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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cobayas en Guantánamo

En Guantánamo permanecen casi seiscientos 'combatientes enemigos' de EE UU, algunos desde hace siete meses, cuando comenzaron a llegar desde Afganistán. Son militantes de Al Qaeda y sus aliados talibanes, contra los que Washington desencadenó la guerra tras los atentados terroristas del 11 de septiembre. Quizá haya hasta algún cooperante de países árabes metido en la misma red como consecuencia de los azares de la lucha. Nada garantiza a estas alturas que todos los presos sean quienes sus guardianes creen que son.

Comen, beben, rezan y reciben asistencia médica. Pero ninguno ha sido acusado ni sabe cuánto durará su cautiverio. Según la doctrina del Pentágono, la condición de 'combatiente enemigo' permite su detención indefinida y sin defensa siempre que permanezcan en la base de Guantánamo, tierra de nadie a efectos legales. Una juez estadounidense rechazó el mes pasado una demanda en nombre de 11 kuwaitíes detenidos: la Constitución, escribió en su auto, no protege a no ciudadanos detenidos fuera de EE UU; lo que significa que los tribunales estadounidenses carecen de jurisdicción para considerar las reclamaciones de los presos musulmanes.

Washington ha puesto en marcha un laboratorio alarmante desde cualquier punto de vista. No sólo sus militares, la CIA y el FBI tienen campo libre para interrogar o presionar a los cautivos sin temor a miradas exteriores -algunos de ellos amenazan con suicidarse, según una información reciente publicada en este periódico-. También pueden librarse a experimentos psicológicos o de otra índole (la creación de un banco de datos de ADN) de más que dudosa legalidad, ahora y en su eventual utilización futura. A los encerrados se les niega la condición de prisioneros de guerra con derechos porque no reúnen los atributos externos definidos por la Convención de Ginebra: ni vestían uniformes, ni portaban insignias o números de serie, ni respondían a una cadena de mando conocida. El círculo kafkiano se cierra sobre ellos.

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Afganistán puede ser una guerra peculiar, aunque no mucho más que otros conflictos irregulares que no se ajustan al patrón de ejércitos vistosamente uniformados y respondiendo a precisas estructuras jerárquicas. Estados Unidos puede tener suficientes coartadas jurídicas para mantener en un limbo legal a 600 enemigos. Pero la primera potencia del mundo y altavoz de los derechos humanos más elementales carece en cualquier caso de argumentos morales para defender su experimento de Guantánamo. Y ya que su presidente o sus tribunales, no, al menos el Congreso de EE UU debe tener algo que decir.

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