Sin imposturas
Conocí a Chillida en el año 1968, en mis años de estudiante en la entonces nueva Escuela de Arquitectura de Pamplona. Recuerdo con nostalgia y precisión el momento, en la recién inaugurada biblioteca de la Escuela, y entre los primeros libros había una monografía de Nueva Forma dedicada a Chillida. Descubrí el mundo de Chillida. La sencillez de sus códigos, la sensibilidad y la imaginación eran aspectos que sorprendían en una obra realmente atrayente. En aquella época ávida de sorpresas, de emociones y también de maestros, la obra de Chillida ofrecía un vocabulario específico que incorporé de forma intuitiva a mi incipiente sistema de referencias.
A Eduardo le conocí en 1974. Estaba acabando una de mis primeras obras, una habilitación de un local como Centro de Información promovido por Josetxo Eguía, amigo de juventud de Eduardo. Creo que fue la primera obra en la que las circunstancias posibilitaron la aplicación plena de mis intenciones. Por sorpresa y cuando la obra bruta estaba ya realizada a falta de los acabados superficiales, Josetxo tuvo gran interés en mostrársela a Eduardo. La obra, en aquel momento desnuda y con gran protagonismo de la luz, le gustó y durante un buen rato, para sorpresa nuestra, se interesó por diversos aspectos de la obra, incluso por los aparentemente más nimios. Todo se desarrolló dentro de la mayor sencillez y naturalidad, sin ningún tipo de impostura.
A principios de los ochenta me encargó el arreglo de una casa que había comprado sobre El peine del viento para vivienda suya y de tres de sus hijos. Trabajo laborioso y teñido de pequeños compromisos que mereció un sencillo comentario suyo con el que me sentí realmente elogiado: 'Qué bien has entendido esta casa'.
Pocos años después el Ayuntamiento de París le ofreció la posibilidad de instalar una escultura en la plaza de Ste. Catherine. Eduardo consideró que el espacio propuesto estaba 'casi bien' para instalar su escultura y me encomendó el trabajo de adecuarlo para ensamblar en él su pieza. Con este sencillo trabajo comenzó una colaboración que ha durado mientras él ha trabajado. Encadenamos trabajos en espacios públicos diversos en su carácter y dimensión en España, Francia, Alemania, Inglaterra y Finlandia, y al mismo tiempo como algo de fondo, preocupación permanente, recuperamos Zabalaga. En todos estos trabajos mi misión era tender puentes entre su obra y espacios preexistentes.
En este tiempo de trabajo en común comprobé lo insólito que es colaborar con alguien que no tiene otro objetivo que el rigor y la calidad, que es capaz de pasar de la duda honesta a la decisión irrenunciable, que renuncia sin aspavientos a importantes ofrecimientos para instalar esculturas en sitios relevantes pero inadecuados y que se emociona con la llegada de piedras de gran tamaño para Zabalaga.
He tenido la suerte de hacer este largo recorrido, que mientras duró me pareció fácil y grato, con Eduardo y con Chillida, y también con Pili que es parte de Eduardo y es parte de Chillida. Tal vez debería pensar que Eduardo se va y que Chillida se queda, pero no, Eduardo también se queda.
Joaquín Montero es arquitecto.
Babelia
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