Los golpes ya no son lo que eran
En enero de 2000, los ecuatorianos salieron a las calles y obligaron al presidente Jamil Mahuad a renunciar. Unos meses después, los peruanos le hicieron lo mismo a Alberto Fujimori. Y los argentinos a Fernando de la Rúa. Ayer le tocó a Hugo Chávez. Diferentes países, circunstancias y personajes. Pero todos muy parecidos en un aspecto crucial: el derrocamiento del presidente democráticamente electo no es acompañado por un baño de sangre, ni por persecuciones y represión política, ni los Gobiernos derrocados son reemplazados por juntas militares que se eternizan en el poder. Así era como sucedían las cosas en América Latina. Ya no. Ahora, el juego y los actores son diferentes. Antes, las pasiones políticas se canalizaban a través de interminables reuniones en las sedes de los partidos o de manifestaciones que ellos coreografiaban; ahora se canalizan a través de interminables y espontáneos cacerolazos, marchas y vigilias. Antes eran sindicatos contra empresarios. Ahora ambos protestan juntos en contra de Gobiernos cuyas políticas económicas generan condiciones de vida insoportables. Antes a los Gobiernos les era fácil censurar a los medios de comunicación y esconder del público sus abusos, su corrupción, sus torturas y sus miles de 'desaparecidos'. Hoy las maneras de comunicarse, de averiguar y de denunciar son tantas, tan variadas y tan tecnológicamente sofisticadas que resulta imposible siquiera pensar que un Gobierno pueda esconder sus fechorías por mucho tiempo.
A menos, por supuesto, que sea el Gobierno de Hugo Chávez. En una de sus últimas torpezas, Chávez intentó evitar que las estaciones de televisión mostraran imágenes de cómo sus Círculos Bolivarianos masacraban inocentes a las puertas del palacio de Miraflores, obligándolos a transmitir el discurso donde él explicaba que la 'situación era absolutamente normal...'. Al principio, las televisiones dividieron la imagen en las pantallas mostrando en un lado al presidente y en el otro escenas en vivo de la multitudinaria marcha en su contra. Cuando Chávez reaccionó ordenando quitarles el control de la transmisión, los canales siguieron emitiendo su señal vía satélite. Así, y potenciados por la radio, los telefónos celulares, Internet y la simple necesidad humana de saber qué está pasando, no hubo venezolano alguno, sin distincion de clase social o localización geográfica, que no se enterara de lo que verdaderamente estaba ocurriendo.
Hay mucho que aprender del auge y caída de Hugo Chávez. Más que nada para evitar que se repita. Pero una de las cosas que Chávez nos enseñó es que la democracia en América Latina ya no es lo que era antes. Y los golpes de Estado tampoco.
Moisés Naim, venezolano, es director de Foreign Policy.
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