"La política se está convirtiendo en una molestia para los ciudadanos"
"El debate futuro para el nacionalismo vasco no debe girar sobre qué es lo que se niega, sino sobre qué es lo que se afirma", señala Ander Gurrutxaga (Barakaldo, 1956) en su último ensayo, La mirada difusa (Editorial Alberdania, colección Alga). Catedrático de Sociología de la UPV-EHU y ex viceconsejero de Universidades, Gurrutxaga continúa en esta obra con la reflexión sobre la realidad vasca que dejó abierta con la anterior, La transformación del nacionalismo, publicada en 1996.
Pregunta. Su libro lleva por subtítulo Los dilemas del nacionalismo. ¿Cuáles son?
Respuesta. Creo que hay cuatro fundamentales. El primero es adecuar la idea de nación a la realidad vasca y hacer viable el principio de que nación es igual a sociedad de ciudadanos. La segunda, asumir de manera radical el pluralismo radical que anida en nuestra sociedad, de forma que este pluralismo se convierta en el eje vertebrador de la vida social. En tercer lugar, hay un problema, que tiene una larga historia pero que últimamente se ha hecho aún más complejo, y es la relación con el Estado: el nacionalismo tiene que encontrar un modus vivendi con el Estado, porque la situación presente no es buena para nadie. Y en cuarto lugar, hay que dar con la fórmula para encarar el problema de la violencia, que nos desangra y mediatiza cualquier intento de desbloquear la situación.
Sería un error no saber adaptar el discurso político a la nueva realidad histórica
La estrategia del PP es contraproducente para la reflexión interna del nacionalismo
P. Sin embargo, esos dilemas estaban ya planteados en los ochenta. ¿Hemos avanzado o estamos en el mismo debate?
R. Los problemas se han transformado. Algunos han adquirido mayor virulencia, y otros, sencillamente, están enquistados. Sobre todo, dos cuestiones que estaban ya en el comienzo de la transición y que siguen ahí sin resolver: cómo alcanzar una buena cohesión interna en nuestra sociedad y cómo encontrar una vía de solución al problema de la violencia.
P. En un libro anterior sostenía que el reto del nacionalismo democrático era abrirse al conjunto de la sociedad y que eso le exigía cuestionar alguna de sus creencias fundacionales. ¿Tiene la impresión de que a partir de Lizarra el nacionalismo ha evitado ese reto regresando a sus orígenes aranistas?
R. En toda la historia del nacionalismo está la tentación de refugiarse, cuando se siente impelido a concretar sus aspiraciones máximas, en ese ecosistema ideológico que mejor conoce y controla. Eso es un error. Siempre recuerdo una frase de Cornelius Castoriadis que decía que buena parte de los problemas de Occidente se deben a que ha sido incapaz de cuestionarse a sí mismo. En el año 2002, cuando muchas variables internas y externas nos están reclamando un proceso de adecuación del discurso ideológico a las nuevas realidades, el nacionalismo no puede quedarse al margen de esta corriente que anuncia cambios sustanciales: todo lo que tiene que ver con la globalización, con la reconfiguración del poder político en Europa, con un nuevo concepto de la soberanía y la territorialidad. Son cuestiones que están ahí y que hay que abordar. Sería un error no saber interpretar esta nueva realidad histórica y no adaptar el discurso a las circunstancias.
P. En lo que se refiere a esa nación de ciudadanos que propugna, los hechos muestran que se ha vuelto a definir la nación en términos étnicos y de homogeneidad, que cuestionan la diversidad constitutiva de lo vasco.
R. Sí, en los últimos tiempos hay llamadas del nacionalismo que no hablan de apertura, de trasladar el discurso más allá de lo que es la propia comunidad nacionalista, en ganar para su causa a ese sector de la sociedad que podríamos calificar de vasquista. Esto forma parte de la tentación de refundar un hogar en el que sentirse cómodo con aquellos que piensan y dicen lo mismo que tu. Una vez más, se está recreando la idea de que la nación vasca es igual a la comunidad nacionalista, y este es uno de los problemas importantes que tiene nuestra sociedad. Pero tampoco desde otras definiciones políticas que se hacen desde fuera de Euskadi se ayuda al nacionalismo a que evolucione de una manera natural. Creo que la estrategia del PP y, en algunos aspectos del partido socialista, es contraproducente, porque, entre otras razones, induce al victimismo e impide la reflexión interna del nacionalismo.
P. Sin embargo, la tendencia del nacionalismo a dirigir su mirada al seno de su comunidad para la construcción nacional cogió vuelo antes de la tregua de ETA y del choque frontal entre el PNV y el PP.
R. Lo que pasa es que las definiciones que se hacen de la realidad varían mucho dependiendo del contexto y de la metodología que uno utiliza. Ciertas propuestas, dichas en un momento, parecen ciertamente inasumibles, pero dichas en otro contexto y de otra manera pueden tener un cierto encaje.
P. Se refiere al plan Ibarretxe.
R. Sí. Pero también a otras propuestas, como las que han puesto encima de la mesa los socialistas catalanes o Convergencia, que invitan a repensar la actual organización del Estado y la propia idea de España, que no es capaz de asumir en profundidad la dinámica política que viene de la periferia. Esto denota que hay un problema irresuelto y que va a tener que abordarse en los próximos años. Evidentemente, no es lo mismo plantearse esta cuestión con ETA que sin ETA, con un nacionalismo capaz de crear consensos en la sociedad vasca que con otro que opta por vivir exclusivamente en su propia comunidad.
P. Y cómo puede encontrarse ese acomodo del nacionalismo vasco en el Estado cuando una formulación maximalista, como la que encierra la propuesta de Ibarretxe, se plantea en todo caso para quince años, sin renunciar a la meta final.
R. También es verdad que el lehendakari reitera, y en principio hay que creerle, que su propuesta es abierta, sometida a debate. Yo quiero entender que, en la medida en que se vaya profundizando en ella, podremos encontrar elementos que son perfectamente digeribles junto con otros que el nacionalismo estaría dispuesto a orillar.
P. ¿Cree de verdad que a través de ese plan puede lograrse el pacto definitivo de convivencia que publicita Ibarretxe?
R. Ahora mismo, tal y como está la situación, yo diría que no. La propuesta se plantea en una coyuntura tremendamente problemática para que pueda prosperar. Por otro lado, creo que tenemos que ser capaces de plantear y de leer las propuestas políticas como tales propuestas, y no como etapas finales de procesos que se viven dramáticamente.
P. Como sociólogo, ¿detecta una creciente falta de sintonía entre los discursos políticos y las preocupaciones de la gente?
R. Tengo la impresión de que para gran parte de los ciudadanos del País Vasco la política se ha convertido en un problema. Porque, en vez de ser un instrumento para resolver problemas, se está convirtiendo en una molestia cotidiana.
P. ¿Y cuál puede ser la respuesta social?
R. Creo que va a tener más que ver con la deserción que con la conflictividad; con la retirada del ciudadano a su casa, con la despreocupación respecto a ciertos debates que no les aporta nada y, en cambio, les produce mucho malestar. Lo último que debe hacer un político es convertirse en un problema para la sociedad, y esto en los últimos tiempos está sucediendo en Euskadi con más frecuencia que la deseable.
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