Marea de eufemismos
El desastre del Prestige puede convertirse en el mejor resumen de la situación política española, caracterizada de modo creciente por el recurso permanente al eufemismo. Veamos. Cuentan los periodistas que el vicepresidente primero del Gobierno, Mariano Rajoy, al frente del equipo de crisis, hubo de vérselas en la conferencia de prensa del pasado sábado en A Coruña con una tropa poco complaciente de periodistas extranjeros. Habían venido ex profeso desde sus redacciones y andaban desde hace días firmando sus crónicas en Corcubión (The New York Times), en Fisterre y en otras localidades pesqueras, cuyos nombres han quedado inscritos por primera vez en los grandes diarios por la desgracia del Prestige.
Refieren los colegas cómo el vicepresidente Rajoy negó allí con rotundidad que el petrolero hundido siguiera filtrando fuel desde el fondo marino, como mantiene el Instituto Hidrográfico de Portugal, defendió el comportamiento de las autoridades españolas, de cuyo errático proceder deja constancia indeleble la deriva descrita por el barco desde que se declaró la vía de agua, rehusó que pudiera hablarse de "marea negra" y dijo que más bien se trataba de "una proliferación de manchas localizadas". Así que, frente a la "marea negra" agitada por los periodistas de la desinformación, el ministro más templado del Gabinete ha sabido desplegar el antídoto de otra marea: la de los eufemismos.
Decía Fernando Fernán-Gómez que las bicicletas son para el verano, y sabemos que los presidentes de las comunidades autónomas son también para estas ocasiones y desastres. Pero el de la Xunta de Galicia estuvo unas horas fuera de control visual aunque al alcance del teléfono móvil. Todo apuntaba a una jornada cinegética en Aranjuez. Manuel Fraga aduce que en Madrid habló el sábado pasado con la secretaria general de Pesca, que resulta ser su hija, y que estaba comprometido en una partida de caza con unos amigos a los que hubo de dejar plantados sin compartir siquiera con ellos el tradicional taco. Entre los convocados se encontraba Fernando Fernández Tapias, presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, poderoso naviero y uno de los mejores expertos en transporte de hidrocarburos. O sea que, como aquel fabricante de los porteros automáticos en La escopeta nacional, de Berlanga, en lugar de atender al ojeo de perdices o de faisanes, Fraga estaba sólo atento a la búsqueda de asesoramiento competente sobre cómo paliar mejor el desastre del Prestige.
El fundador y presidente de Honor del Partido Popular tampoco admite las acusaciones de retraso en su comparecencia ante los afectados y arguye que hubo de esperar porque quería ahorrarse palabras vacías y presentarse en su momento con dinero en los bolsillos. De todos modos se impone renunciar a la búsqueda de coherencia alguna en las manifestaciones que, al hilo de lo sucedido a partir del día 13 de noviembre, han ido haciendo el delegado del Gobierno en Galicia, Arsenio Fernández de Mesa, el citado Rajoy, el ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, o los portavoces del Ministerio de Fomento que con tanto alborozo anunciaron el día 18 a las 10.30, bajo el epígrafe "El Gobierno informa", la entrada del buque en zona de responsabilidad portuguesa. Es posible que ahora también pasen los años sin lograr que el que ha contaminado pague, como sucedió en casos anteriores, pero en esta ocasión sin embargo es muy probable que el desastre sirva al menos para deteriorar nuestras relaciones con Portugal, con el Reino Unido, con los Países Bajos y quien sabe si con Grecia.
Está probada la capacidad del Gobierno de Aznar para centrifugar toda clase de responsabilidades y culpas. En este caso a Gibraltar le corresponde la desidia en las inspecciones y el escaqueo como destino final de la carga, al Reino Unido el consentimiento de esas piraterías, a Holanda la arbitraria deriva del remolcador, a Grecia la actitud del capitán, al armador otro sin fin de trampas y a la UE los retrasos en la vigencia de normas ya acordadas. Menudo es nuestro Gobierno para que le toquen la boina.
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