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LAS CUENTAS DEL ESTADO PARA 2003
Columna
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Presupuestos sin diagnóstico

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

El ministro Montoro recordaba ayer al coronel Moscardó cuando, rodeado de escombros, comunicaba a su jefe: 'Sin novedad en el Alcázar'. Imperturbable, el ministro presentó el Presupuesto para 2003 como si no hubiera pasado nada preocupante en la economía española. La Bolsa y los fondos de pensiones se han desplomado, la inversión privada en bienes de equipo se ha hundido, las exportaciones se han venido abajo, los ingresos por turismo han registrado la mayor caída en veinte años, las ventas de automóviles se han derrumbado, pero el Presupuesto ignora estas menudencias. De los 15 países de la UE, España ha sido el país dónde más ha aumentado el paro y donde más ha aumentado la inflación en los últimos 12 meses, pero de esto no se habla.

El trámite presupuestario es la ocasión pertinente para elaborar un diagnóstico sobre la situación económica. Pero es evidente que el Gobierno no ha querido. Quizá ya es tarde para el diagnóstico, pero será peor dejarlo para cuando el deterioro se extienda. Y, entre todos los problemas que se están acumulando sobre la economía española, el que debería preocupar más es la inflación. Ese 3,4% en que se ha instalado la inflación española más que duplica el 1,4% de los tres mejores países de la UE. Si nos aplicaran ahora los criterios de Maastrich, España no podría entrar en el euro. Hoy, justamente por estar ya dentro del euro, nuestro problema es que la pérdida de competitividad que genera esa inflación diferencial no se puede corregir con devaluaciones

El Gobierno, al presentar al país los Presupuestos, no sólo no ha explicado que tiene un problema grave, sino que incluso deja caer el mensaje de que podemos estar tranquilos porque nuestra inflación es el reflejo de un mayor crecimiento diferencial. ¿Por qué, a pesar de tener un problema serio de inflación, el Gobierno parece estar encantado? La respuesta es que, en el corto plazo, la inflación le sirve para presentar buenos resultados en dos áreas de indudable repercusión: el empleo y los ingresos públicos.

Casi todo va mal, pero es verdad que el empleo y los ingresos fiscales no van todavía mal. El número de ocupados todavía no ha caído y, pese a que el PIB real se ha desacelerado por octavo trimestre consecutivo hasta un 2%, los ingresos del Fisco están creciendo al 8%. La favorable evolución del empleo y las cuentas públicas tiene múltiples causas. El buen ciclo del empleo, que arrancó en 1994, debe mucho a las reformas del mercado de trabajo y al cambio de actitud de los trabajadores en la negociación salarial. La mejora de las cuentas públicas se explica casi al 100% por la reducción de intereses que ha traído el euro y por los cambios demográficos en la Seguridad Social. Pero la inflación también está ayudando, cuando todo está cayendo, a aplazar el deterioro del empleo y de los ingresos públicos. La alta inflación española ha creado una moderación salarial por sorpresa (los trabajadores se han encontrado con una inflación que ha sido el doble de la anunciada por el Gobierno) y, mientras los trabajadores acepten el engaño, esta moderación salarial mantiene los beneficios, con lo que los empresarios no tienen incentivos a reducir plantillas.

El efecto de la inflación en los ingresos públicos es más claro. Los ingresos fiscales no se han reducido porque, gracias a que aumenta la inflación, el PIB nominal sigue creciendo al 6%. A los impuestos les da igual que ese PIB nominal se deba, como ahora, a un 2% de crecimiento real y a casi un 4% de precios en vez de un crecimiento real del 4% con una inflación del 2%. El problema es que esta estructura de crecimiento/precios no es sostenible. Tampoco es sostenible una moderación salarial real que no se basa en que los salarios nominales se moderan sino en que los precios suben. La pérdida de competitividad es el problema número uno de la economía española. Pero el Gobierno, como aquellos que se quedan más tranquilos sin hacerse un chequeo, ha preferido presentar el Presupuesto sin diagnosticar antes los problemas.

Miguel Á. Fernández Ordóñez

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