Presupuesto inextricable
La importancia del Presupuesto en el debate sobre la política económica que necesita la economía española se aproxima a cero. La causa principal de este desinterés, perfectamente comprobable entre los economistas, jefes de servicios de estudios y ciudadanos en general, es el caos del Presupuesto o, mejor dicho, de las cuentas públicas con las que se expone el Presupuesto. Es difícil encontrar a alguien que no pertenezca al Ministerio de Hacienda que sea capaz de asegurar cuánto crecerá la inversión pública o el gasto en sanidad, por poner dos ejemplos significativos.
Si no fuera porque el adjetivo tercermundista está ya muy gastado, a las cuentas ofrecidas por el Ministerio de Hacienda podría aplicárseles ese adjetivo. ¿Cómo pueden ofrecerse cifras heterogéneas de gasto del Estado en sanidad, comparando volúmenes de gasto en ejercicios con distinto número de comunidades que han recibido la transferencia total? ¿Es serio comparar el gasto previsto en desempleo del ejercicio 2003 con el presupuesto inicial para 2002, que ya ha sido cumplidamente rebasado por la realidad, con el fin de exhibir una pretendida apuesta por el gasto social?
Todos los gastos aumentan sin que nadie tenga que pagarlos y todos los ingresos crecen sin que nadie tenga que desembolsarlos
La cadena de despropósitos puede prolongarse a casi todas las cifras difundidas por Hacienda. La inversión crece a base de partidas que circulan fuera del Presupuesto -porque si estuvieran contabilizadas aumentarían el déficit público- en organismos como el Gestor de Infraestructuras Ferroviarias (GIF) u otros similares. El Gobierno ha conseguido cuadrar el círculo de que la inversión pueda presentarse como un logro presupuestario al tiempo que no cuenta como gasto, es decir, como déficit. Resulta sospechoso además ese extraño fenómeno presupuestario, detectado en todos los ejercicios del Gobierno de Aznar, que consiste en que los gastos en términos de caja sean siempre mayores que medidos en términos de Contabilidad Nacional (CN). Esta coincidencia permite, por ejemplo, que los intereses de la deuda en términos de Contabilidad Nacional reduzcan considerablemente el déficit.
Entre los disparates y las coincidencias, el Presupuesto es inservible. No puede analizarse ni hay forma de desprender de sus cifras la política económica que pretende desarrollar el Gobierno. Más bien parece que en opinión del responsable directo de las cuentas públicas, Cristóbal Montoro, todos los gastos pueden aumentar sin que nadie tenga que pagarlos y todos los ingresos pueden crecer sin que nadie tenga que desembolsarlos. Los Presupuestos para 2003 -como los de años anteriores, aunque en este caso de forma muy acusada- levitan sobre las realidades económicas. Puede aumentarse a la vez el gasto social, la inversión pública en ifraestructuras, el gasto en I+D, él dinero que se destina a sanidad o a la seguridad del Estado y al mismo tiempo decir que se bajan los impuestos -el IRPF- o baja la tributación de plusvalías. Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro han conseguido el milagro de eliminar los costes en un presupuesto de dibujos animados.
Claro que tiene sus ventajas. Si se aumentan todos los gastos (o casi todos) y se bajan todos los impuestos (o casi todos), resulta que el equipo económico de Aznar no tiene que explicar su política económica, porque desarrolla todas: la social, la de ajuste, la expansiva, la cíclica, la contracíclica o cualquier otra modalidad disponible en el mercado ideológico. Así que no es de extrañar que cuando Cristóbal Montoro acude al Parlamento a explicar el Presupuesto prescinda de los modelos ortodoxos de información. En lugar de explicar los objetivos del Presupuesto, las políticas para conseguirlos y los costes de esas políticas, el ministro se limita a repetir que el equilibrio presupuestario es bueno y que permite a la economía española crecer por encima de la media europea.
El presupuesto de 2003 ya no sirve como indicador de política económica; parece un galimatías inextricable acompañado de un monólogo sobre generalidades. Si no hay información, las críticas desaparecen y la realidad política se convierte en un cómodo paseo sin obligaciones ni facturas políticas. Este procedimiento no es nuevo ni exclusivo de los ministerios de Economía y Hacienda. Por el contrario, forma parte de la estrategia general del Gobierno del PP para casi todo.
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