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AULA LIBRE
Columna
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Educación y 'botellón'

En estas últimas semanas ha estallado en los medios de comunicación la polémica del denominado botellón. Remedios de todo tipo se ponen sobre la mesa: leyes, ordenanzas, policía, deportes de noche, ocio alternativo, oferta cultural de calidad y a buen precio, etcétera. Pero también se apela razonablemente a la función preventiva de la educación. Nadie puede creer que de un plumazo vamos a conseguir cambiar determinados hábitos, pero sí creo que deberíamos insistir con mayor énfasis en el poderoso papel que puede jugar la escuela, junto con la familia, para evitar estos problemas, aunque no vendría mal abrir un gran debate social sobre la educación que queremos.

Una de las principales finalidades de la educación obligatoria es, en un sentido amplio, la de preparar para la vida, entre otras razones, porque para un determinado número de ciudadanos -hasta ahora excesivo- ahí se acaba su escolarización.

Valores como tolerancia, solidaridad, respeto y capacidad crítica; los hábitos saludables adquiridos; la capacidad de iniciativa y de relación, por citar algunos, son objetivos que los alumnos deben alcanzar. Tienen en estos tramos de edad una gran importancia y en ningún caso deben obstaculizar el aprendizaje de los conocimientos necesarios para poder progresar a lo largo de las sucesivas etapas -bachillerato, formación profesional, Universidad-, que son y deben ser más selectivas y donde los objetivos socializadores pierden fuerza en favor de los más propiamente instructivos.

Con esta mirada más amplia podemos entender mejor el titular de este artículo. En efecto, con la imprescindible cooperación familiar y con más recursos en los centros, todos los españoles que estudian obligatoriamente durante 10 años, de los 6 a los 16, debieran formarse también en virtudes cívicas claramente contrapuestas a la cultura del botellón o a sus efectos derivados. Es curioso observar cómo cuando surge este problema, por no hablar de la violencia de género, los incendios o el deterioro de los ríos, los embarazos juveniles, los accidentes de tráfico, el racismo, etcétera, todos nos acordamos del sistema educativo. Sin embargo, cuando determinada institución evalúa los conocimientos de determinadas asignaturas de primaria o secundaria y los resultados se hacen públicos, nadie parece acordarse de esos otros objetivos -que parecían anteayer tan importantes y que también determinan la calidad de la educación-, poniendo el grito en el cielo si las calificaciones de nuestros escolares se sitúan por debajo de la media de tal o cual país.

Descubrimos entonces que la educación concebida también como laboratorio donde cultivar las virtudes ciudadanas no termina de consolidarse en la opinión pública, más allá de momentos puntuales. Diversos factores favorecen esta confusa y contradictoria percepción social. Uno de ellos, un tradicional imaginario colectivo que concibe todo el sistema educativo como una verdadera carrera de obstáculos donde endurecerse y entrenarse para la feroz competitividad del mundo de los adultos olvidando o minimizando la importancia de la educación en valores, necesaria también para llegar a ser un profesional de éxito. Si a esto añadimos la propia acción del Gobierno del PP dictando normas como los decretos de enseñanzas mínimas -centradas en conceptos y olvidando procedimientos y actitudes a desarrollar- y enviando mensajes favorables a estas ideas -véanse las justificaciones de la denominada Ley de Calidad- el círculo se cierra.

Sin un Gobierno que lidere en la opinión pública posiciones y análisis más matizados y rigurosos sobre los fines de las diferentes etapas educativas -y sobre el alcance de las evaluaciones realizadas por organismos españoles o internacionales- es difícil avanzar incluso en la solución preventiva del botellón. A los sectores progresistas nos queda la difícil tarea de compensar la nula labor de pedagogía social que al respecto hace el Ministerio de Educación, si no queremos que su modelo educativo -mercantilista, simple y desigual- cale en sectores sociales y profesionales tradicionalmente progresistas, pero que necesitan apoyo y mensajes claros de aquellos que nos comprometemos con los valores de la izquierda.

Adolfo Navarro Muñoz es coordinador sectorial de Educación del PSOE.

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