La nueva OTAN
El autor, ministro de Defensa español, cree que tanto EE UU como los europeos deben mantener y reforzar la Alianza Atlántica tras los ataques terroristas del 11-S
Los acontecimientos internacionales, tras el dramático 11 de septiembre de 2001, se han precipitado a tal velocidad que a veces se tiene la sensación de que no somos capaces de asimilar la organización de las grandes ilusiones que estamos alumbrando en esos primeros meses. Tal ocurre con la transformación de la única organización de seguridad que se ha mostrado estable y eficaz tras la caída del muro de Berlín: la Alianza Atlántica.
Fue la OTAN la única organización capaz de prever los ataques terroristas como parte de las nuevas amenazas en su concepción estratégica adoptada en Washington en 1999. El Consejo Atlántico fue además el organismo internacional que reaccionó de manera más rápida tras los atentados de aquella fecha fatídica, declarando por unanimidad la aplicabilidad del artículo 5º del Tratado de Washington, que ha desencadenado, por primera vez en su historia, todo el mecanismo de defensa colectiva. De la misma manera fue la organización atlántica la primera en sentar a la misma mesa, a nivel ministerial, a los representantes de los 19 países aliados con Rusia y de poner en común, a partir de su histórica reunión del 26 de septiembre, toda la información disponible entre los antiguos lados separados para desarrollar con eficacia las operaciones contra la organización Al Qaeda y su protector, el régimen talibán de Afganistán. Culminó su intervención preguntándonos a todos los presentes: '¿Saben ustedes cuál era la relación orgánica de Osama Bin Laden con las Fuerzas Armadas afganas? Era, nada menos, que su inspector general. ¡Nuestro colega de defensa!'.
Las nuevas amenazas surgen frente a valores de libertad, derechos humanos y democracia
Se quiera o no, la organización estaba diseñada para la guerra fría
No menos importante fue la decisión de estar presentes, como tal organización, en el desarrollo de las operaciones desplegadas por la coalición ad hoc bajo el liderazgo de Estados Unidos, aportando sus elementos permanentes: los aviones de alerta temprana AWACS y las unidades navales multinacionales Stanaformed y Stanaforone. De todo ello, sin duda la consecuencia más importante ha sido el establecimiento de mecanismos de cooperación estable con Rusia, pero no debe olvidarse que las operaciones desplegadas sobre Afganistán no habrían tenido la misma eficacia sin la excelente disposición y cooperación del Gobierno ruso.
Sería, por ello, un gravísimo error considerar que la organización atlántica había quedado desbordada en el nuevo escenario mundial y ante las nuevas amenazas o riesgos asimétricos. Las tesis apuntadas por algunos, de que ha llegado el momento de sustituir la coalición estable de defensa colectiva y seguridad compartida entre los países trasatlánticos por coaliciones flexibles 'ad hoc' pierde de vista todos los logros anteriores y algunas cosas más. En primer lugar, porque esas nuevas amenazas surgen justamente frente a los valores de libertad, derechos humanos y democracia que sustentaron básicamente y sustentan, más que nunca, a la Alianza Atlántica; porque esos son los valores que están en juego y, en consecuencia, los países aliados tenemos que sentirnos colectivamente parte. Y porque, además, como señaló con acierto el secretario general, lord Robertson, la devaluación de la OTAN no supondría sino la vuelta a un nacionalismo armado e, inevitablemente, insolidario, con el lógico aumento de la vulnerabilidad de todos y cada uno de nuestros pases ante esas amenazas organizadas.
De la necesidad, por tanto, no sólo de mantener sino de reforzar la OTAN habrían de ser conscientes, de una parte, Estados Unidos, y, de otra, los europeos. Unos y otros hemos podido comprobar en estos meses la decidida y sostenida implicación de Rusia en la defensa común de los valores democráticos en los que quiere avanzar. Y ha sido, en consecuencia, un pleno acierto de la actividad diplomática norteamericana y europea -liderada por España- la consecución de los recientes acuerdos con Rusia. Ahora se trata de continuar en esa dirección, de adaptar y optimizar el funcionamiento de la organización y su alcance para garantizar la paz y la seguridad en el mundo ante las nuevas amenazas. Son muchos los esfuerzos que se demandan para acertar en el cumplimiento del proyecto, y gran parte de ellos habrán de ser resueltos en la Cumbre de Praga. Por ello, España no ha dudado en tomar la iniciativa, junto al Gobierno británico, para lanzar una propuesta, tan avanzada como realista, sobre el futuro de la OTAN. En ella se recuerda y se refuerza la declaración estratégica de Washinton y se emplaza a la organización a desempeñar un papel eficaz en la defensa frente al terrorismo internacional y las armas de destrucción masiva. Lo que debe conllevar la debida flexibilidad a las estructuras de mando y de fuerza que permitan una mayor capacidad de despliegue y una mejora de la interoperabilidad entre las fuerzas aliadas. Al tiempo que se apuesta por la estabilidad de las operaciones con Rusia, se recuerda la necesidad de un más profundo diálogo mediterráneo y se apuesta claramente, en fin, por una ampliación coherente, tanto con el nuevo orden internacional como con el tipo de riesgos a los que tenemos que enfrentarnos. Todo ello se hace con una decidida apuesta por hacer complementarios los papeles de la OTAN y de la UE de forma que la corrección de las deficiencias claves más relevantes en capacidad vaya vinculada, como las dos caras de una misma moneda, a los planes de acción de capacidades de la UE, que se han puesto en marcha bajo la Presidencia Europea.
Es necesario, en consecuencia, repensar no sólo el vínculo transatlántico, sino también la nueva orientación de sus capacidades militares operativas. Se quiera o no, la organización estaba diseñada para la guerra fría, y, tras el 11-S, ha quedado de manifiesto que no sirve ya basarse sólo en consideraciones geopolíticas, sino sobre todo en soportes ideológicos. La Alianza no es el árbitro universal en la defensa de los valores democráticos, sino sólo una parte. Y desde ahí es desde donde hay que replantear su dimensión, su orientación y sus misiones.
Los ministros de Defensa estamos reunidos hoy en Bruselas para seguir preparando los documentos de cara a la Cumbre de la OTAN en Praga, bautizada en el pasado como la Cumbre de la segunda ampliación. Cuando se han cumplido los 20 años desde que España ingresó como un socio más en lo que era y sigue llamándose la Organización del Tratado del Atlántico Norte nos encontramos en un momento clave para su refundación. En los seis meses que tenemos por delante hasta noviembre, vamos a seguir confrontando propuestas con el secretario general, lord Robertson, involucrado muy personalmente en todo este importante proceso. Se da por hecho que habrá una ampliación significativa en el número de miembros, manejándose cifras elevadas, aunque con un compromiso entre todos los aliados de no dar garantías a ninguno de los principales candidatos hasta el momento final de la votación.
También habrá, pues, de manera paralela, y así lo recoge con claridad la declaración Aznar-Blair, que adoptar medidas de modernización en el funcionamiento y administración de la Alianza, introduciendo las necesarias reformas de carácter técnico para garantizar su renovada eficacia.
Es evidente que las capacidades exigidas tendrán que poder llegar hasta el lugar donde se confirmen las amenazas. El 11-S nos ha situado irremediablemente ante una nueva realidad. Tenemos la oportunidad de superarla juntos quienes desde uno y otro lado del Atlántico creemos en el valor de la democracia, la libertad individual y el imperio de la ley como ejes indisociables e indiscutibles de la seguridad colectiva. Y a eso debe responder la nueva Alianza.
Federico Trillo-Figueroa Martínez-Conde es ministro de Defensa.
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