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CLÁSICOS DEL SIGLO XX: UNA INVITACIÓN A LA LECTURA
Columna
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Emigrantes épicos

La naturaleza manda: sequía y tormentas de polvo en Oklahoma, lluvias arrasadoras en California, ejércitos de maleza y alimañas y hormigas, vientos gimoteantes. Tiene una visión humanizada de la naturaleza John Steinbeck, estudiante de biología en su juventud, y los hombres de Steinbeck también son un temible poder natural, contra los mismos hombres. Los aparceros de Oklahoma, okies los llamarán quienes los desprecian, están siendo expulsados de su tierra por el polvo y los bancos y sus sociedades anónimas. Es el principio de Las uvas de la ira (The grapes of wrath, 1939), película de John Ford y Premio Pulitzer en 1940, y luego sólido fundamento del Premio Nobel concedido a John Steinbeck en 1962.

Los Joad, una familia de abuelos, padres, tres hijos, dos hijas, un yerno y un tío viudo, pierden su parcela de 40 acres cuando aparecen los tractores: un solo tractor expulsa a 12 familias. El chófer del tractor usa guantes, gafas y mascarilla de goma, como si sometiera a la tierra a una operación quirúrgica, a una violación, dice Steinbeck, cronista de la mecanización del campo y el éxodo de los aparceros hacia el Oeste. Son los años treinta, después de que un presidente republicano proclamara el fervor del capitalismo puro: la empresa de los Estados Unidos de América son sus empresas. El presidente del hundimiento de la Bolsa en 1929, Hoover, tuvo el honor de dar nombre a lo que la gente llamó hoovervilles, escenario de Las uvas de la ira, campamentos de emigrantes en cubículos de lona y cartón vigilados por policías contra el peligro rojo (un rojo, según un terrateniente de esta novela, es el que pide 30 cuando estamos pagando 25).

La historia de Estados Unidos parece el sueño de un viaje inacabable pero cada vez más cerrado, más estrecho. Los Padres Peregrinos desembarcan en Plymouth en 1620 para fundar un orden nuevo en una tierra prometida, como los israelitas y Moisés. Los colonos de las primeras décadas del siglo XIX buscan el Oeste, barren a los indios y los mexicanos de California. Los negros de los campos del sur llegan a las fábricas del norte a principios del siglo pasado, odisea sin literatura, pero recordada por la Serie de la Migración del pintor Jacob Lawrence. John Steinbeck noveló la fuga de los aparceros okies hacia el paraíso californiano, tierra de vino, leche y miel, bíblica: las aventuras de la familia Joad y el destino del joven Tom, Henry Fonda en el cine, recién salido de la cárcel donde cumplía condena por matar en una pelea de baile, en libertad bajo palabra. Ha roto su compromiso con la ley para seguir a su familia en fuga de la muerte por hambre.

La carretera 66 atraviesa Las uvas de la ira: gasolineras y hamburgueserías con música de Bing Crosby, el último modelo de automóvil aerodinámico y las camionetas contrahechas y atiborradas de los 300.000 emigrantes, gente que coge agua, ensucia, no gasta, mendiga, roba, degenerada y bestial, fuente de enfermedades. ¿Te gustaría que tu hermana saliera con uno de ellos? La peripecia de los Joad se alterna con capítulos que funcionan como reportajes de la época, con protagonistas anónimos, porque los Joad pueden ser cualquiera, incluso una tortuga que avanza imperturbable hacia el noroeste. Entonces el demócrata Roosevelt decidió considerar el arte entre las obras públicas de su gobierno, y escritores, pintores y fotógrafos recorrieron el país levantando acta de la vida americana. Quedan las fotos de Walker Evans y Dorothea Lange: a ese mundo pertenece Las uvas de la ira.

Steinbeck nombra ciudades y Estados, Clarksville, Van Buren, Amarillo, Vega, Purcell..., como una música de fondo, de Oklahoma a California, donde espera un inmenso jardín y un guarda con escopeta por si tocas la fruta. No hay final: no termina el viaje cuando alcanzamos los valles fertilísimos y la última página. 'Nadie llega al cielo', decía un personaje de Sobre ratones y hombres, la otra obra maestra de Steinbeck. Hay una religiosidad brutal, caricaturesca, en esta historia: cruzamos el río Colorado como los israelitas que huían de Egipto cruzaron el río Rojo; alguien pronuncia al caer las palabras de Cristo en la cruz; dejan a un niño en las aguas, como a Moisés, pero el niño está muerto; en una Piedad dislocada un hombre que se muere de hambre es amamantado por la mujer que ha perdido a su hijo en el parto. El título, Las uvas de la ira, está escrito en el Apocalipsis, 'Y Dios se acordó de la Gran Babilonia para darle la copa del vino del furor', y en el Himno de la Batalla de la República, de la Guerra de Secesión, 'Mis ojos han visto la llegada del Señor, que pisoteará las uvas de la ira', como si la historia de los Estados Unidos fuera una parte de la Historia Sagrada.

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