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Tribuna
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La soga al cuello

Con este título he leído en el diario EL PAÍS de España (página 19), del día domingo 16 de marzo, un artículo de Tomás Eloy Martínez sobre la situación venezolana bajo el Gobierno del presidente Hugo Chávez.

Con su habitual brillantez, sinceridad y honestidad, el autor de Santa Evita describe la realidad de la Venezuela de hoy. Pero incurre en apreciaciones falsas o injustas y, sobre todo, en una conclusión que me aterra. Por esto me he sentido en la obligación de comentarlo.

Verdad es que no sabemos cómo quitarnos a Chávez, entre otras razones por las que él expone.

No es verdad que Chávez fue elegido por una 'mayoría abrumadora'. No participó sino el 44% de los electores y obtuvo el 56,20%. Lo que quiere decir que votó por él menos del 30% de los electores.

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No es verdad que hubo una segunda elección en la cual obtuvo el 60%. Electa la Constituyente, que fue una elección fraudulenta, él hizo que la Asamblea lo legitimara, que lo confirmara como presidente. Para que luego la Corte Suprema de Justicia sentenciara que desde ese día comenzaba a contarse su periodo presidencial, regalándole los dos años transcurridos.

No se puede poner en duda que luego lo abrazó una popularidad avasallante, promovida por sus promesas de corregir errores y corruptelas de la democracia.

Sin negar o menospreciar la corrupción en el Gobierno, ésta se ha usado como un 'slogan' político para justificar lo injustificable. No vivía Venezuela una 'corrupción enloquecida'. Se habían tomado decisiones para hacer transparente la economía oficial y el Consejo de Ministros, integrado por jóvenes honestos y competentes, garantizaba una administración más limpia.

Como venezolano agradezco la preocupación del gran escritor y periodista argentino por la tragedia venezolana. Errores o confusiones sobre Chávez no son difíciles, dada la promiscuidad y contradicciones de sus discursos.

Lo que conturba el ánimo son las conclusiones que extrae de su análisis Tomás Eloy Martínez. Comparto con él la tesis de que es una regla de oro de la democracia el respeto a las instituciones elegidas por las mayorías. Así hemos querido actuar los venezolanos. Y se han hecho las más insólitas y contundentes demostraciones.

El 10 de diciembre del 2001 y el 23 de enero del 2002 son fechas históricas en este tramo tormentoso de nuestra existencia. En la primera, a petición de la Federación de Cámaras de Comercio y Producción (Fedecámaras), el país entero se encerró en sus casas para pedirle a Chávez rectificación y diálogo; y en la segunda, a propuesta de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) una impresionante y pacífica marcha pidió a Chávez la renuncia. La respuesta a ambas manifestaciones fue un insolente y rotundo NO.

Sin embargo, en febrero, las mismas organizaciones, empresarios y obreros, secundados por todo el país y con la presencia de la Iglesia católica le propusieron un pacto de gobernabilidad. Otro insolente NO, e insultos a granel a todos los participantes, fue la respuesta.

Entre tanto, el país se hunde en un desastre indescriptible: político, económico y social. Las instituciones han sido destruidas por el autócrata. No acepta diálogo alguno.

Si esto no fuera suficiente para reclamarnos una acción inmediata, está destruyendo la industria fundamental del país: la petrolera. Los medios informativos mundiales han difundido ampliamente la situación, lo que me ahorra toda explicación adicional.

Salgamos ahora del terreno nacional. La identificación de Chávez con Fidel Castro y el apoyo que da a la guerrilla colombiana, nos señala, además, que Chávez es una amenaza a la estabilidad regional. A mí se me conoce por mis relaciones amistosas con Castro, en la búsqueda de una solución para Cuba. Mi actitud de hoy no me puede identificar con otras posiciones.

Hemos buscado y no nos hemos opuesto nunca a soluciones negociadas, institucionales. Se han intentado todas. Se ha sido inmensamente paciente. Pero no podemos mirar impasibles la destrucción del país. La conclusión de Tomás Eloy Martínez se enmarca dentro del más ortodoxo y honesto credo democrático. Pero las realidades son más tercas y exigentes.

Asumimos riesgos y peligrosas vicisitudes. A Venezuela no le queda otro camino que la rebeldía. Ésa es nuestra responsabilidad.

No me acompaña otra ambición como no sea apoyar a mis compatriotas en la lucha por la democracia. Mi protagonismo político ya terminó.

Carlos Andrés Pérez fue presidente de Venezuela de 1974 a 1979 y de 1989 a 1993.

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