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Otro dudoso 'déficit cero' para 2003

El Gobierno se aleja de la realidad y apuesta por una improbable recuperación económica para forzar el equilibrio presupuestario

Jesús Mota

El análisis de las cuentas públicas para el año 2003 demuestra que el Gobierno ha renunciado a desarrollar políticas económicas con dinero público. Las previsiones de crecimiento y de ingresos parecen demasiado optimismas y las proyecciones de gasto son continuistas. La inversión en capital público (infraestructuras, investigación, educación) queda estancada un año más.

Los equilibrios presupuestarios no han sido tales; el de 2000 es en realidad un déficit del 0,6% del PIB y el de 2001 se ha revisado al -0,1%
Los gastos de funcionamiento de los ministerios (salarios, material) crecerán el 5%, con una inflación prevista del 2%

El Presupuesto para el año 2003 es, según opinión generalizada entre los analistas económicos, un documento difícil de interpretar y, en aquello que resulta inteligible, difícil de aceptar. Las opiniones van desde las moderadas, que lamentan las dificultades para comparar series de cifras heterogéneas, hasta las más airadas, que entienden que el equipo económico del Gobierno -Rato y Montoro- practica, desde 1999 al menos, la política de ocultar información al Parlamento y a los ciudadanos como sistema más seguro de evitar las críticas. Del Presupuesto, tal como fue presentado, pocas conclusiones se pueden extraer, sea por incompetencia técnica de los autores del proyecto, por incapacidad para definir una política económica clara o por calculado oscurantismo.

La maraña de cifras contradictorias o de imposible contraste convierte al Presupuesto de Cristóbal Montoro en un documento inservible para interpretar la política económica del Gobierno el año próximo, salvo que se considere como política económica barajar discrecionalmente las cifras de ingresos y gastos públicos para conseguir déficit cero, o decir que se consigue. Precisamente el equilibrio presupuestario es una de las muchas y profundas grietas del Presupuesto.

- La falacia del déficit. El Gobierno ha presumido, y mucho, de que ha sido capaz de alcanzar el equilibrio presupuestario por primera vez en el periodo de la democracia. Pero, de acuerdo con las cifras oficiales y sin necesidad de recurrir a acusaciones de déficit oculto, tal logro es pura propaganda. El Ejecutivo informó a Bruselas de que el ejercicio presupuestario del año 2000 se había cerrado con un déficit del 0,3% del PIB (en términos de Contabilidad Nacional); posteriormente se revisó oportunamente la cifra -aunque con extrema discreción- hasta el 0,6% del PIB. La misma suerte ha corrido el cierre presupuestario de 2001: inicialmente se comunicó con gran alharaca a las autoridades comunitarias que el déficit había sido cero, pero recientemente se ha modificado el resultado final del ejercicio y ahora se reconoce un déficit del 0,1%; probablemente se revisará de nuevo al alza en pocos meses. Siempre en términos de Contabilidad Nacional.

La credibilidad de los déficit cero que exhibe el Ejecutivo es muy precaria. Una de las razones para el escepticismo es que siempre se consiguen, sea cual sea el crecimiento económico y la evolución de los ingresos públicos. Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro siempre consiguen el milagro. Para el ejercicio 2002 el Gobierno se marcó como objetivo el déficit cero con una previsión de crecimiento del 2,9%; pues bien, el crecimiento actual es de apenas el 2,2%, y será menor a finales de año, lo que, en pura lógica, debería mermar los ingresos tributarios y aumentar algunos gastos sociales. ¿Conseguirá este año el Gobierno, gracias a su brillante gestión de los recursos públicos, lograr de nuevo que las cuentas no presenten déficit?

- Problemas de crecimiento. Los profesionales de la economía recelan además de las previsiones económicas oficiales para el año que viene. El Presupuesto está calculado con una proyección de crecimiento económico del 3%. Semejante tasa es poco plausible, por no decir inverosímil. Si hasta septiembre el PIB creció a tasa anual del 2,2%, entre octubre y diciembre, en tasa trimestral anualizada el crecimiento bajará probablemente hasta el 1,5%. No hay muchas razones para suponer que la tendencia de crecimiento cambiará en los próximos meses.

Si las hay, el Gobierno no las explica de forma convincente. Arguye el ministro de Hacienda que el año próximo se reactivará el consumo privado con el dinero que los consumidores rescatarán de la reducción del impuesto sobre la renta (11% de media, según previsión oficial). Tal suposición parece olvidar la propensión al ahorro, sobre todo en economías familiares endeudadas. El optimismo gubernamental se sostiene además sobre la presunta recuperación de la inversión en bienes de equipo el año próximo. En el papel se ha apuntado una subida del 3%. Pero de nuevo la estimación es inverosímil. Durante el primer semestre, la inversión en bienes de equipo ha descendido el 4,7%; para alcanzar la previsión oficial de 2002 (-1,8%), la inversión debería crecer en torno al 1% en el segundo semestre; los indicadores de expectativas empresariales desmienten esta posibilidad. Un gestor prudente consideraría un disparate apostar por una mejora tan radical -¡desde el -4% al 3%!- en un año.

La arbitrariedad en la previsión de crecimiento se prolonga en el cálculo de los ingresos, optimista en demasía. Baste un apunte: para alcanzar el objetivo de recaudación por imposición indirecta, tendría que añadirse al crecimiento económico -muy optimista, como se acaba de ver- una traslación directa a consumo de todo el dinero de la rebaja del IRPF.

- Cortina de humo. El proyecto de Presupuestos muestra un desprecio soberano por la política económica. No se establecen prioridades de gasto, ni se mencionan reformas con costes calculados. En este paraíso presupuestario es posible subir las pensiones, gastar más en infraestructuras, elevar el gasto en sanidad o en seguridad, bajar el IRPF...

Pero las trampas asoman por las costuras. Los gastos de funcionamiento (salarios de funcionarios y compras de bienes) suben el 5%, cifra espectacular si se relaciona con el 2% de crecimiento oficial de la inflación. ¿Este deslizamiento es compatible con la austeridad presupuestaria prometida?

Los crecimientos de inversión ocultan la ausencia de esfuerzo modernizador. Se supone que la inversión pública crecerá el 8,3%, pero su peso relativo en el gasto total se mantiene en un pobre 3,6%. El gasto en investigación, para el que se anuncia una subida del 8,3%, mantiene su peso en el gasto total en el misérrimo 0,9%, y lo mismo cabe decir del gasto en educación (sólo el 0,7% del total). El equipo económico ha hecho contabilidad con el Presupuesto, pero ha eludido cualquier política modernizadora de la economía.

Cristóbal Montoro,  en la presentación del Presupuesto.
Cristóbal Montoro, en la presentación del Presupuesto.BERNARDO PÉREZ

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