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Crónica:LA GUERRA DE AZNAR / 2 | AMENAZA DE GUERRA
Crónica
Texto informativo con interpretación

"Esto se nos ha ido de las manos"

Aznar estaba convencido de que Francia acabaría sumándose a la coalición promovida por Bush

Miguel González

"El presidente tiene una visión", afirma uno de sus colaboradores en tono de confidencia. ¿Cuál? "Cree que la caída del Muro y los atentados del 11-S han barrido definitivamente el orden internacional de la guerra fría y han inaugurado una nueva era en la que España, al contrario de lo que hizo en el siglo XX, no puede quedarse al margen, sino que debe estar en el bando ganador". ¿Y quién le ha inspirado esa idea? "Mucha gente. O sea, nadie en realidad", contesta un ministro. "Se la ha cocinado él solo. Aznar es demasiado cesarista para dejarse influir por alguien en concreto. No te empeñes en buscar a un Schlesinger [historiador y asistente especial del presidente John F. Kennedy], porque no existe".

Ocho ministros y ex ministros avalaron en La Moncloa el giro de la política exterior
Aznar calificó desdeñosamente de 'francesada' la posición del Gobierno de París
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El consejo de los ministros

Viernes 31 de enero de 2003. Al término del Consejo de Ministros, Aznar recibe en La Moncloa a un selecto grupo de comensales. En teoría, han sido invitados los responsables de Asuntos Exteriores y Defensa con los Gobiernos de la UCD y el PP. En la práctica, ni están todos los que son (se echa en falta a Alberto Oliart, el que mejores relaciones mantiene con el PSOE) ni son todos los que están (acude Rafael Arias-Salgado, ex ministro de casi todo, salvo de la diplomacia y la guerra). En torno a la mesa se sientan Marcelino Oreja, José Pedro Pérez Llorca, Arias-Salgado, Abel Matutes, Eduardo Serra, Josep Piqué, Federico Trillo-Figueroa y Ana Palacio. Para los presentes, está claro que Aznar se ha propuesto impulsar un giro estratégico de la política exterior mantenida por España a lo largo de los últimos 25 años y que ese giro le lleva a acercarse a Estados Unidos y a romper el cordón umbilical con Francia y Alemania, los padrinos de su ingreso en la UE. "Aunque no estuviera de acuerdo con lo que hace, le apoyaría al cien por cien. Es la primera vez que un presidente español sabe lo que quiere en política internacional y está firme en sus convicciones". El que rompe el fuego es Marcelino Oreja, según otro de los presentes. Los demás abundan en los elogios. Pérez Llorca y Matutes opinan que la guerra es inevitable y que la posición del Gobierno, aunque no resulte cómoda ni popular, es la acertada. Serra y Arias-Salgado abogan por dar prioridad al vínculo trasatlántico, ya que Europa no puede construirse de espaldas a Estados Unidos. El primero agrega que España debe aprovechar esta "ventana de oportunidad" para dar un salto y adquirir más peso en el concierto internacional. No se escucha ni una sola voz crítica, aunque algunos invitados aconsejan hacer más pedagogía ante la opinión pública e intentar el consenso con la oposición. Ana Palacio, que se marcha precipitadamente para comparecer ante la Comisión de Exteriores del Congreso, apenas habla. Pero toma muchas notas.

Un asiento en la ONU

"España no puede desaparecer de nuevo de la escena internacional. Queremos que se nos tome en serio y participar en la toma de decisiones", afirma el presidente español en la entrevista que publica en su último número el semanario alemán Der Spiegel. Cuando Aznar se marchó en junio de 2002 de la cumbre de Kananaskis (Canadá), donde había puesto los pies sobre la mesa en torno a la que se sentaban los gobernantes más poderosos del mundo, y cedió el testigo de la presidencia europea a Dinamarca, volvió a ser lo que siempre había sido: el primer ministro de una potencia media que, en las reuniones de la UE, habla en quinto lugar, después de Francia, Alemania, Reino Unido e Italia. Sin embargo, el 27 de septiembre, la Asamblea General de la ONU catapultó a España a uno de los 15 puestos del Consejo de Seguridad de la ONU. A partir del 1 de enero y durante dos años, España se sentaría en el órgano donde en teoría se decide el destino del mundo. No fue un regalo inesperado. Desde 1997, con tenacidad y paciencia, Aznar había trabajado con este objetivo. En cada viaje, en cada visita a Madrid de un mandatario extranjero, recolectaba un nuevo voto. Así hasta 180 de 183 países presentes aquel día en la sede de la ONU en Nueva York. Pero también le ayudó la buena imagen exterior de España, su capacidad para llevarse bien simultáneamente con Israel y la OLP, con Libia y EE UU, con India y Paquistán. "Un país que a nadie ofende y del que nadie tiene nada que temer", en palabras de un veterano diplomático. En su nueva responsabilidad, España sólo tenía una limitación: la obligación de intentar concertarse con los otros socios de la UE presentes en el Consejo de Seguridad (Francia, Alemania y el Reino Unido), impuesta por el Tratado de la Unión.

Electoralismo alemán

Tras escuchar de boca del presidente su declaración de apoyo sin fisuras a la política de Bush sobre Irak, uno de los periodistas que acudieron aquel 10 de septiembre de 2002 a desayunar a La Moncloa se aventuró a preguntarle por la actitud de Alemania y Francia. "La posición del Gobierno alemán es puramente electoralista y cambiará después de las elecciones [previstas para el día 22 de aquel mismo mes], tanto si gana Schröder como, con mayor razón, si pierde". "¿Y qué hará Francia?", insistió el periodista. "¡Francesadas!", replicó desdeñoso Aznar.

¿Dónde está el 'Charles

El ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, salió optimista de la reunión que mantuvo en Múnich con sus homólogos de Francia y Alemania, Michéle Alliot-Marie y Peter Struck. Era el domingo 9 de febrero de 2003 y el veto de Francia, Bélgica y Alemania mantenía bloqueada en el Consejo Atlántico la petición de apoyo a Turquía promovida por EE UU, colocando a la OTAN en una crisis sin precedentes. El secretario general, Lord Robertson, lanzó un órdago e impuso el procedimiento de silencio, de modo que el apoyo a Turquía se aprobaría automáticamente si nadie lo rompía a la mañana siguiente. ¿Alguien se atrevería a hacerlo? El optimismo de Trillo-Figueroa se esfumó cuando lo hizo Bélgica, seguida de Francia y Alemania. No hubo acuerdo ese lunes, ni el martes, ni en toda la semana y Robertson se vio obligado a traspasar el tema al Consejo de Planes de Defensa, donde no se sienta Francia, para sortear su oposición.

de Gaulle'?

Pese a este revés, el Gobierno seguía manteniendo que la posición de Francia era sólo táctica. "Los intereses franceses en Irak son demasiado importantes. Chirac no puede permitirse el lujo de quedarse al margen. Cuando obtenga de Estados Unidos las contrapartidas que busca, se pondrá a la cabeza del desfile", explicaba un ministro. En Defensa avalaban este pronóstico con un acertijo: ¿Dónde está el Charles de Gaulle [el más moderno portaaviones francés]? La respuesta era: navegando por el Mediterráneo, cada vez más cerca del Canal de Suez, para llegar a tiempo al Golfo en cuanto Chirac diese por concluida su "francesada".

Desencuentro en Lanzarote

José María Aznar y Gerhard Schröder ni siquiera se esforzaron en disimular que se detestan. El 11 de febrero de 2003, al término de la cena que cerraba la primera jornada de la cumbre bilateral en Lanzarote, el canciller alemán se levantó sin tomar café y dejó al jefe del Gobierno español con la palabra en la boca. "No te preocupes", dijo Aznar a uno de sus colaboradores, "no es la primera vez que lo hace". Las relaciones de España con el gigante económico de la UE, de íntima alianza en tiempos de Felipe González y Helmut Kohl, han sufrido un profundo deterioro. Al menos, los fondos de cohesión están asegurados hasta el año 2006 y a Aznar no le tocará renegociarlos.

Peleas de familia

En la etapa de Fernando Morán, primer ministro socialista de Asuntos Exteriores, se resucitó la expresión "pactos de familia", que los Borbones de ambos lados de los Pirineos utilizaron en el siglo XVIII. La idea era: la solución de los grandes problemas de España (el terrorismo, la entrada en la UE) pasa por la buena vecindad con Francia. Pero Jacques Chirac no acogió a Aznar como a un pariente cuando el pasado 27 de febrero acudió al Elíseo, a pesar de que ambos pertenecen en teoría a la misma familia política. Con los dos países abiertamente enfrentados en el Consejo de Seguridad de la ONU a propósito de Irak, el recibimiento fue gélido y la cortesía, la justa. "Los franceses entienden la relación de familia en un solo sentido. Es verdad que colaboran en la lucha contra ETA, pero nunca se olvidan de presentar puntualmente la factura", comenta un ex ministro. "Cuando Aznar se sienta con Chirac, siempre acaba saliendo el negocio, mientras que con Blair puede hablar de política, por eso se encuentra más cómodo", agrega. Aunque Aznar y Blair tengan que recurrir al francés para entenderse, lo que en París debe producir regocijo.

Polifonía europea

"Europa lleva años intentando hablar en el mundo con una sola voz, pero esa voz ¿la debemos construir entre todos los europeos o nos la deben dictar sólo unos pocos en acuerdos bilaterales?", se preguntaba retóricamente el ex ministro Eduardo Serra el pasado día 11 en un artículo publicado por Abc. En La Moncloa no sentó bien que Chirac y Schröder pactasen el 14 de enero, durante una cena en París, las líneas maestras de la reforma institucional de la UE; es decir, el reparto de poder en la futura Europa ampliada. "¿Por qué Chirac y Schröder hablan en nombre de Europa y no pueden hacerlo Blair, Berlusconi y Aznar, que representan a más ciudadanos europeos?", cuestionaba recientemente un ministro. El presidente español aguantó el envite y respondió con buen talante. "La propuesta", dijo, "me parece apreciable, sin entrar en detalles y procedimientos. La idea de que haya una presidencia de la Unión... no voy a decir que sea socio fundador de la misma, pero, en fin, soy uno de los primeros", añadió.

En lo que Aznar no pudo reivindicar paternidad alguna fue en la solemne declaración contra la guerra de Irak que los máximos dirigentes de Francia y Alemania realizaron en Versalles el 22 de enero, para conmemorar el 40 aniversario de la reconciliación entre sus dos países.

Esta declaración fue utilizada por el Gobierno español para justificar a posteriori la carta que, firmada por Aznar y otros siete primeros ministros o presidentes europeos (Reino Unido, Italia, Portugal, Hungría, Polonia, Dinamarca y República Checa) publicó el 30 de enero The Wall Street Journal y otros diarios, como EL PAÍS. El texto, que el periódico estadounidense encargó a Aznar, quien se ocupó junto a Blair de recabar las demás firmas, abogaba por primar la relación con EE UU sobre cualquier otra consideración. "Hoy más que nunca el vínculo trasatlántico es una garantía de nuestra libertad [...] La relación trasatlántica no debe convertirse en una víctima de los constantes intentos del actual régimen iraquí por amenazar la seguridad mundial", decía la misiva.

La principal diferencia entre la declaración de Versalles y la Carta de los Ocho era que, entremedio, los ministros de Asuntos Exteriores de la UE habían alcanzado el 27 de enero un pacto de mínimos sobre la crisis de Irak. Es más, mientras Palacio negociaba en Bruselas la declaración común, Aznar ya había puesto en circulación el borrador de la carta entre sus posibles firmantes. Ni el presidente de la Comisión, Romano Prodi, ni Mister PESC, Javier Solana, ni por supuesto Chirac o Schröder fueron informados. Había nacido la "nueva Europa", en expresión del secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld.

Error de cálculo

"El PSOE va a quedarse solo", auguraba un ministro el pasado 12 de febrero. ¿Solo? La oposición en bloque acababa de respaldar una moción en el pleno del Congreso que desautorizaba la política del Gobierno sobre Irak. El PP tuvo que hacer uso de su mayoría absoluta para impedir que prosperase. ¿Quién estaba solo? "Francia", explicaba el ministro, "acabará pactando con EE UU y respaldando una nueva resolución en el Consejo de Seguridad. A Francia le seguirán Alemania y el resto de la Unión Europea. Al final, todos estaremos con Washington, pero España podrá reivindicar entonces que fue la primera en llegar. ¡A ver cómo se las arregla Zapatero cuando se quede colgado de la brocha y sin escalera!". Un mes después, este pronóstico parece lejos de cumplirse. El Grupo Popular sigue solo en el Parlamento y España con la única compañía de EE UU, Reino Unido y Bulgaria en el Consejo de Seguridad de la ONU. "Este asunto se nos ha ido a todos de las manos", reflexionaba la semana pasada un miembro del Gobierno, "ni Francia ni nosotros pensábamos que llegaríamos tan lejos".

"El Rey está preocupado"

Lunes 24 de febrero. Los Reyes ofrecen una cena en el Palacio Real al presidente de El Salvador, Francisco Flores, de visita oficial en España. Como es habitual, don Juan Carlos y doña Sofía se sitúan a ambas cabeceras de la mesa. A la derecha de la Reina, el presidente salvadoreño. A su izquierda, Aznar. Flanqueando al Rey, la esposa de Flores y Ana Botella. Entre los comensales, varios diputados en representación del Poder Legislativo: José Luis Rodríguez Zapatero, Luis Mardones, Jordi Jané, Luis de Grandes e Iñaki Anasagasti. Concluida la cena, todos pasan a un salón contiguo para, ya de pie, tomar el café. Como buen anfitrión, don Juan Carlos, ataviado con uniforme de gala, pasea por los corrillos y saluda personalmente a todos sus invitados. El canario Luis Mardones, que conoce desde hace muchos años al Monarca, se explaya con él: "La situación es muy grave, Majestad, nunca había ocurrido que en un tema de Estado de esta trascendencia no exista ningún tipo de diálogo. Hay que buscar puntos de encuentro, sobre todo entre los dos grandes partidos". Don Juan Carlos le hace un gesto a Zapatero, que está a menos de dos metros, para que se acerque: "Mira lo que dice Luis". Mardones repite sus reflexiones al líder socialista y el Rey apostilla: "Tenéis que dialogar, lo tenéis que hacer. El país tiene que estar unido". Zapatero responde en tono de humor: "Señor, pero si yo soy el hombre de los pactos..." Durante la breve conversación, se acercan Federico Trillo-Figueroa, que está charlando con el jefe del Estado Mayor de la Defensa, almirante general Antonio Moreno Barberá, y Anasagasti. Tras algunas bromas, en torno al puro que les ofrece un camarero y que Anasagasti se guarda en el bolsillo diciendo que es para Arzalluz, don Juan Carlos se marcha a saludar a otros invitados. "El Rey está preocupado", comentan entre sí los políticos cuando se da la vuelta.

Con información de Anabel Díez y Pilar Marcos.

José María Aznar habla con el presidente francés, Jacques Chirac, en junio de 2002 en la cumbre de Sevilla.
José María Aznar habla con el presidente francés, Jacques Chirac, en junio de 2002 en la cumbre de Sevilla.EFE
Soldados españoles ponen la bandera de España en la isla Perejil, el 17 de julio de 2002, tras desalojar a gendarmes marroquíes.
Soldados españoles ponen la bandera de España en la isla Perejil, el 17 de julio de 2002, tras desalojar a gendarmes marroquíes.ASSOCIATED PRESS

La disputa de Perejil

A comienzos del pasado verano, cuando Aznar ya sabía que EE UU se proponía atacar Irak y maduraba la actitud a tomar por España, se produjo el incidente de Perejil. El islote, próximo a Ceuta, fue ocupado el 11 de julio por gendarmes marroquíes. La presidencia de la UE, en manos de Dinamarca, difundió un contundente comunicado de apoyo a España en el que exigía a Marruecos su "inmediata retirada" del peñón en disputa. A partir de ese momento, sin embargo, Francia frenó cualquier iniciativa de la UE, temerosa de que pusiera en riesgo sus intereses en Marruecos. París adoptó una actitud de equidistancia, mientras que la OTAN, que en un primer momento no quiso pronunciarse, calificó el día 15 de "gesto inamistoso" la actitud de Marruecos. Cuando, el 17 de julio, soldados españoles desalojaron a los seis gendarmes marroquíes que seguían en el islote, la OTAN justificó la acción militar afirmando que "se ha restablecido el statu quo", mientras que Francia volvió a bloquear una nota de la UE de solidaridad con España. El Gobierno se encontró entonces con un serio problema: lo último que quería era mantener una guarnición permanente en Perejil, creando así un nuevo Gibraltar, pero tampoco podía retirarse sin garantías de que Marruecos no volvería a ocuparla. Y era imposible obtener dichas garantías, pues el Gobierno de Rabat se negaba a dialogar con Madrid. Francia se ofreció como mediadora, pero España rechazó su oferta y reclamó la intervención del secretario de Estado de EE UU, Colin Powell, cuyas gestiones facilitaron finalmente el acuerdo. "Francia quería que saliéramos derrotados de Perejil", sostiene un ministro. "El incidente demostró que, a la hora de afrontar problemas en el Norte de África, los intereses de España y Francia son contrapuestos", sostiene otro. Aznar se convenció aún más del valor de una firme alianza con Washington.

Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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