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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Plenos poderes

La vapuleada presidencia de George W. Bush en lo económico se ha apuntado un tanto relevante con la aprobación por la Cámara de Representantes, por sólo tres votos, de la ley que le otorga plenos poderes para negociar acuerdos comerciales internacionales sin temor a que el legislativo los invalide. La decisión, a falta de su seguro refrendo por el Senado, representa un respiro para el atribulado inquilino de la Casa Blanca, cuya agenda económica comienza a írsele de las manos a poco más de tres meses de unas elecciones legislativas parciales, en las que los demócratas acarician hacerse con el control del Congreso.

Las encuestas muestran que el entusiasmo que a comienzos de año suscitaba el líder republicano va desapareciendo entre los fangos de la economía. La casi unanimidad ciudadana sobre las medidas posteriores al 11 de septiembre corre el peligro de disolverse en el pesimismo suscitado por los grandes escándalos financieros en empresas antes reverenciadas, y su inesquivable reflejo en el talante ciudadano. La caída de los mercados que Bush no ha sido capaz de detener pese a sus mensajes de confianza -dos billones de dólares en el último mes- ha herido a una presidencia hasta ahora volcada obsesivamente en su cruzada antiterrorista.

Amén de esta lectura interior, que se superpone a su relevancia internacional, la victoria de Bush es también una buena noticia para los socios de EE UU y el comercio mundial. El cheque en blanco otorgado por los representantes autoriza por vez primera desde 1994 a la Administración a negociar sin la amenaza posterior del legislativo, lo que refuerza la credibilidad de Bush en este terreno. Es cierto que los poderes ahora concedidos, y que le fueron negados a Bill Clinton durante seis años por el Congreso, están básicamente concebidos para beneficiar a EE UU y servir sus intereses. El Gobierno espera usar esta palanca para abrir nuevos mercados a sus cosechas o a su maquinaria.

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Pero las nuevas facultades presidenciales, que Bush solicitaba insistentemente, alivian los temores de que, también en materia comercial, EE UU había escogido un unilateralismo estricto. Y envían a sus socios una esperada señal en el sentido del compromiso de la superpotencia con la ronda negociadora de Doha. Por eso, la Unión Europea, que mantiene serios contenciosos con Washington derivados, entre otros, del proteccionismo manifestado a propósito del acero y los subsidios agrícolas, se ha apresurado a saludar el movimiento de ficha al otro lado del Atlántico, en el que ve un compromiso con el libre comercio, pese a los instintos proteccionistas reiteradamente manifestados por Bush.

El tiempo dirá si la última palabra otorgada por los legisladores al presidente de EE UU permite el deseado acuerdo para el 2005 de los 144 miembros de la Organizacion Mundial de Comercio o la conclusión de un pacto entre los países del hemisferio occidental. Entretanto, hay que confiar en que la insistencia presidencial para descabalgar de la ley aprobada algunos de sus aspectos más proteccionistas sea un anticipo de rápidos compromisos regionales o bilaterales.

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