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Columna
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La nueva etapa de la 'emancipación'

El mismo día que en el pleno del Congreso decidían los diputados instar al Gobierno para la ilegalización de Batasuna y que el juez Garzón ordenara el cierre de las sedes de esta formación, por extraña casualidad, en la programación nocturna de la primera cadena de Euskal Telebista se pasó la película Yoyes. En una de las primeras escenas se ve a una activista hacer una pintada, 'Gora Euskadi Sozialista', e, inmediatamente, el guardián del libro de estilo del ente, para dejar las cosas claras por si cupieran dudas, sobreimprime en la imagen con gruesas letras blancas y a todo lo ancho de la pantalla la palabra Euskal Herria. Aunque todos los espectadores de la primera de ETB supiéramos en qué país se desarrolla la trama, el funcionario de la ortodoxia nos indica que ya no estamos en el mismo, que desde el Pacto de Lizarra Euskadi se llama Euskal Herria, que viene a coincidir a como la llamaran los tradicionalistas y algunos ministros de Franco que rechazaban la palabra Euskadi, o Euzkadi, por ser una invención de Sabino Arana.

Cuando se redactó el Estatuto de Autonomía el PNV no habría aceptado el nombre que usaba Fraga, y no fue baladí la discusión entre poner Euskadi o Euzkadi. Finalmente se puso la primera y, poco a poco, el PNV fue asumiendo la 's'. Algo se había acordado muy importante, sabíamos como nos llamábamos, hasta que con Lizarra y su impulso antiestatutario y rupturista se impuso el nombre de los integristas (de nuevo el de los integristas), y un acuerdo tan básico y simple se vino abajo. Parece ser que el nacionalismo, como los jóvenes izquierdistas de mi generación, que tan bien fueron retratados en la película La Vida de Brian, lo que les preocupa es que no haya ni acuerdo en los nombres, que el adversario político sea enemigo porque ni siquiera alcanza las palabras; y si las alcanza y las asume se cambian por otras, para que no haya ni en los conceptos elementos políticos posibles de compartir. Cuando se empezaba a entender el neologismo 'soberanismo' aparece el de 'emancipación nacional'. Al enemigo, ni el uso de la palabra.

.Esta obsesión nacionalista de diferenciarse de 'los otros', compensada por la indiferenciación hacia los que considera 'los nuestros' (entre los que se incluyen los de Batasuna), ha llevado a la sociedad vasca a esta situación de anacronía, caos, terrorismo, aislamiento y radicalización política. El nacionalismo, e Ibarretxe como portavoz, llamará al diálogo como instrumento de propaganda política, pero antes cambia las palabras para que no haya acuerdo ni en lo previo, ni en los conceptos, asumiendo el riesgo (el propio nacionalismo), de no saber ni siquiera lo que él mismo es, cosa que está ocurriendo.

Pero la cuestión estriba en que el nacionalismo no deja que 'los otros' acepten cosa suyas, y cuando las aceptan, como el Estatuto, acaban declarándolas muertas y las sustituyen. ¿Para qué? Para que nunca se pueda llegar a acuerdos y el proceso de ruptura se manifieste a la postre, e infantilmente, inmaculado. Pero así, nunca se logrará una sociedad moderna, plural, democrática y en paz. El que quiera alcanzar lo que dicen o quieren los nacionalistas pierde el tiempo, sean los nacionalistas vascos o los de cualquier otra nacionalidad.

El único que dice, junto con EA, que después de la ilegalización de Batasuna viene la del PNV es el PNV, y los dicen y repiten todos sus portavoces. Es una manifestación de victimismo sustentada en una falsedad, pero tiene el valor solidario de que le metan en el mismo saco. Pero no es así, pues, a pesar de lanzar todos los improperios contra Garzón, el que acaba mandando a la Ertzaintza a cerrar las sedes de Batasuna es el Gobierno nacionalista. Después de manifestar el rechazo de la Ley de Partidos y decir que lo que quiere Garzón es el Nobel en el Bernabeu. Y le sale una jugada a tres bandas digna de un campeonato de maestros del billar: los únicos que no tienen que soportar la clandestinidad son los del Gobierno vasco. Los de Batasuna, por ser ilegales; los constitucionalistas, por las amenazas de ETA.

Se han escritos guías para orientarse en el laberinto político vasco, pero la cosa no es tan compleja. Nos la contaba nuestra abuela en nuestra más tierna infancia para que empezáramos a descubrir quién era el más listo: este pone unas víctimas, este otro pone otras, este otro la carne de presidio del 'soberanismo', y el más gordo de todos sigue engordando con los votos procedentes de la carne de presidio y de los ingenuos que se creen lo del diálogo. ¿Y el más pequeñito de todos? El más pequeñito no hace más que ponerse cascabeles en los calcetines. Así cualquiera inicia la nueva etapa de la emancipación.

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