El capitán del amor
Cuando, en 1924, Pablo Neruda publica Veinte poemas de amor y una canción desesperada tenía la fama de ser un melancólico y llovido sujeto de capa romántica que acentuaba estridentemente su palidez y pobreza. De frecuentador de pensiones baratas, de vinos finales. De coleccionador de crepúsculos, con sus largas pestañas que velaban algo secreto en su interior.
El héroe que aparece en este texto está plenamente disponible sólo para sentir y dentro de los múltiples afectos en los cuales tiembla su vida el favorito, por cierto, es el amor hacia la mujer. Es esta disposición amatoria casi profesional la que hace de cada amada una musa, la que transforma a sus heroínas en personas codiciadas por las lectoras. El amor que propaga el poeta no es para toda la vida, porque éste es corto y el olvido es largo. Porque como un marinero sólo anhela besar y partir, no quiere el hijo para que nada lo amarre, para que no lo una nada. Así la pasión queda en tránsito hacia la totalidad del instante, únicamente el padecer de la pareja que matiza una angustia lacerante, con besos, caricias, sexo y con la bestialidad frenética de un animal joven que sólo encuentra una respuesta provisoria en el acto de amar.
'Lo que define un 'clásico' es su potencia para permanecer actual'
Esta actitud existencial originó una ruptura en la poesía sentimental y más bien constructiva e idealizadora que se leía a comienzos del siglo pasado. El poeta que arranca de estos versos pareciera encontrar un fundamento a la fragilidad de la historia en la figura de la amada, quien a su vez no queda atrapada en las palabras, sino que suele permanecer en una misteriosa lejanía. De esa imprecisa sustancia, tan moderna, arranca el entusiasmo con que los críticos celebraron estos versos.
Históricamente, las musas que los inspiraron fueron varias, y en algunos casos lograban un retrato realista del carácter de ellas. Su genial 'me gusta cuando callas porque estás como ausente', casi himno de batalla de los amantes de todas las épocas, fueron escritos en homenaje a Albertina Rosa Azócar, quien, según los biógrafos del poeta, permaneció indiferente al hechizo de sus imágenes. Tanto así, que en una carta tardía el poeta le reprocha a la amada 'una sensación de indiferencia que me abre la curiosidad'.
Cómo explicar que estos versos, a ratos oscuros, melancólicos, imprecisos, llegaran a tener un éxito mundial creciente. La dificultad de su expresión no se compadece, es cierto, con la popularidad alcanzada. Casi no se encuentra una persona que haya traficado con el amor o la poesía que no recuerde alguna línea de este libro: 'puedo escribir los versos más tristes esta noche', 'te recuerdo cómo eras el último otoño', 'es hora de partir, oh abandonado'. Da la impresión de que estos versos luminosos se apartaron como epidémicos neutrones de la masa lírica y se incrustaron en las almas de generaciones.
Muy distinto es el temperamento que anima Los versos del capitán publicados en 1952 en una breve pero lujosa edición en Capri. El ojeroso y consumido poeta de los años veinte ha abandonado las prácticas solitarias, los castillos con túneles angustiosos, los laberintos metafísicos de las residencias en la tierra y ha conocido el estruendo de la lucha política. Se ha visto inmerso en las alboradas socialistas y dueño de fama mundial, ha sido elegido senador de la República de Chile. Un discurso injurioso contra el presidente de su país que decide perseguir a los comunistas lo manda de cabeza a la clandestinidad y, tras un historiado cruce por la cordillera de los Andes, al exilio. Tras muchos sinsabores, un mecenas le ofrece su casa en Capri.
La ofensa es aceptada con regocijo, sobre todo cuando el idílico paraje va a ser el escenario de un amor que se había iniciado en México con una pelirroja llamada Matilde Urrutia. Ella acumula toda la inspiración del poeta en los versos escritos por aquellos años. Los Versos del capitán tienen una densidad y energía distinta a los Veinte poemas de amor. Es la lucha erótica de un guerrero que reposa y se revuelca en el amor total con la perspectiva clara de volver a la vanguardia de la lucha política. No es el militante rudo y abocado que dispara consignas o bombones panfletarios: al contrario, es el tenue tejedor de emociones que va construyendo la carnalidad del amor en el marco de una amplia perspectiva histórica.
La fascinación que ejerce este libro tiene una causa muy inmediata: el viril amador, el recio soldado de trincheras sabe hacerse tierno, mínimo, delicado, sutil, sugerente ante la mujer amada. Esta combinación de fuerza y ternura resulta avasalladora y explica la buena suerte del libro cuyos 50 años han sido celebrados justamente en julio con placas recordatorias en Nápoles y Capri.
En el corazón de este volumen también hay una intriga de otro carácter, que al mismo tiempo anima y confunde. Éstos son poemas escritos para Matilde Urrutia, quien en el prólogo asume el falso nombre de Rosario de la Cerda. Las ardientes imágenes no están así dedicadas a la mujer legítima de Neruda, Delia del Carril, quien lo espera en Chile, sino a la pequeña musa de cabellos encendidos. Natural entonces que el poeta no quisiera publicar el libro con su nombre y que intentara disimularlo bajo el comodín de la palabra 'anónimo'. Así esperaba ahorrar a Delia del Carril un dolor más. La estrategia de Neruda resultó ser ingenua. En cuanto los críticos leyeron el texto 'anónimo' celebraron con entusiasmo en sus crónicas 'el último libro de Pablo Neruda'.
¿Por qué estas dos obras merecen estar en una biblioteca de clásicos contemporáneos? Porque lo que define un 'clásico' es su potencia para permanecer actual, no importa cual época sea la que le toque vivir. Sin duda, el mismo escritor chileno lo comprendió cuando en el poema final del libro publicado en Capri, La carta en el camino, escribió: 'Tal vez llegará un día en que un hombre y una mujer, iguales a nosotros, tocarán este amor y aún tendrá fuerza para quemar las manos que lo toquen'.
Reconozcamos que, más que un juicio de vanidad, estos versos fueron una certera profecía.
Antonio Skármeta es escritor chileno, autor de El cartero de Neruda, adaptada al cine.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.