Tracy Chevalier indaga en la hipocresía de la Inglaterra eduardiana en su tercera novela
La escritora estadounidense reconoce su deuda con la serie televisiva 'Arriba y abajo'
La escritora Tracy Chevalier nació en Washington, pero vive en Londres desde hace 18 años. Se instaló allí después de terminar sus estudios sobre literatura en la Universidad de East Anglia, Ohio. Tras escribir algunos relatos cortos, en 1997 publicó su primera novela, The virgin blue, a la que siguió La joven de la perla, inspirada en el célebre cuadro de Johannes Vermeer, su pintor preferido. Esa novela, que en este momento está siendo llevada al cine por un equipo británico, catapultó a Chevalier a la categoría de best seller internacional, lo cual le puso en el brete, dice, de saber 'que cualquier cosa que escribiera después sería mirada con lupa por la crítica, los editores y los lectores'. Ahora, añade, se siente liberada de ese peso, porque el resultado de su angustia ha sido Ángeles fugaces (Alfaguara), una novela de 464 páginas que transcurre en un cementerio y que, moviéndose entre el humor y el drama, indaga en la vida de dos familias de la Inglaterra del reinado de Eduardo VII (1901-1910).
Chevalier, que acepta la influencia 'indiscutible' que ejerció sobre ella la 'maravillosa' serie de televisión Arriba y abajo, describe los contrastes (sexo y muerte, pobres y ricos, risa y tragedia, el matrimonio perfecto como una perfecta cárcel...) de una sociedad hipócrita que surge del oscuro periodo de la reina Victoria ('una reina que se pasó 40 años vestida de negro llorando por su marido') intentando recuperar la luz y la libertad y salir de la represión y la tristeza.
'El periodo eduardiano se llamó con razón el verano eduardiano', dice Chevalier. 'Sobre todo, por contraste con la era victoriana, que fue un verdadero horror de oscuridad, luto y represión. Fue realmente un gran cambio. Los vestidos se hicieron más claros, las pinturas más brillantes, los muebles menos recargados. Todo eso era un símbolo de lo que pasaba en las cabezas de la gente. A la vez llegaron la electricidad, el teléfono, los coches... Todo parecía más posible, más fácil. La represión terminó cuando la reina murió'.
La condición femenina
Es el cambio lento desde un mundo sentimental, retorcido, a un universo marcado por un pensamiento más racional, más científico. Y las mujeres son, quizá, las más grandes protagonistas de esa transición. Chevalier cree que ahí está la clave de su novela, en la mirada sobre la condición femenina. 'El título hace referencia a varias cosas. La imagen de la mujer como ángel de la casa, como ama de casa perfecta, empieza a desmoronarse, a caerse del pedestal. Igual que caen los ángeles que hay encima de las tumbas, caen también los ídolos y los tabúes de la era anterior. Las estrellas fugaces ya no son consideradas mensajes de Dios, sino fenómenos astronómicos. Es el inicio de una época nueva, la época del sufragio para la mujer, del feminismo incipiente, del momento en que las mujeres empiezan a quitarse los complejos. Y el cambio tiene ventajas y desventajas, porque muchas veces la mujer paga un precio muy alto por su liberación. No necesariamente trae consigo la fecilidad'.
Ángeles fugaces comienza así: 'Hoy por la mañana me he despertado con un desconocido en la cama. La cabeza rubia que he encontrado a mi lado no era, sin duda, la de mi marido. No he sabido si horrorizarme o encontrarlo divertido. Vaya, he pensado, he aquí una manera original de empezar el siglo'.
Es el 1 de enero de 1901 y la que habla es Kitty Coleman. Su marido está en ese momento con otra mujer. El intercambio de parejas por Nochevieja es, para este banquero muy conservador, la única manera que se le ocurre de contentar a una esposa a la que ha dado dinero pero no felicidad. Ambos comparten una hija, Maude, que al comenzar la novela tiene cinco años. La misma edad de Lavinia Waterhouse, de quien Maude se hará amiga inseparable después de conocerla en el cementerio de Highgate el día que Inglaterra llora la muerte de la reina Victoria.
Esas dos niñas, que irán creciendo y queriéndose pese a la oposición de las familias, son sólo algunos de los muchos personajes que pueblan una novela coral, muy distinta a las dos anteriores de Chevalier. La autora, que estuvo ayer en Madrid, cuenta que la planeó, pero tampoco mucho: 'Vino naturalmente. La mejor forma de escribir, para mí, es no atarlo todo demasiado. Si no, no queda nada para la improvisación. Puedes dibujar muy bien un personaje, pero los demás tienen que venir solos'.
Lo que sí hizo, como en la anterior sobre Vermeer, fue documentarse bien para tratar de familiarizarse con la época y el escenario. 'Me contraté como guía voluntaria en el cementerio de Highgate y eso me obligó a estudiar mucho sobre las etiquetas sociales y los protocolos del luto para responder a las preguntas de los turistas, que lo quieren saber todo'.
Aunque Chevalier se resiste a catalogar Ángeles fugaces como una novela histórica, transige con llamarla novela íntima histórica. 'Las etiquetas me ponen un poquito nerviosa. Novela histórica es un término que asocio con esos libros de asesinos de mujeres con corsé, o con esos libros en que la historia es más importante que los personajes. Aquí es al revés. Dar una lección de historia y de detalles muy minuciosos es tedioso. Prefiero una intriga bonita con unos personajes bien creados. Y si sucede en el pasado es seguramente porque casi todas las novelas lo hacen. Muy pocas suceden en el tiempo que se escriben. Quizá porque nos hace falta entender el pasado para entender el presente'.
Babelia
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