Una exposición documenta para la historia el horror de los campos nazis
El Museo Nacional de Arte de Cataluña exhibe fotografías realizadas entre 1933 y 1999
No es una exposición fácil de ver. Por mucho que se conozca la historia y algunas imágenes, se sale conmocionado por tanto horror. Memoria de los campos, que hasta el 14 de julio se presenta en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, documenta mediante unas 150 fotografías uno de los periodos más negros de la historia del siglo XX, el de los campos de concentración y exterminio nazi. La exhibición abarca desde 1933, cuando estaban en pleno rendimiento, hasta la revisita de aquellos escenarios realizada por diferentes fotógrafos hasta 1999.
El hecho de que las fotografías estén documentadas, es decir, fechadas y situadas en el lugar exacto en que fueron realizadas y, si es posible, con el nombre de la persona que tomó las fotografías, es fundamental en este proyecto. Los negacionistas, aquellos que como el ahora famoso Le Pen consideran 'un mero detalle' las cámaras de gas o en los casos extremos niegan el exterminio, se han amparado en ocasiones en la inexactitud de la datación de algunas fotografías para cuestionar su autenticidad. No tanto para contestar unos argumentos ya de por sí difícilmente defendibles, sino para contribuir al rigor histórico y recuperar la memoria, la exposición tiene un carácter científico y documental, y se analizan las diferentes utilizaciones de la fotografía de los campos, bien bajo el punto de vista de cómo y cuándo se hicieron, bien bajo el de su difusión y recepción posterior. Pierre Bonhome, comisario de la exposición junto con Clément Chéroux, insistió ayer en que en busca de este rigor han renunciado a incluir muchas imágenes de las que no se tenía documentación.
Nazis y deportados
Memoria de los campos. Fotografías de los campos de concentración y exterminio nazis, 1933-1999 ha sido organizada por el Patrimonio Fotográfico de París con la colaboración de otras tres instituciones europeas, entre ellas el MNAC. Está dividida en tres grandes partes. La primera incluye imágenes, muchas de ellas inéditas, que abarcan el periodo 1933-1945. Estas fotografías se muestran a través de dos audiovisuales. En uno se presentan imágenes realizadas por los nazis, desde fotografías de identificación de los deportados a su llegada a los campos hasta fotografías médicas, antropológicas o de propaganda. Sorprende ver reproducidas páginas de semanarios ilustrados alemanes en los que se presentan los campos como centros modelos de reeducación y, también, fotografías amateurs de soldados o del mismo comandante Karl Otto Koch con su mujer y su hijo en el campo de Buchenwald, en 1939.
En el otro audiovisual se presentan fotografías realizadas por los deportados poniendo en peligro su vida. Entre ellas sobrecogen las que tomó un miembro de la resistencia polonesa de Auschwitz desde el interior de una cámara de gas y que muestran la cremación posterior de los cuerpos en el exterior. No se han incluido las fotografías que realizó el fotógrafo catalán Francesc Boix ya que, indicó el comisario, en el momento en que se organizó la exposición sus archivos no estaban disponibles. Se exhibe, como prólogo de la exhibición, un documental sobre Boix realizado por Llorenç Soler.
La segunda parte se centra en el periodo de la liberación, en 1945. Es el más sobrecogedor. Desde julio de 1944, el avance de los aliados iba descubriendo y liberando diversos campos. Pero hasta abril de 1945, según explica Clément Chéroux, no se decidió dar la máxima difusión a las imágenes de estas atrocidades. El detonante fue la entrada de las tropas aliadas en el campo de Ohrdruf, a pocos kilómetros de la ciudad alemana de Gotha. Ante el avance aliado, el 2 de abril Heinrich Himler dio la orden de liquidar el campo. Cuatro días después, cuando el corresponsal de guerra Meyer Levin y el fotógrafo francés Éric Schwab entraron en él, se encontraron los hornos aún calientes, las fosas comunes repletas y multitud de prisioneros ejecutados con un tiro en la nuca esparcidos por el suelo. Después vinieron muchas otras imágenes de atrocidades que los aliados decidieron difundir para explicar el horror, reeducar a la población alemana -a la que estaba cerca se la obligó a visitar los campos- y, sobre todo, asegurar las pruebas documentales para el juicio de Núremberg. En la exposición se exhiben fotografías realizadas por reporteros junto a otras tomadas por miembros del ejército. No se sale indemne de la visión de estas imágenes.
La tercera parte de la exposición es, en cierto sentido, casi superflua. Está integrada por fotografías realizadas por artistas o fotógrafos que, sobre todo a partir de los años ochenta, han retomado el tema de la memoria de estos campos bien a través de la visita a los escenarios originales, bien a través de retratos de los supervivientes o también de los objetos que se encontraron en los campos. Es una recuperación de la memoria distanciada y, en algunos casos, abordada de modo esteticista, muchísimo más digerible. Lo anterior, que algunos aún niegan y que se ha reproducido con diferentes intensidades y escenarios en otros conflictos más contemporáneos, revuelve el estómago.
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