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EL FUTURO DEL BORN
Columna
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Esa espesa melaza

Xavier Vidal-Folch

Una gran ciudad se construye con tesón, pero se refunda con golpes de audacia, a borbotones de ambición. Barcelona ha demostrado suficiente capacidad de ensoñarse para asestarlos en el momento oportuno.

¿Ejemplos? La cuadrícula del Eixample del utópico Ildefons Cerdà, la discutida apertura de la Via Laietana arrasando el bajo vientre de la Ribera, la conquista de Montjuïc en 1929... Hasta la apuesta olímpica, con la recuperación de la fachada marítima, la comunicación circular de las rondas que abrochó espacios dispersos y el tendido de una cabeza de puente (la villa de los deportistas) hacia Poblenou. La recua de referencias, afortunadamente, no se estanca: ahí está el proyecto del Fòrum 2004, que completará la resurrección del gran barrio fabril y saneará la impenetrable Mina y el colindante Besòs.

Todos esos sueños fueron, por grandes, accidentados. Nacieron con polémica. Se perfeccionaron con la intervención, ora enérgica, ora áspera, de expertos y ciudadanos, ese requisito de la democracia local. Quienes hurtan la discusión pública, presuponen falsamente acuerdos cerrados y rubricados de las Administraciones y ventean la bondad de gefos unanimismos sólo aptos para amagar debilidades propias o ajenas, prestan mal servicio a la empresa colectiva. Con estos mimbres se ha fabricado demasiadas veces el cesto de un ralo consenso minimalista, huero de ambición y efímero de calendario, que redundó en grandes pastiches.

Esos pastiches que conviven con las apuestas magnas. Esos híbridos ahijados por una espesa melaza convivencial de antagonismos, no sea que alguien se moleste, la caricatura del seny. Tenemos lista prolija y sonrojante de esos pactos inútiles: entre vecinos y administraciones o entre éstas y los imperativos presupuestarios coyunturales. Aquí, la plaza de Lesseps, sin túnel ni paso elevado, o peor, con ambos. Allá, el Moll de la Fusta semidesgajado de la trama urbana, junto a un cinturón litoral que se estrecha en la ineficacia. Quizá mañana una Modelo que sea un poquito arquitectura insólita, una pizca parque de oficinas, otro algo de hostelería. Todo en mediocre gris, huyendo de la primera categoría.

Junto a los consensos de mínimo común denominador, el disenso meramente sectario ha perpetrado fechorías de mayor cuantía: una Fira que entre Montjuïc y Pedrosa aún no es ni carn ni peix, una dilapidación de recursos y dispersión de salones públicos entre el Teatre Nacional y la Ciutat del Teatre, un Anillo Olímpico sin metro, una Zona Franca inaccesible, un tren de alta velocidad que presumiblemente hará amagos de acercarse al aeropuerto mediante un bucle estúpido: el paradigma de la suma de indecisiones y faltas de compromiso que denotan la existencia de una mutua de atemorizados, donde la disputa se enmascara con apariencias de acuerdo, pacífica charca de impotencias.

¿Sucederá algo parecido en el paraje del Born? Para quienes se han acercado a avizorar su interior desde las cortinas, para quienes han aprovechado el privilegio de entrar y tocar las piedras de la ciudad rebelde destruida y para todos los que aman la cultura sin muletas ni anteojos, sin contraponer el papel a la piedra, se imponen al menos tres evidencias. Primera: los restos de 1714 constituyen un singular libro de historia local y europea escrito en sillares, apto para un recorrido peripatético (también Aristóteles enseñaba paseando) didáctico, que no significa reduccionista, óptima sede para repensar la guerra y la paz, para dirimir las diferencias entre la historiografía romántica que ensalzó a los austracistas como héroes y la que los vitupera como residuos de una época y unos privilegios periclitados, impermeables a los vientos de la modernización. Segunda: la grácil carpa construida por Fontseré en 1876, que evitó la ruina de las ruinas, merece contemplarse en todo su esplendor. Y tercera: tiene mucho sentido que la biblioteca generalista planeada se ubique en el barrio.

Ahora bien, todo ello con la condición de que no se haga a medias tintas, aplicando parches precipitados. La trama urbana descubierta debe poder patearse completa, en un despliegue comprensible; la cubierta de hierro y vidrio, gozarse enteramente, y los libros deben poder desplegarse a toda página, sin cicaterías de espacio.

Ahora los arquitectos sugieren la compatibilidad de libros y piedras, juntos en el interior del Born. Ellos y los demás técnicos, y los políticos, deberán convencer a la ciudadanía de que eso es posible sin medianías.

Deberán convencer de que no es una salida de mínimo común denominador, sino una solución de máximo común múltiplo. De que han encontrado la milagrosa piedra filosofal capaz de multiplicar espacios horizontales y verticales, panes y peces, piedras y libros, y de conjugar silencios y trajines.

De que hay metros cuadrados suficientes para una biblioteca no jibarizada. De que ésta gozará en el Born de mejor ubicación y funcionalidad que, pongamos, en la vecina estación de Francia o el -también cercano- ripioso y mediocre Museo de Historia de Cataluña. Y de que dedicarán a mejor fin la subutilizada instalación ferroviaria, ahora que la hemos redescubierto.

Deberán convencer de que los restos de la ciudad sepultada no perderán amplitud ni perspectiva, de que el bullicio previsible por la apertura en hueco central hacia los anaqueles de libros no perjudicará a los lectores sedientos de quietud. Y de que nadie deberá salir a la calle al lema Salvem en Fontseré.

Información pública, de verdad, no burocrática, y debate duro y civilizado: como los que estas páginas vienen brindando en primicia. O componenda, pastiche, mediocridad.

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