El último viaje del padre de D'Artagnan
El cuerpo de Alejandro Dumas es trasladado al Panteón de París entre discursos y teatro callejero
Alejandro Dumas, uno de los escritores más populares de todos los tiempos, creador de personajes que se han convertido en mitos entre el gran público, como son los mosqueteros D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramis, o el famoso conde de Montecristo, entró ayer en el Panteón de París para que ahí descansen sus huesos 200 años después de su nacimiento en el pueblecito de Villers-Cotterêts. Con Dumas ya son seis los escritores y autores de ficciones que reposan en el Pantéon de París. Voltaire, Rousseau, Zola, Víctor Hugo y Malraux le precedieron. El acto de ayer estuvo rodeado de una serie de representaciones callejeras de fragmentos de obras de teatro. Se sumó el elogio académico -discurso de Alain Decaux- y el político -parlamento del presidente Jacques Chirac-.
Dumas es un artista moderno por su concepción industrial de la creación
París se llenó de curiosos para seguir la representación ambulante
La elección de Alejandro Dumas para convertirse en el 70º francés merecedor de los honores de la República estuvo rodeada de un ceremonial altamente simbólico, en el que se dieron la mano lo sublime y lo kitsch. Así, la voz de dos actores de la Comèdie Française, que leyeron algunos de sus mejores textos, se cruzó con la imagen de una muchacha mulata disfrazada de República cabalgando un corcel blanco, el mismo que acaba de servir al actor Christian Clavier para su papel como Napoleón en una serie televisiva. El presidente Chirac, en su discurso, subrayó la condición de mulato de Dumas y los problemas que esa condición comportaron para él en la Francia del XIX, para mejor poner de relieve que él, presidente de la Francia que entra en el siglo XXI, lo elegía para el Pantéon precisamente por ello, por haber sabido vivir la vida al margen de las convenciones, al tiempo que era huérfano de un padre militar, servidor del Estado bonapartista.
Las calles de París se llenaron de curiosos para seguir la representación ambulante sobre una tarima con ruedas, donde los jóvenes intérpretes representaban momentos elegidos del teatro de Dumas. Para el autor de Los tres mosqueteros, el teatro era su principal obsesión desde que, en 1825, cuando sólo tenía 23 años, consiguió que comenzaran a representarse sus primeras piezas. En 1829 obtuvo un primer gran éxito con Henry III et sa cour, al que sucedieron otros muchos, así como experiencias desafortunadas, como la creación de un teatro de su propiedad, con el que se arruinó en 1851.
Más de 300 películas han utilizado a Dumas como guionista. No es extraño que hayan encontrado en él un filón, no en vano su obra incluye nada menos que 37.267 personajes. Algunas de sus 80 novelas las recicló él mismo en espectáculo teatral, siempre con un marcado gusto por la truculencia, por una concepción de la historia romántica, en la que sólo se valora lo excepcional, la desmesura. Sus grandes viajes alimentan también su imaginación, a menudo atraída por lo exótico. Las posadas de mosqueteros tienen el valor de lo auténtico en buena parte gracias a otra pasión dumasiana: la cocina. El último libro del prolífico escritor fue precisamente eso, un libro de recetas de cocina, hoy revisado por Alain Ducasse, y que tiene el atractivo de incluir platos tan exóticos como los pies de elefante macerados al vino tinto.
Republicano convencido, en 1860 se suma a la revolución unificadora italiana de Garibaldi y marcha a Nápoles como contrabandista de armas para los rebeldes. Será su última gran aventura, pues regresará a Francia, arruinado de nuevo (él afirmaba haber ganado y dilapidado a lo largo de su vida nada menos que 18 millones de francos oro), y se refugiará en casa de su hijo Alejandro -"mi mejor obra"-, al que olvidó durante ocho años en un internado, pero que, desde 1848, con La dama de las camelias, compite en celebridad con ese padre excesivo, simpático, mujeriego y derrochador.
Dumas es un artista moderno o contemporáneo por su concepción casi industrial de la creación, porque anticipa el trabajo en equipo de los guionistas de cine, porque adoptó maneras que hoy son habituales entre quienes andan metidos en el mundillo del entretenimiento de masas. Fue de los primeros en huir de París y encerrarse en un albergue para poder inventar con calma los encargos o proyectos que tenía entre manos y que su inmensa popularidad le impedía desarrollar en la capital. Los tres mosqueteros surgieron de una fonda de Saint Germain en Laye, cuyo cocinero es, entre otras cosas, el creador de la salsa bearnesa, salsa a la que se rinde homenaje en el texto a pesar de que no existía en la época de Richelieu.
Lo cierto es que los actos público de ayer no tuvieron nunca la grandeza o solemnidad de los que acompañaron, por ejemplo, la entrada en el Pantéon del resistente Jean Moulin. Entonces, con su estilo vehemente y atemporal, André Malraux supo darle dramatismo a la iniciativa, estar a la altura de la intención de De Gaulle, que quería reconciliar su figura con la Resistencia de izquierda. Mitterrand también supo servirse del Pantéon para reforzar su imagen de monarca republicano, pero la operación chiraquiana, puesta bajo el sino de lo "blanc-black-beur", es decir, del hermanamiento de los franceses de origen africano-magrebí con los metropolitanos, no funcionó con la potencia del equipo de fútbol de 1998, campeón del mundo. La simbólica deportiva, la de la "Francia que gana", es más directa y se presta, en definitiva, mejor a las simplificaciones y a la instrumentalización política que la figura de Dumas.
En ese sentido no es extraño que varios dirigentes prefirieran ayer dejarse ver en las tribunas de Bercy como animadores del equipo nacional de tenis en la copa Davis antes que aparecer como espectadores de un montaje de teatro callejero de calidad e interés más que dudosos.
La panteonización del negro
La entrada en el Pantéon de París de los restos mortales de Alejandro Dumas es también la del primer hombre de color al que Francia rinde homenaje. La abuela de Dumas era una esclava de Haití que, después de dar a luz a su padre, futuro general Dumas, y a otros tres hijos, es revendida por su propietario, el marqués Antoine Davy de La Pailleterie. Es el sexto escritor enterrado en esa tumba para "grandes hombres", pero es el primer negro, en un doble sentido. En el que remite al color de su piel, pero también al que hace referencia al trabajo de un escritor que no puede firmar sus escritos, que presta su talento y su pluma a otro. Con Dumas ingresa también en la gloria republicana Auguste Maquet, que redactó buena parte de las 200 obras del frenético Dumas, coinventor oculto de Los tres mosqueteros o de El conde de Montecristo. Eso puede parecer irreverente o sacrílego, pero corresponde a una realidad moderna, de la literatura popular, publicada semanalmente, con la obligación del "continuará", de saber crear dependencia en el lector, adicción, de no acabar nunca un capítulo sin abrir expectativas. Había que escribir mucho y deprisa, producir folletines y dramas teatrales, satisfacer una demanda importante y siempre renovada. De ahí que Dumas necesitase de la colaboración de Maquet, algo que le reprocharon sus contemporáneos de numerosas maneras, marginándole en el futuro y durante más de 100 años de los manuales escolares de literatura, ya sea a través de ataques abiertos como el de Eugène de Mirecourt, que escribió Fabrique de romans: Maison Alexandre Dumas et Cie. Mirecourt le reprochaba dos cosas: la utilización de "negros" y también "que basta con rascar la corteza del señor Dumas para encontrar el salvaje, el negro". El presidente Jacques Chirac, al decidir la panteonización de Dumas, propone la reconciliación oficial del país con su realidad mestiza y con una cierta concepción de la creación del arte popular.
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