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Columna
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Hambre e inmigración

He leído el libro de Peter Singer Una vida ética, recientemente editado por Taurus. Catedrático de Bioética en la Universidad de Princeton, lamenta Singer que, a pesar de que sus tesis sobre la obligación de los ricos de ayudar a los más pobres del mundo son tan significativas como sus ideas sobre el tratamiento ético hacia los animales, las primeras han tenido una audiencia infinitamente menor. No es difícil imaginar por qué. Para Singer, la actitud ética ante el problema del hambre en el mundo es clara. Teniendo en cuenta que el sufrimiento y la muerte causados por ausencia de comida o asistencia médica son malos, si tenemos capacidad para evitar que algo malo ocurra sin que por ello sacrifiquemos nada de importancia moral comparable (es decir, sin causar algo comparablemente malo), moralmente tenemos el deber de actuar. Se trata de un principio que no tiene en cuenta la proximidad o la distancia: 'El hecho de que una persona está físicamente cerca de nosotros, por lo que tenemos contacto personal con ella, podrá hacer más probable que le ayudaremos, pero ello no muestra que debamos ayudarle más que a otro que se encuentra mucho más lejos'. El principio de universalidad, clave de bóveda de la moderna doctrina sobre los derechos humanos, impide discriminar a alguien meramente porque está lejos de nosotros (o nosotros lejos de él).

El problema es que nuestras categorías morales tradicionales están distorsionadas. En nuestra sociedad se considera que dar dinero con el fin de paliar la hambruna en Malaui es un acto de caridad. Puesto que dar dinero se entiende como un acto de caridad, no se piensa que haya nada malo en no darlo. El individuo caritativo es alabado, pero el que no lo es no es condenado. La gente en modo alguno se avergüenza o se siente culpable cuando se gasta dinero en ropa nueva o en un coche nuevo en vez de darlo para paliar el hambre. Sin embargo, si aplicáramos el principio moral enunciado más arriba -debemos evitar tanto sufrimiento como podamos sin sacrificar algo que sea de importancia moral equiparable-, cuando nos compramos ropa nueva sólo para parecer bien vestidos no estamos satisfaciendo ninguna necesidad importante, por lo que no sacrificamos nada significativo si continuáramos vistiendo nuestra vieja ropa y dedicáramos ese dinero a la lucha contra el hambre. Hacer esto no es caritativo o generoso, sino un deber moral. De ahí la conclusión de Singer: 'Todo el dinero que se gaste en lujo, no en necesidades, debe donarse'.

El pasado 10 de junio, la ONU convocó en Roma a todos los líderes mundiales con el objetivo de aprobar medidas efectivas que permitan para el año 2015 reducir a la mitad la cifra de seres humanos que sufren hambre en el mundo. Como es sabido, de entre los mandatarios de los países ricos tan sólo acudieron Berlusconi y Aznar, ninguno de ellos por voluntad propia, sino obligados por sus respectivos papeles institucionales. Cumplieron el expediente y se olvidaron del asunto. La trágica anécdota de la reunión fue la modificación del horario de trabajo con el fin de permitir a Berlusconi contemplar en directo el partido de Italia en el Mundial, muestra del nivel de nuestra clase política y del nulo interés que el drama del hambre suscita en nuestras sociedades.

El próximo 21 de junio, se celebrará en Sevilla la cumbre europea en la que se abordará al máximo nivel la cuestión de la inmigración. No faltará ninguno de los presidentes y jefes de gobierno, seguro, que asistirán con mentalidad policiaca: más control, más represión, menos tolerancia. Ninguno de ellos tendrá en cuenta lo que escribiera el flamante premio Príncipe de Asturias, Hans Magnus Enzensberger: 'Nadie emigra sin que medie el reclamo de alguna promesa'. Ninguno de ellos establecerá una relación, en serio, entre su vergonzosa ausencia en Roma y la preocupación que los reúne en Sevilla. Ninguno de ellos dedicará un segundo a pensar sobre lo que plantea Peter Singer. Y por eso, en los años que vienen, miles de personas seguirán muriendo de hambre y miles de personas seguirán emigrando, pues ambas cosas no dejan de ser las dos caras de una misma moneda.

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