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La ley de Mickey Mouse

Peter Pan, el niño que no quería crecer, acaba de entrar en el mundo de los adultos por la puerta de la Corte Federal de Estados Unidos. El autor canadiense Emily Somma reclamó el 31 de diciembre pasado en un juzgado de San Francisco su derecho a publicar una obra (propia) basada en los personajes de Peter Pan, incluidos Wendy, Campanilla y el Capitán Garfio. En su opinión, son de dominio público, no están sujetos al copyright registrado en 1929 por el Hospital Infantil Great Ormand Street de Londres, al que James M. Barrie cedió los derechos de su obra, escrita en 1904.

Éste es sólo el último caso del cada vez más encendido debate sobre propiedad intelectual y derechos de autores y editores, una lucha especialmente feroz en Estados Unidos, donde expertos en derecho e Internet, como Lawrence Lessig, profesor de la Stanford Law School, están luchando a brazo partido contra los intereses de las firmas que tratan de mantener sus muy rentables copyrights a toda costa.

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Autor de El futuro de las ideas y El código y otras leyes del Ciberespacio (editado por Taurus en España), Lessig ha defendido en distintos campos (informática, música, cine) que las obras de dominio público "aumentan extraordinariamente la diversidad cultural y ahorran costes al consumidor".

Lessig participó activamente como asesor de los jueces del caso Microsoft hasta que fue recusado por la compañía de Bill Gates, y defendió en octubre pasado ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos el recurso contra la ley de 1998, que aumentó en 20 años la vigencia del copyright para todas las obras culturales.

Esa ley es conocida como Ley Mickey Mouse, ya que fue promovida, entre otros, por la poderosa Disney para mantener el copyright de películas, obras, libros y música sobre el famoso ratoncillo hasta que pasen 70 años -en vez de los 50 anteriores- de la muerte de su autor.

El fallo, que se conocerá en julio, afectará también a obras como la Rhapsody in blue, de Gershwin, y a libros de Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald.

Según Pedró Farré, responsable de la Oficina para la Defensa de la Propiedad Intelectual de la SGAE, las presiones de las grandes productoras discográficas estadounidenses para que Europa aumente la vigencia de los copyrights de las grabaciones son "calcadas a las que ya realizaron las majors del cine con el caso Mickey Mouse".

"El espíritu de la propiedad intelectual europea se apoya en el derecho moral del autor, mientras que en el mundo anglosajón el gran protagonista del derecho es el productor, a quien el autor cede en exclusiva sus derechos", explica Farré. "Como hay mucho dinero en juego, los productores presionan para que las obras no lleguen a ser de dominio público y nadie las pueda explotar sin licencia ni autorización".

La gran pregunta que subyace a la polémica, añade Farré, es la siguiente: "¿Debe equipararse la propiedad intelectual a la propiedad privada; es decir, debe durar para siempre? La filosofía europea cree que se debe limitar el tiempo del derecho, pues pasado ese tiempo es la sociedad quien detenta la obra como un bien cultural. La teoría anglosajona, más mercantilista, aboga por no limitar el tiempo ni, por supuesto, los beneficios que genera esa propiedad".

Lessig, creyente fanático en la democratización cultural que supone Internet, es el gran enemigo en casa del copyright. Y su argumento será básico, pero también demoledor. "El dominio público permite hacer copias rápidas, siempre, y gratis".

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