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'¡Que vuelven los de siempre!'

La toma del palacio de Miraflores por la muchedumbre y militares afectos a Chávez fue clave en la derrota del golpe

Juan Jesús Aznárez

El fracaso de la rebelión cívico castrense que el jueves estableció una Administración provisional en Venezuela demostró que la proclamada caída en picado de la popularidad de Hugo Chávez entre los suyos tuvo mucho de espejismo. No significó, desde luego, la pasividad de los cuarteles y de los pobres, mayoría en el padrón electoral, frente a la autocracia y la disolución de todos los poderes públicos decretados por el empresario Pedro Carmona, 'el clásico plutócrata nacional', según portavoces oficiales. La toma del palacio de Miraflores por la muchedumbre chavista y militares afectos a la Constitución Bolivariana fue clave en la derrota del golpe.

A los gritos de '¡Vuelven los de siempre!', '¡Vuelven los cogollos, y el viejo régimen de ladrones!', las masivas concentraciones de apoyo al presidente fueron organizadas boca a boca ante el silencio de las grandes cadenas de televisión privadas, que controlaron sus flujos informativos para permitir la consolidación del Gobierno interino y evitar que las movilizaciones prendieran en los cuarteles. Una consecuencia no deseada fue la pasividad de la oposición, que después de haber imperado en las calles de Caracas en anteriores manifestaciones permaneció en sus casas, dejando el camino expedito a las airadas masas oficialistas.

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Los promotores del derrocamiento del ex teniente coronel, principalmente la cúpula empresarial, la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y determinados medios de comunicación menospreciaron los negativos efectos del primer decreto ley, el grado de adhesión castrense al caudillo Chávez y la resistencia de sus cargos electos. Desde el fiscal general, Isaías Rodríguez, hasta el presidente del Congreso, William Lara, y los ministros en pleno, todos presentaron batalla. También debió hacerlo el jefe de las Fuerzas Armadas, Efraín Vásquez, asediado por los militares leales al jefe de Estado y puesto contra la espada y la pared.

La correlación de fuerzas en la calle y el miedo a una guerra civil o a la voladura del palacio de Gobierno decidieron en buena manera el comportamiento de los uniformados, angustiados y titubeando siempre. La torpeza del primer decreto de la Administración interina, la cólera de los habitantes de los cerros y el batallón de paracaidistas de Maracay encendieron la espoleta. La asonada cívico militar fue malograda en buena medida por las implacables batidas policiales contra el chavismo del viernes y la mañana del sábado, por los abusos cometidos durante su desarrollo contra gentes inocentes de boina colorada y como consecuencia del primer texto de Carmona, nada integrador y redactado en sanedrín. Esos factores fueron la gasolina que prendieron las hogueras revolucionarias, la rabia de los manifestantes, convertidos muchos en hordas saqueadoras.

La presidencia de facto de Carmona, haciendo abstracción del método empleado en su consecución, había reflejado las esperanzas de cambio y de tolerancia de aquellos venezolanos hartos de las bravuconadas e intransigencia atribuidas al ex teniente coronel ahora de regreso en Miraflores. Haciendo tabla rasa de las sucesivas victorias electorales del comandante, ignorando a los sindicatos de trabajadores y declarándose autorizado para destituir a gobernadores y alcaldes, el decreto ley arrasó con una Constitución aprobada en referéndum. Todos los diputados y los jueces del Supremo fueron suspendidos.

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Varios son los actores principales del drama vivido en Venezuela, y ninguno tan decisivo como la irrupción de la furia bolivariana. El alzamiento contra Chávez había agrupado al grueso de los empresarios, sindicatos, clase media y alta, Iglesia y medios de comunicación, y contó con el refrendo de las Fuerzas Armadas cuando la masiva manifestación del pasado jueves contra el Gobierno culminó con una quincena de muertos sobre las calles de la capital.

Para evitar un mayor derramamiento de sangre, Chávez fue detenido. Los manifestantes del sábado amenazaron con verterla a raudales si no lo liberaban y consiguieron reponer a los mandos sustituidos antes de que asumiera funciones Carmona. Ninguno de los promotores del cambio de Gobierno salió en defensa del líder empresarial.

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