El 'mapa Blecua' de la literatura española
La primera labor investigadora del profesor José Manuel Blecua fue la publicación en 1938 de las obras de Don Juan Manuel en Zaragoza. Con ella se iniciaba su afición -mantenida durante su dilatada andadura crítica- a la Edad Media. Con erudición y con fina agudeza de lector sensible, que quiere ayudar y guiar a otros lectores, Blecua editó El Conde Lucanor (Castalia, 1969) como aperitivo de las Obras completas de Don Juan Manuel, que empezaron a ver la luz en el 82 y que Dámaso Alonso calificó "de una verdadera edición crítica". Paralelamente a su pasión por el genial prosista del siglo XIV, se adentró en El laberinto de Fortuna, de Juan de Mena, que Clásicos Castellanos dio a la luz en 1943. Con los estudios de Menéndez Pelayo como referencia, Blecua desarrolló nuevas investigaciones y propuso nuevos criterios críticos que tenían su indiscutible filiación en el magisterio de don Ramón Menéndez Pidal. La síntesis de su dedicación a la Edad Media es el excelente capítulo Los grandes poetas del siglo XV, que redactó para la Historia general de las literaturas hispánicas (1951), dirigida por Díaz-Plaja.
Los quehaceres críticos y editoriales de Blecua son esenciales para el conocimiento de la Edad de Oro. Erudición, sensibilidad, gusto y gracia expositiva se combinan en un mapa extensísimo, que empezó a construir con la antología de la poesía lírica de Lope de Vega para Clásica Ebro en 1939. De la lírica renacentista, Blecua nos ha ofrecido una excelente antología, fraguada en su madurez (1984), y un imprescindible panorama de conjunto que ocupa parte de un libro memorable, Sobre el rigor poético en España y otros ensayos (1977). Blecua, que reconocía "que las más altas cimas de la poesía del Renacimiento -Garcilaso, fray Luis de León, Aldana, Herrera y san Juan de la Cruz- se deberán a las novedades italianistas" y que la fecha clave era 1526 (el encuentro de Juan Boscán con Andrea Navaggiero), no duda, sin embargo, en dar cabida en la antología a otras direcciones poéticas en las que pervivían fórmulas anteriores a 1526, siempre amalgamando rigor y gusto, erudición y elegancia.
De la poesía renacentista merece capítulo propio su dedicación a Herrera; dedicación que se inició en el 48 y que culminó con la edición crítica de la Obra poética en el 75. Blecua proponía lecturas e interpretaciones que chocaban con las del gran hispanista Oreste Macrí. El diálogo y la discusión erudita de ambos críticos es un capítulo apasionante de la crítica de la Edad de Oro. Además, en sus argumentos se constata la verdad que asistía a T. S. Eliot cuando afirmaba que "la erudición, aun en sus formas más humildes, tiene sus derechos".
A la literatura del Barroco le dedicó una atención constante, que se concreta en sucesivos estudios, ediciones y antologías. Como escribió Dámaso Alonso en el verano de 1979: "La aragonesía de Blecua le había de poner frente a un importante hueco de la literatura española: la necesidad de una edición de las Rimas de Lupercio y Bartolomé L. de Argensola". Todos sus esfuerzos desembocaron en los tres tomos de Clásicos castellanos (1972-1974), en los que la erudición queda en la sombra para dar paso al mejor gusto poético. Blecua editó a Góngora, a Lope y a Quevedo, a los que estudió con continuada devoción, pero sin olvidar el análisis de los valores de la poesía cervantina o los poemas juveniles de Paravicino, porque nunca olvidó ir anotando las características de la formación y el desenvolvimiento de la poesía española. Las síntesis de Blecua son luminosas: "Ningún poeta español trasmutó en tantos poemas bellísimos su agitada existencia como Lope de Vega". O, al analizar -quizás el esfuerzo más generoso de su vida investigadora- a Quevedo, se detiene en indicar la modernidad de la expresión, la angustia que reflejan sus poemas y "su inmensa desolación a ratos".
El mapa Blecua de la Edad de Oro no es sólo poético. Basta con mencionar su espléndido estudio y edición de La Dorotea, de Lope de Vega (1955), que demuestra su alto conocimiento de La Celestina. O con recordar su estudio sobre el estilo de El Criticón, de Gracián (1945), estilo "breve, ceñido y enjuto como su cuerpo". O con traer a colación su trabajo sobre la Estructura de la crítica literaria en la Edad de Oro (1977), donde constata que la crítica literaria aflora en las retóricas y las poéticas, pero también en los prólogos, en los poemas, en las sátiras, en las parodias, etcétera, metaliteratura al fin y al cabo.
Otras labores le llevaron a editar La soledad, de Augusto Ferrán, o un epistolario de Pereda. Labores complementarias que cristalizan en una Antología de la poesía romántica española (1940), reeditada en 1993 con una precisa y preciosa Semblanza biográfica del profesor aragonés de la pluma de Julián Marías. Otras labores que tienen particular importancia para la literatura del siglo XX. De su labor investigadora saben el epistolario de Unamuno, o el redescubrimiento de un esperpento de 1922 que completa la ópera omnia de Valle-Inclán. Son, no obstante, Salinas y Guillén los poetas a los que Blecua atendió con mayor gusto, y, en el caso de Guillén, con más constante dedicación. Si interesante es su aproximación a la poesía amorosa de Salinas; magistral su edición de Cántico (1936), de Guillén, que publicó en 1970, culminando una dedicación guilleniana que se había iniciado en 1949 al publicar, en colaboración con Ricardo Gullón, La poesía de Jorge Guillén.
El discurso erudito e investigador, crítico y lector de José Manuel Blecua es un alto ejemplo de la pasión perfecta, la pasión desapasionada, gracias al conocimiento, la tolerancia y el gusto, valores de los que su personalidad de incansable maestro ofreció testimonio perenne.
Adolfo Sotelo Vázquez es catedrático de Literatura Española de la Universitat de Barcelona.
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