Friso de obispos
Una vez más la Iglesia vasca vuelve a ser piedra de escándalo. La publicación de una pastoral de los tres obispos, seguida de inmediato por la carta de 358 clérigos reclamando la autodeterminación, constituyen la cabeza de la manifestación que dará vueltas y más vueltas en el escenario vasco durante los próximos meses. Y de fondo, los estampidos de las bombas y el llanto de las víctimas que ya desde ahora nos anuncian.
Esta operación triunfo terminará seguramente como la otra, con más ruido que nueces. Pero entre tanto, no puedo resistirme a considerar dos aspectos, uno racional y el otro humano, que se han revelado en este asunto.
El primero es el contenido de la pastoral. Un solemne traje para revestir de pompa el rechazo a la ilegalización del partido político Batasuna. Este rechazo se basa en las nefastas consecuencias de la ley que, a su juicio e inexorablemente, van a producirse 'sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA'. Es decir, no despiertes a la bestia, porque tu seguridad se volverá 'lamentablemente' más precaria. Y esto dicho por quienes se adjudican el magisterio de los más sagrados principios morales.
Y el obispo Blázquez dejó de asistir a los funerales por las víctimas de ETA...
Este es el núcleo de la pastoral y lo que naturalmente ha dado lugar al escándalo. Recubriéndolo está el traje, esto es, la visión del problema, que puede sintetizarse así: De un lado existe 'el país' con sus señas peculiares, 'la lengua' -única- y 'la cultura' -única-. Del otro lado está el Estado que quiere imponerse 'por el puro imperio de la ley'. Y entre ambos se hallan las personas, que se caracterizan por 'la coexistencia de identidades nacionales totalmente contrapuestas y a veces conflictivas'.
¿En qué quedamos y de qué país hablamos? Cómo va a existir un país con una lengua y una cultura únicas si las personas que lo constituyen se caracterizan por tener varias identidades y desde luego varias lenguas?
Y qué es eso de que el Estado pretenda imponerse por el puro imperio de la ley. Esa ley, que en Euskadi impera más bien poco, es la única esperanza que nos queda a todos de no ser devorados por la selva. Me pregunto de qué friso de iglesia medieval habrán bajado estos obispos. El otro aspecto y el que me parece más patético, es el papel que ha correspondido al obispo de Bilbao en este espectáculo. Este hombre sencillo y chapado a la antigua, pisó tierra de Vizcaya con su pie izquierdo. Aquí fue recibido por el obispo de nuestra realidad virtual, el verdadero guía espiritual, -¿a que no hace falta que deletree su nombre?-, el cual, desdeñosamente y sin mirarle, pronunció el fatídico: 'ese tal Blázquez'. Y a pesar de ello, o quizás porque estaba orgulloso de su nombre, Ricardo Blázquez se atrevió a asistir al funeral por un policía asesinado.
Me acuerdo muy bien de aquel día, porque fue el primer funeral de esos de la Plaza San José al que yo misma tuve el coraje de asistir. Él protegido con su mitra blanca y yo con mis gafas negras en aquel día tan oscuro. Que aquí nadie nos libramos del particular viaje a través de los infiernos. Y ambos cubiertos asimismo al salir a la plaza por el imperio de la ley, que estaba apostado en un balcón con su mira telescópica. Ah, y por una banda de músicos uniformados que no dejaba de tocar para tapar los gritos que no daban dos señoras y un anciano que llevaban en el pecho pegatinas de la bandera de España. Las últimas que he visto en Euskadi.
Al salir del funeral la suerte de ambos estaba echada, pero siempre queda la posibilidad de escoger una última carta. Ricardo, por lo visto, decidió aceptar la carta fraterna de su consejo presbiteral. La que le dirigió públicamente pidiéndole que dejase de asistir a los funerales por las víctimas de ETA, para evitar la 'ambigüedad y manipulación'.
Y ahora, por fin la humillación: una mañana el infeliz obispo se despierta en su cama y descubre horrorizado entre sus sábanas un extracto de cuenta bancaria remitido desde la isla de Jersey. De una cuenta abierta desde luego sin su conocimiento. Y qué podía esperar de tales compañeros de viaje sino una edición dedicada de El Padrino. Tras la palabra amable acechaba la pistola...
Yo hace tiempo que dejé de escandalizarme por historias de obispos. Aunque todavía creo en personas concretas que frecuentan las iglesias, muchas de las cuales también son nacionalistas. A veces las escucho en privado y vuelvo a tener esperanza. Pero, ¿cuándo llegaré a escuchar su voz en público?
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