'He tenido la suerte de ganarme mi propia libertad'
'Hollywood ending' es el título de la última película de Woody Allen. La historia de un director de cine que sufre una deguera psicosomática abrirá el 55º Festival de Cannes
A Woody Allen (Brooklyn, 1935) no le gusta viajar. Reconoce que tampoco le entusiasma conocer gente nueva. No habla mucho con sus actores. No lee las críticas de cine y prefiere vivir aislado de las opiniones y los halagos. Pero a sus 66 años ha decidido dejarse adular, tan sólo un poco. En marzo, ante la sorpresa general, intervino en la ceremonia de los Oscar para hablar de su querida Nueva York. Dentro de 15 días viajará a La Croisette para presentar en el 55º Festival de Cannes su última película, Hollywood ending. Después de años de estrenar sus películas en Europa en el Festival de Venecia, este año ha elegido el prestigioso certamen francés.
'Por alguna razón me aprecian más en Francia que en mi propio país. Los subtítulos deben ser realmente muy buenos', dice el director ante un grupo reducido de periodistas en Nueva York. Todo está previsto para que Allen sea aclamado en la Costa Azul: Hollywood ending -cuyo estreno en España está previsto para el próximo otoño- termina con una cariñosa irreverencia hacia el público galo. 'Creo que les encantará. Los franceses siempre me han tenido en más alta estima de la que merezco'.
'He podido construir mi propia carrera y nunca he padecido las humillaciones de los estudios. Siempre he sido independiente en Nueva York'
'Por mucho que digan, los actores no necesitan tener todo el guión, sólo quieren saber su papel'
No es falsa modestia, Woody Allen siempre ha tenido relaciones complicadas con su trabajo. Ha declarado incluso en alguna ocasión que no le importaría que sus películas caigan en el olvido (la expresión exacta fue que 'acaben en el váter') después de su muerte. 'Cuando termino una película nunca tengo una sensación positiva. Siempre me digo '¡oh, Dios mío, ya he vuelto a meter la pata!'. Pero esta vez no ha pasado. Tuve una buena idea y conseguí llevarla a cabo'.
Hollywood ending narra las peripecias de un director venido a menos que, unos días antes de su vuelta al cine, tiene un ataque de ceguera psicosomática, pero decide seguir adelante, esperando que nadie se entere. Allen, por supuesto, es el director ciego. 'Pensé primero en un cirujano o un boxeador, pero un realizador daba más juego. Siempre me ha interesado la ceguera como metáfora. Con ello intento decir que el arte es fruto del subconsciente y no de la visión. También pasa en las relaciones amorosas: hay tantas cosas que uno elige no ver'.
Es inesperada la imagen que dan de Allen los actores que han trabajado a sus órdenes. 'Mi primer encuentro duró unos doce segundos', cuenta su coprotagonista, Tea Leoni. 'Me saludó, le saludé. Llegué al rodaje y no sabía nada del personaje. Al principio fue un infierno. Woody no te da pistas, no sabes adónde vas, no duermes, no comes. Pensé que me iban a despedir. Pero un día, no sabes muy bien cómo, todo encaja y es la mejor experiencia del mundo'.
'Por mucho que digan, los actores no necesitan tener todo el guión, sólo quieren saber su papel. Mi secreto es rodearme de buenos actores. Y creo que les gusta trabajar conmigo porque son muy libres. Pueden cambiar el diálogo e improvisar. Son como niños, les doy todo lo que quieren. Lo único que les mandan son películas de acción con muchos efectos especiales y yo les doy la posibilidad de interpretar a seres humanos'.
No siempre funciona. 'A veces he tenido que despedir a un actor porque no conseguía lo que quería [no da nombres]. Ha pasado en muy pocas ocasiones. Hay directores que pueden trabajar con actores mediocres y sonsacarles una gran actuación; yo no soy uno de ellos'. La táctica de mantener el misterio también tiene su lado cómico. Debra Messing, que interpreta a la amante del director, sólo se enteró de que era ciego poco antes de terminar el filme.
A primera vista, Allen se parece mucho al personaje que se ha creado. Lleva sus gafas y la expresión de estar completamente perdido en medio de la nada, incómodo ante los periodistas. Pero es relativamente falso. El director ejerce un control absoluto sobre su obra, su gran privilegio.
'Nunca he tenido que sufrir Hollywood. Me han dejado tranquilo, he podido construir mi propia carrera y nunca he padecido las humillaciones de los estudios. Siempre he podido ser independiente en Nueva York. He tenido la suerte de ganarme mi propia libertad'. Confiesa, sin embargo, 'una mezcla de amor y desprecio por Hollywood. De pequeñito disfruté mucho con algunas de sus películas'.
Allen empezó a trabajar con 15 años vendiendo frases ingeniosas (las intraducibles one liners) a las columnas de cotilleo de los periódicos locales. Poco después le contrataron para escribir piezas cómicas para la televisión (por el modesto salario de 20 dólares por semana). Allí se quedó cinco años, hasta 1965, cuando escribió el guión de ¿Qué tal Pussycat?, interpretada Peter O'Toole. Su tema principal arrasó en la época. Cantaba Tom Jones.
Annie Hall (1977) fue su primer gran éxito y su primera introducción a los Oscar. Le siguieron las mutaciones camaleónicas de Zelig; un fallido intento por emular a su maestro, Ingmar Bergman, en Interiores; las aventuras psicoanalíticas de Otra mujer; el viaje entre la ficción y la realidad de La rosa púrpura de El Cairo o las desventuras del guitarrista Emmet Ray de Acordes y desacuerdos, por sólo citar unas pocas.
La independencia de todos estos años ha tenido su precio: el dinero. 'Sólo puedo conseguir a los actores entre dos trabajos. Si les ofrecen 5 o 10 millones de dólares por otra película, entiendo que lo acepten, porque nosotros sólo pagamos 5.000 dólares a la semana'.
Su productividad le ha salvado de los apuros económicos. En 35 años, desde que empezara en 1966 con What's up Tiger Lily?, ha dirigido 34 largometrajes. 'Nunca he padecido el síndrome de la página en blanco. La gente a veces me pregunta si me preocupa levantarme un día y haber perdido el sentido del humor. Nunca se me ha ocurrido. Es parte de mí. No es un talento que tengo, es como soy'. El 3 de junio empezará a rodar su 'proyecto de primavera', del que no dice nada, sólo que será una comedia 'algo más seria'.
Estos últimos años no han sido fáciles para Allen, un hombre muy privado pese a haber analizado sus neurosis ante millones de espectadores. Primero fue su sórdido divorcio con Mia Farrow; luego su comentada boda con su hija adoptiva, Sun-Yi, con la que sigue viviendo y ha adoptado un niña, Bechet Dumaine.
La primavera de 2001 vio su ruptura con su socia de 30 años, Jean Doumanian, a quien ha llevado a los tribunales para pedirle cuentas sobre los dividendos de películas como Poderosa Afrodita o Celebrity. Entre tanto, mucha de la gente con la que trabajó durante años se ha ido. Ahora está con una nueva productora, Dreamworks, en parte propiedad de Steven Spielberg.
El director a veces se ha sentido enclaustrado en su propia imagen. 'No soy un ermitaño', aseguraba hace poco. 'Tampoco soy un intelectual. No me paso la vida leyendo filosofía danesa en mi habitación. Me siento mucho más a gusto con una cerveza en la mano viendo un partido de baloncesto. (...) Además, sólo empecé a leer para poder tener una oportunidad con las mujeres que me interesaban'.
Reconoce, sin embargo, que socializar nunca ha sido lo suyo. 'No leo las críticas. No quiero saber si la gente piensa que soy malo o me llaman genio. No siempre fue así. Al principio las leía, pero me di cuenta de que me distraía. Sé que pago un precio por este aislamiento, pero no creo que haya afectado mi trabajo. Yo no puedo hacer sátira política o social, pero puedo escribir sobre relaciones humanas'. También ha confesado que prefiere no saber nada del mundo exterior cuando está rodando. 'No puedo ver ninguna película, sobre todo una buena película, porque pierdo completamente la confianza, que es tan difícil de mantener durante los 10 meses en los que estás trabajando'.
Quizá por todo ello Allen haya sentido la necesidad de salir con cautela de su hermetismo. En 1997 se dejó espiar con su banda de jazz en Wild man blues, y todos los lunes se le puede ver en el café Carlyle luchando con su clarinete, impasible, casi autista, ante la curiosidad de los turistas. Su aparición en los Oscar, la primera después de 20 candidaturas y tres estatuillas (dos por Annie Hall y una por Hannah y sus hermanas) sorprendió. Lo hizo por Nueva York. Desde el 11 de septiembre ha prestado su imagen y su persona a campañas de publicidad y actos públicos para compensar los efectos de la tragedia.
'Justo después de los atentados estaba en Europa y me convertí en un portavoz oficioso de la ciudad. La gente me preguntaba si era la muerte de Nueva York o la muerte del humor. Y yo pensaba: '¿Qué os pasa? ¿Qué creéis? ¿Que los neoyorquinos van a vivir de luto los próximos cien años?'. Es una tragedia que debe ser absorbida y creo que no lo estamos haciendo mal. Dos días después de que asesinaran a Lincoln, nadie hacía bromas. Ahora no hay ningún problema. En nuestra generación no podemos reírnos del Holocausto, pero nos pitorreamos de los cristianos que echaban a los leones. Con el tiempo, el impacto irá pasando. Pero tardará'.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.