La voz compartida
Rafael Alberti fue poco partidario de las declaraciones esencialistas sobre la poesía. Más que un mundo de valores definitivos, le inquietaba la sucesiva interrogación abierta por la vitalidad del impulso lírico. Cada vez que era invitado a presentarse en público, cada vez que se le pedía una poética o un autorretrato literario, optaba por evocar su evolución, una travesía impaciente a lo largo de diversos estilos. Sirven de ejemplo las palabras escritas para Poesía española (1934), la segunda antología de Gerardo Diego: "He intentado muchos caminos, aprovechándome, a veces, de aquellas tendencias estéticas con las que simpatizaba. Los poetas que me han ayudado, a los que sigo guardando una profunda admiración, han sido Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles, Garcilaso, Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado".
No resulta difícil identificar a los autores admirados en los "muchos caminos" que caracterizan la poesía de Rafael Alberti anterior a la guerra civil. Marinero en tierra (1925) supuso una lectura vanguardista de la tradición, en la que las metáforas ultraístas agitaban los endecasílabos clásicos y el cancionero tradicional se unía a la elaboración culta de la poesía popular, para reconstruir la inocencia de los mares del Sur (Gil Vicente, Garcilaso, Juan Ramón Jiménez, Baudelaire). Cal y canto (1929) extremó la autonomía del lenguaje poético en las estirpes simbolistas y parnasianas, amparado en la atmósfera antisentimental de la deshumanización del arte y la palabra pura (Góngora). Sobre los ángeles (1929) apostó por la crisis surrealista, de calado romántico, que venía a cuestionar el orden racionalista de los individuos y de las estrofas (Bécquer). Esta rebeldía vital se encauzó finalmente hacia el compromiso político, que unas veces usó los tonos populares de la consigna y la sátira (Lope de Vega), y otras veces necesitó la música reflexiva, casi coloquial, capaz de indagar más seriamente en las relaciones de los sentimientos subjetivos con la historia (Antonio Machado).
El itinerario poético de Rafael Alberti condensa así buena parte de la lírica europea del siglo XX con sus búsquedas, sus hallazgos y sus contradicciones. Esta movilidad horizontal ha servido con frecuencia para que fuese destacada la maestría formal del poeta gaditano, dueño de las rimas, las estrofas, los versículos, las impertinencias vanguardistas y las sátiras, hasta el punto de salvar airosamente los peores atolladeros lingüísticos. A ver cómo sale Rafael de ésta..., y Rafael sale con una agilidad deslumbradora. Sin embargo, la simple retórica y el formalismo suelen ser méritos humildes en la historia literaria, propios de poetas superficiales, de alcance menor. Por eso conviene destacar ahora, desde las nuevas perspectivas líricas, que la movilidad estética de Rafael Alberti se carga de gravedad, de levedades profundas, llegando a representar el interior, el signo ideológico, del poeta contemporáneo. Alberti es un nómada estilístico porque está instalado en la insatisfacción, porque vive en una realidad llena de carencias y porque necesita asumir la voz del deseo, que es una indagación perpetua, una forma de conciencia que no puede detenerse en identidad alguna.
Mucho antes del exilio político de 1939, Rafael Alberti era ya un exiliado poético, un marinero en tierra, un ángel caído, la palabra que comprende su vacío, su falta de raíces, y que intenta formalizarse, condenada al perpetuo desplazamiento de la vida y de los estilos. La piel de la poesía de Alberti es inseparable de su conciencia, y el oficio del artesano deslumbrante implica una extensión de su ética, de su actitud moral ante realidades poco hospitalarias. Más allá de los contenidos políticos, resulta hoy imprescindible la interpretación ideológica de la figura de Rafael Alberti, como habitante de un espacio poético abierto en las contradicciones de la sociedad contemporánea. Sólo así se comprenderá su lección en la poesía española joven, que no tiene que ver con la quincallería retórica, sino con la profundidad de una herida ideológica, un ámbito histórico e individual en el que están llamados a encontrarse, con formalidad, las razones y los sentimientos.
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