite que se merece.
Y me temo que hay destellos de miopía en la concesión a la galesa Catherine Zeta-Jones del Oscar a la mejor actriz secundaria por su buen trabajo en Chicago, dentro de la que hay otra interpretación que competía con la de Zeta-Jones, la de Queen Latifah, superior y en el borde de lo eminente. Y lo eminente es precisamente lo que no roza sino que inunda en Las horas Julianne Moore, que se fue de vacío y crea otra ausencia de luz en las sombras de la mala, herida, casi aturdida noche del lunes. Y habría que anotar que el buen Oscar al mejor actor secundario logrado por Chris Cooper por Adaptation debería cotejarse con el puñetazo de dolor que Ed Harris da a su inmensa creación en Las horas.
Y habría que husmear en otros rasgos sombríos, que hicieron de la siniestra madrugada del lunes un mal encuentro con el buen cine, destellos de luz de inteligencia que no se merecía una noche sembrada de mala muerte.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.