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Crónica:LA GUERRA DE AZNAR / y 3
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sangre, sudor y lágrimas

Para preocupación del PP, la guerra se retrasa, la ONU se resiste a legitimarla y las elecciones se acercan

"Me has rechazado tres veces la oferta de consenso. Sabrás que, a partir de ahora, voy a tener que darte leña". "Supongo que no te costará mucho trabajo, te coge entrenado". Estas fueron las últimas palabras que se cruzaron José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero el 2 de febrero, tras una hora y media de reunión en La Moncloa. La cita se concertó el viernes por la noche, para las cinco de la tarde del domingo siguiente. Zapatero no dudó en acudir, pese a que Aznar llevaba más de un año dando largas a su petición de una entrevista.

El jefe del Gobierno le recibió con atuendo informal, jersey de lana y pantalón de algodón. Zapatero, con traje de pana y corbata, llegó directamente desde Valencia, donde clausuró la convención municipal de su partido. La charla, en torno a un café, fue "correcta y sincera", según la describiría luego el líder socialista.

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Aznar comenzó con una reflexión sobre la situación internacional y los efectos del 11-S en la política de EE UU. Se mostró convencido de que Bush obtendría el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU para una nueva resolución que autorizara un ataque contra Irak. "Aznar cree que habrá intervención militar y va a apoyarla", le dijo Zapatero a su jefe de gabinete, José Andrés Torres Mora, ya en el coche de regreso a Madrid.

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Por tres veces intentó el jefe del Ejecutivo persuadir a su interlocutor de que le respaldara. Como último cartucho, empleó un argumento al que, a su juicio, no podía ser insensible. "Esta guerra", vino a decirle, "es una continuación de la de 1991, que apoyó Felipe González". El secretario general del PSOE le replicó que entonces Sadam Husein había invadido Kuwait y ahora no ha pasado nada similar. "Si yo estuviera en tu lugar, no me alinearía con Bush", zanjó Zapatero. En 90 minutos se liquidó el único intento del Gobierno por lograr un consenso con el primer partido de la oposición. Aquella misma tarde, Aznar habló por teléfono con Jordi Pujol, de viaje en EE UU. El presidente de la Generalitat de Cataluña hizo algunas declaraciones contemporizadoras con el Gobierno, pero no le dio su apoyo. Sólo faltaban tres días para que Aznar acudiera por vez primera al Congreso para explicar su política sobre Irak y todos los grupos habían fijado ya una posición de la que apenas iban a moverse.

Al Qaeda, en Barcelona

Tal vez demasiado tarde, Aznar se aplicó a cumplir los dos consejos que le habían dado los ocho ministros y ex ministros a los que invitó a comer el 31 de enero en La Moncloa: intentar el consenso con la oposición y hacer pedagogía ante la opinión pública. Además de convocar a Zapatero, concedió a Europa Press su primera entrevista dedicada en exclusiva al conflicto. "El Gobierno español tiene información de carácter reservado de que el régimen de Sadam Husein supone una amenaza para la paz y la seguridad de España", dijo.

Para sostener afirmación tan inquietante, agregó: "No estamos hablando de ningún tipo de fantasía [...] Acabamos de detener un célula de terroristas extraordinariamente peligrosos en Barcelona, que trabajan con armamento químico". Se refería a la detención de 16 argelinos y marroquíes, en Cataluña, el 24 de enero. No sólo en esas declaraciones, sino también en el pleno del Congreso del 5 de febrero, Aznar utilizó la operación policial para vincular Irak con la red terrorista Al Qaeda. Un argumento que se desinfló cuando el laboratorio de la Marañosa (Madrid) certificó que la sustancias químicas incautadas eran productos de limpieza.

Comida con embajador

El 12 de febrero, el embajador de EE UU en España, George Argyros, acudió a comer al Senado. Aunque el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara alta, Gabriel Elorriaga, del PP, aseguró que la visita estaba prevista mucho antes, todos la interpretaron como un desagravio por el plante de sus compañeros del Congreso, quienes rechazaron una invitación del embajador por considerar que "la sede de la soberanía popular no puede trasladarse a la residencia de un diplomático extranjero". La comida se prolongó casi dos horas y el embajador apenas probó bocado. Pese a las dificultades impuestas por la traducción -Argyros no habla español, aunque lleva más de un año en Madrid-, los portavoces de todos los grupos, por riguroso turno, criticaron la política de Bush, con la excepción del PP.

El embajador aseguró que los países que defienden en el Consejo de Seguridad la continuación de las inspecciones (Francia y Rusia) son los que tienen mayores intereses petrolíferos en Irak y dio por hecho que habrá ataque militar al asegurar que "la palabra guerra es fea, pero hay que asumirla para garantizar la libertad y la seguridad de todos".

Tras destacar que las relaciones entre Madrid y Washington son extraordinarias y darán estupendos resultados en el futuro, también en cooperación antiterrorista, pronunció una frase que varios asistentes interpretaron como un velado reproche a la forma en que España encara el problema de ETA: "No comprendo cómo los españoles han tenido tanta paciencia con el terrorismo; desde luego, los americanos no estamos dispuestos a tenerla". El portavoz de CiU, Francesc Marimón, le reprochó educadamente el comentario y la socialista Fátima Aburto pidió la palabra para contestarle, pero los timbrazos que marcan el inicio del pleno obligaron a concluir precipitadamente la sobremesa con una protocolaria despedida.

Tres millones en la calle

Primero fueron los cómicos. Luego los estudiantes, intelectuales y sindicalistas. Finalmente, hasta los jubilados y los niños. Más de tres millones de personas salieron a la calle en España el 15 de febrero para intentar parar una guerra que se presentaba como inevitable. En todas las ciudades se contabilizaron multitudes nunca antes reunidas. Si los políticos pretendían encabezar la protesta, quedaron atascados en medio de la muchedumbre. Los españoles hicieron una exhibición de civismo. Cuando las calles se vaciaron no había ni una farola rota.

La inesperada movilización social produjo desconcierto en las filas del PP. El secretario general del partido, Javier Arenas, fue el encargado de salir a la palestra. "Estamos de acuerdo con todas las personas que se han manifestado en que no queremos la guerra", dijo, en una declaración cuidadosamente medida. Habría resultado ridículo intentar minimizar la magnitud de la protesta, sobre todo tras el precedente de la huelga general del 20-J, de la que acabaron aceptándose todas las reivindicaciones aunque oficialmente no existió. Arenas no se resistió, sin embargo, a lanzarle una puya al PSOE. Le acusó de "manipular los sentimientos de los ciudadanos".

Las dudas del PSOE

El 18 de febrero, Aznar se sacó un as de la manga. El Grupo Popular aceptó a última hora cambiar la forma del debate en el Congreso, como la oposición le venía reclamando, para que el pleno votase una resolución sobre Irak. Y presentó su propia propuesta, el texto pactado el día anterior por la Cumbre de la UE en Bruselas, un compromiso de mínimos que salvaba precariamente las profundas fisuras entre los socios. Aznar puso a Zapatero en un brete. O votaba con el Gobierno o se automarginaba del consenso europeo.

Los socialistas tuvieron menos de dos horas para optar. Hubo momentos de tensión y titubeos. Felipe González dijo que sólo se podía apoyar el documento de la UE si se explicaba que se trataba de un desacuerdo pactado, más que de un verdadero acuerdo. Caldera se preguntó cómo podrían entender los millones de manifestantes que el PSOE votara junto al PP.

"Escuché a muchos compañeros, pero la opinión contundente de Pepe Blanco [secretario de Organización] me convenció de que debíamos mantenernos en el no a la posición del Gobierno", admitió más tarde Zapatero. La estratagema sirvió al PP para atraerse el voto de CiU, pero por poco tiempo. Los nacionalistas catalanes se dijeron engañados cuando Aznar presentó junto a Bush la propuesta de resolución que abría el camino a la guerra.

Gabinete de crisis

El pasado domingo, y también el anterior, Aznar reunió en La Moncloa el Gabinete de crisis, integrado por los dos vicepresidentes, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato; los ministros de Asuntos Exteriores, Ana Palacio; Defensa, Federico Trillo-Figueroa; Interior, Ángel Acebes, y Hacienda, Cristóbal Montoro; el secretario general de Presidencia, Javier Zarzalejos; el director del servicio secreto (CNI), Jorge Dezcallar, y el secretario de Estado de Comunicación, Alfredo Timermans.

Las reuniones del Gabinete de crisis, cuya propia celebración tiene carácter secreto, no son sin embargo el foro más adecuado para el debate político. Su funcionamiento sigue la mecánica del Consejo de Ministros. El presidente del Gobierno, que trata a sus miembros de "usted", les da la palabra para que informen por turno de sus áreas de responsabilidad y Aznar imparte al final las correspondientes instrucciones.

¿Cuándo discute entonces el partido del Gobierno? En teoría, en las reuniones de maitines, que cada lunes se celebran en la sede de la calle Génova, y a las que acuden también Arenas, Luis de Grandes y Jaime Mayor Oreja. "Yo nunca he tenido ningún problema para decirle a Aznar exactamente lo que pienso", afirma Rajoy. Es mucho decir para un gallego.

Las preocupaciones de Rato

"Esto es un partido político, no una ONG, y naturalmente nos preocupan las encuestas, pero se equivocan quienes creen que hay divisiones", afirma Rato. La publicación en Abc, el pasado día 25, de un artículo que advertía sobre los efectos perniciosos de la guerra en la economía, firmado por José Manuel Fernández Norniella, presidente de las Cámaras de Comercio y ex secretario de Estado con Rato, hizo que se atribuyeran al vicepresidente segundo posiciones críticas con la política oficial sobre Irak.

En una entrevista publicada el pasado día 15 por EL PAÍS, Rato evitó contestar a la pregunta de si se manifestaría contra la guerra de no ser miembro del Gobierno. Quizá por todo ello, fue uno de los primeros que el pasado día 3 pidió la palabra ante la Junta Directiva Nacional del PP para expresar su adhesión a Aznar. "Ahora se demuestra nuestro acierto cuando te elegimos presidente del partido hace 12 años", afirmó el único dirigente que se ha postulado hasta ahora para suceder a Aznar.

Guerra municipal

El Gobierno confiaba en una guerra rápida, relativamente incruenta y exitosa, que contase con el respaldo de Naciones Unidas y empezase en febrero, lo que facilitaría un vuelco de la opinión pública antes de las elecciones del 25 de mayo. Hasta ahora, sin embargo, ha funcionado a la perfección el principio de Peter. Todo lo que va mal es susceptible de empeorar. La guerra se retrasa, la ONU se resiste a legitimarla y se acerca inexorable el inicio de la campaña electoral.

"En las municipales y autonómicas", afirma Rajoy, "la gente vota por la gestión del alcalde o el presidente, no por lo que pase en Irak. Como mucho puede afectarnos en uno o dos concejales". En algunas ciudades, uno o dos concejales puede ser la diferencia entre gobernar o pasar a la oposición.

De Chamberlain a Churchill

"Algunos me preguntan si soy consciente de que situaciones tan duras como ésta suponen un desgaste. ¿Cómo no iba a serlo, si llevo la mayor parte de la carga?", proclamaba Aznar ante la Junta Directiva Nacional del PP.

El presidente del Gobierno, que el pasado verano tuvo como libro de cabecera El Tercer Reich, de Michael Burleigh, echó mano de lo sucedido en vísperas de la Segunda Guerra Mundial para contrarrestar el efecto en la moral de su partido de las multitudinarias manifestaciones del 15 de febrero.

"Seguramente", afirma, "también cientos de miles de personas aclamaron en 1938 en Londres al primer ministro Chamberlain y en París a Daladier porque no declararon la guerra a Hitler cuando se anexionó los Sudetes". Aunque no siguió con el paralelismo histórico, Aznar sólo pudo prometer a los 500 cargos del PP "sangre, sudor y lágrimas", como Winston Churchill a los británicos en 1940. El problema es que Churchill ganó la guerra, pero perdió las elecciones.

on la colaboración de la Sección de Documentación de EL PAÍS.

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La Puerta del Sol de Madrid, el pasado 15 de febrero, repleta de manifestantes contra el ataque militar a Irak.
La Puerta del Sol de Madrid, el pasado 15 de febrero, repleta de manifestantes contra el ataque militar a Irak.LUIS MAGÁN

Aznar, 'tex-mex'

Cuando George Bush recibió a José María Aznar en el despacho oval, el pasado 18 de diciembre, volvió a recordarle su invitación a mantener una charla "en torno a la chimenea". Al regresar a Madrid, Aznar encargó a su jefe de gabinete, Carlos Aragonés, que le preparase temas sobre los que charlar distendidamente con Bush. Así empezó a cocinarse la visita al rancho de Crawford (Tejas), donde el presidente de EE UU sólo invita a mandatarios por los que tiene gran interés personal (el británico Tony Blair) o político (el ruso Vladimir Putin, el chino Jian Zemin y el príncipe saudí Abdalá).

Aznar llegó a la finca el viernes 21, tras una escala en México, donde fue recibido con hostilidad por los medios de comunicación (que le atribuyeron la pretensión de cambiar el voto mexicano en el Consejo de Seguridad en favor de las tesis de EE UU) y con frialdad por el presidente Vicente Fox, que eludió comparecer junto a él ante la prensa.

Más agradable fue la estancia en Crawford, que incluyó cena, desayuno y paseo campestre. En su comparecencia conjunta, Bush y Aznar presentaron la propuesta de resolución que declara que Irak ha incumplido la 1.441 y se expone, por tanto, a "serias consecuencias".

¿De qué hablaron en el paseo? Lógicamente, de la previsible actitud de cada uno de los otros 13 miembros del Consejo de Seguridad ante la nueva propuesta y también del conflicto palestino-israelí, en el que EE UU subordina cualquier posible avance a la desaparición de Yasir Arafat como interlocutor. Pero la agenda incluía temas menos inmediatos, como la clonación y el medio ambiente, en los que ambos comparten puntos de vista. Tal fue la sintonía entre Aznar y Bush que el primero sorprendió en la rueda de prensa imprimiendo acento mexicano a su castellano de Madrid.

Para Bush, Aznar tiene más atractivos que los que se derivan de su condición de gobernante de una potencia media europea. Es, tal vez, un posible apoyo para conquistar a la importante minoría hispana, la primera de EE UU según el último censo. Bush no olvida que ganó la Casa Blanca gracias al disputado voto de Florida, gobernada por su hermano Jeb. De cara a la reelección, en noviembre de 2004, pretende asegurarse el apoyo de una comunidad que o no vota o, cuando lo hace, se inclina mayoritariamente por los demócratas.

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