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San Giuliano y el 'Prestige': no olvidar

La conmoción, hasta las lágrimas, que nos ha producido el derrumbamiento del colegio de San Giuliano, con tantos niños -todos, para algunas familias- víctimas de una terrible catástrofe visible, no debe olvidarse. No debe olvidarse la falta de preparación -vecinos escarbando la tierra con las manos- que, una vez más, muestran países muy "desarrollados" ante tragedias de esta índole, naturales o provocadas.

Cuando escuchábamos los nombres, uno a uno, gota a gota, de los fallecidos -como en el aniversario del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York- surgía de muy hondo el "¡nunca más!", la firme resolución personal de contribuir, cada uno en el marco de sus posibilidades, a que no se repitieran situaciones desgarradoras parecidas. Eran momentos de reflexión y de acción, como corresponde a "ciudadanos-actores", convencidos de que es necesario el establecimiento de nuevas prioridades a escala nacional y mundial, de tal modo que estas situaciones recurrentes no nos sorprendan y, desprevenidos, azorados, no sepamos cómo reaccionar. Saber para prever, prever para prevenir. Y, cuando no se puede prevenir, se puede aminorar el efecto si, de antemano, se han establecido los distintos escenarios posibles y las medidas a adoptar en cada uno de ellos. Para que los errores del pasado no se repitan tenemos que adoptar una actitud prospectiva. La memoria del futuro tiene en cuenta las lecciones del pasado, pero mira permanentemente hacia delante.

Precisamente, el principal papel de la Universidad y las instituciones científicas es este, el de avizorar, el de procurar elementos basados en el rigor que asistan a los gobernantes tanto en las medidas de emergencia como, sobre todo, en la previsión y prevención.

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Sin embargo, en pocos días la turbamulta de noticias nos distrae, nos arrastra, nos reduce de nuevo a "ciudadanos-espectadores" que llegan a aceptar como irremediables sucesos de este tipo. Y permanecemos "conformados", ahormados, hasta que un nuevo acontecimiento particularmente impresionante y revulsivo, como el del Prestige, despierta nuestro entumecido espíritu y se repite, siempre efímera, nuestra espontánea y sincera exclamación "¡nunca más!".

Para evitar la evanescencia de nuestros sentimientos más genuinos con relación a la vida, a los niños, a la defensa de la naturaleza..., tenemos que corregir rápidamente los dos principales errores que han conducido hasta ahora al fracaso, al olvido. El primero, buscar fuera las respuestas que debemos hallar dentro de nosotros. La voluntad, la perseverancia, la dedicación, no pueden pretenderse virtudes de los gobernantes si no se cultivan y cosechan por parte de los gobernados. El segundo es infravalorar, en un sistema democrático, el poder de la sociedad, la fuerza de "la voz de la gente", si se alcanza el volumen suficiente en el momento oportuno. Voz de la gente, bien encauzada, que reclame con la insistencia y firmeza necesarias unas acciones concertadas mediante la interacción permanente de políticos, parlamentarios, miembros de los consejos municipales, especialistas en los distintos temas, tan rápidas y eficaces como lo permitan el conocimiento y los medios técnicos disponibles.

Es tiempo de acción. Es tiempo de no olvidar. Es tiempo de mirar hacia adelante y de formular las propuestas que permitan iniciar sin más demora este gran viraje de rumbo -social y económico, medioambiental, cultural y ético- que el mundo necesita con apremio. Es tiempo de pensar menos en unos cuantos y más en todos, si de verdad creemos que todos los seres humanos son "libres e iguales en dignidad", como reza el artículo 1º de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Es tiempo de ser conscientes de lo visible... y lo invisible. Del genocidio invisible -cuando gastamos al día más de 2.000 millones de dólares en armas- de quienes mueren de hambre: alrededor de 1.200 personas cada hora, como nosotros, mueren de inanición, de insolidaridad. Mueren desoídos, inadvertidamente. Es tiempo de ver y escuchar al conjunto de la Tierra. Es tiempo, sobre todo, de hacer posible -y ésta es la principal responsabilidad de los dirigentes- que todos los seres humanos puedan cumplir su misión de vida.

Cada día resulta más urgente la consolidación de instituciones internacionales de gran prestigio y rigor, respetadas por todos los países, para que establezcan los códigos de conducta necesarios y los mecanismos apropiados para garantizar su cumplimiento. He insistido en muchas ocasiones en la contradicción que representa la vigencia de un sistema democrático a escala nacional -con leyes justas, con los mecanismos punitivos y preventivos apropiados, etcétera- y una oligarquía a escala supranacional, donde tanto los Estados como las corporaciones privadas campan a sus anchas en medio de la ausencia de normas y en total impunidad (tráfico de drogas, de armas, de capitales, paraísos fiscales). A través de una gran red de redes, procuramos aunar a organismos, entidades y personas en todo el mundo para fortalecer a las Naciones Unidas y otras instituciones de ámbito global, con el fin de poder disponer, a continuación, de normas y pautas observadas unánimemente (Consejo de Seguridad Medioambiental, por ejemplo).

No se trata sólo de vertidos de petróleo como consecuencia de accidentes que hubieran podido evitarse, o paliarse, siguiendo recomendaciones ya establecidas (doble casco, compartimentación, rutas en alta mar acercándose a las costas sólo cuando se reciba la autorización pertinente...), sino también del lavado en medio del océano de los fondos de los barcos, en lugar de utilizar las instalaciones correspondientes en los puertos. El resultado es una extensa monocapa de gran densidad que asfixia el fitoplancton que, por la clorofila que contiene, constituye el mayor sistema de recaptura de anhídrido carbónico. En efecto, el mar es el "gran pulmón" del planeta y, al disminuir su capacidad funcional -junto con la reducción de los bosques-, estamos degradando la calidad atmosférica que legaremos a las generaciones venideras. Y que conste que disponemos de un sistema de observación (el GOOS, Global Ocean Observatory System) que permite identificar, mediante satélites, aquellos petroleros que no siguen las normas para el lavado de fondos... Pero es inútil, porque no existen las autoridades mundiales "reguladoras" que, en las Naciones Unidas en particular, deberían velar por la calidad del medio ambiente.

Hay, pues, que pasar a la acción formulando propuestas concretas. Entre otras, teniendo hoy especialmente en cuenta a la escuelita italiana y al petrolero Prestige, podrían citarse:

- Revisión completa de las estructuras de los centros escolares e inversión incrementada en el sistema educativo, para que no sólo sean sólidos los edificios, sino también la calidad de la formación que se imparte, ya que el mañana común dependerá de los ciudadanos de mañana. Ciudadanos que, con una perspectiva mundial, piensan lo que hacen y hacen lo que piensan, con esta independencia y soberanía personal que confiere la educación.

- Invertir en la atención familiar a los niños y adolescentes, favoreciendo la interacción entre padres-escuela.

- Poner rápidamente a punto las tecnologías adecuadas para actuar eficazmente -mediante las alianzas internacionales pertinentes- en caso de catástrofes de cualquier índole (terremotos, incendios, vertidos y emisiones tóxicas, etcétera). Hoy estamos preparados, con grandes alianzas militares, para defender la integridad territorial..., pero no la de sus habitantes.

- Aplicar las normas para la reducción del impacto de catástrofes (Naciones Unidas-Unesco, 1989-1998).

- Invertir más en seguridad personal, en erradicación de la pobreza y la exclusión, cumpliendo las promesas de cooperación internacional y creando un horizonte más apacible para la humanidad entera, nuestro gran patrimonio, nuestra esperanza.

Es tiempo de acción. Es tiempo de no olvidar.

Federico Mayor Zaragoza es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación para una Cultura de Paz.

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