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Columna
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Del cigarro a la enfermedad

Andrés Ortega

Aunque las protestas hayan subestimado la capacidad de resistencia de Chávez y éste la tenacidad de aquéllas, las movilizaciones han sido de tal envergadura en Venezuela que el mandato de Chávez está, cuando menos, cuestionado. Nadie le niega a Chávez la legitimidad democrática de origen, pues ganó en 1999 unas elecciones que marcaron el derrumbe del anterior sistema, corrupto. Tras su elección, obtuvo, en julio de 1999, el 98% de los escaños de la Asamblea Nacional Constituyente, con el 65% del voto pero una abstención del 53,7%. Claro que, si eso pasó, los que se abstuvieron entonces y hoy gritan contra Chávez tuvieron también su parte de responsabilidad.

En democracia, la legitimidad se gana en las urnas, y en ellas se revalida o pierde, pero también el mal ejercicio del poder puede erosionarla o anularla. El ex golpista diseñó una nueva Constitución a su medida, pero, incluso así, la ha violado en numerosas ocasiones. La modificó, tras ser promovida, con algunos retoques sustanciales, entre ellos la Exposición de Motivos o las competencias de la Sala Constitucional, que se introdujeron con posterioridad al referéndum que la aprobó masivamente, aunque con otra alta abstención: el 57,7%.

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Los ejemplos de totalitarismo de Chávez, que no se ha corregido, son abundantes. Entre otros, con dinero público ha montado grupos paramilitares; en educación, ha fomentado la manipulación de la conciencia a través de los manuales (por ejemplo, con ejercicios para escolares que equivalen a la delación de familiares y vecinos); la Ley de Telecomunicaciones de 2000 le dio carta blanca para dictar "las regulaciones que juzgue necesarias" sobre el contenido de las retransmisiones de radio y televisión "cuando lo juzgue conveniente a los intereses de la nación"; y la ha utilizado.

A estos hechos se pueden contraponer otros, mas no negarlos. Pero cuando millones de personas, con pérdida de ingresos y riesgos físicos personales, salen a la calle y declaran una huelga durante cinco semanas, no cabe considerarlos simplemente un movimiento de "la oligarquía" contra "el pueblo". Es una protesta interclasista e incluso -le pese o no a Chávez- interracial. El presidente ha dividido a la sociedad sin corregir en nada sus injusticias. La corrupción del anterior sistema impulsó la victoria de Chávez, pero éste cayó en otra igual o mayor. Como señala un agudo espectador en Venezuela, la causa fue la demagogia y la corrupción, y el efecto, Chávez: "Como la causa es el cigarro, y el efecto, el cáncer".

¿Cómo tratarlo? La forma en que Venezuela salga de este atolladero determinará el futuro de su democracia. Dirimir pacíficamente el gigantesco desacuerdo en condiciones tan extremas aconsejaría una consulta en las urnas, ya sea referéndum o unas elecciones anticipadas, en una modalidad a pactar, y pese a que la oposición no parezca suficientemente preparada como posible alternativa. Salvando las distancias: tras Mayo del 68, aunque una vez terminada la protesta, De Gaulle optó por elecciones legislativas; y, por cierto, las ganó. El peligro de una guerra civil en Venezuela es real. El país tiene que encontrar una salida democrática, no por un golpe de Estado, que, en el fondo, puede buscar Chávez y al que se resisten algunos militares críticos de peso. A esa salida democrática se puede contribuir desde fuera, con el Grupo de Amigos de Venezuela que se está formando ante la insuficiencia de la OEA y de su secretario general, César Gaviria, tras la errática política seguida hasta ahora por Washington y la ausencia de Europa en los meses pasados. ¿Aún está Aznar en la tesis de "civilizar" a Chávez?

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