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Columna
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Mientras dormíamos

Andrés Ortega

Mientras los europeos dormíamos el sueño del fin de la guerra fría, estábamos ensimismados en el lanzamiento del euro, o en los problemas de nuestros Balcanes, el gigante estadounidense estaba despierto, y tras el 11-S ha recibido una carga de adrenalina que le ha excitado tanto como para alimentar temores, o incluso miedo, en muchos europeos. Todas las dudas sobre si era o debía ser un imperio se disiparon tras el ataque terrorista sin precedentes y la reacción de la Administración de Bush.

Lo que más miedo da no es que EE UU se convierta en un imperio, menos aún si es un imperio, en terminología de Robert Kaplan, pagano, en el sentido de que no busque la redención de todos los demás. Sino que se convierta en impredecible, que actúe de forma absolutamente autónoma y unilateral sin considerar que algunos de los problemas que afronta son causados por él, o que, como está ocurriendo, su comprensible obsesión Al Qaeda y Bin Laden -que sigue en paradero desconocido- genere inestabilidades en varias partes del mundo desde la guerra civil en Colombia a Oriente Próximo. La gran ventaja sería que el imperio se diese cuenta de que el mayor peligro viene del abandono o el fracaso de Estados como Afganistán sobre el que se posó, como una segunda piel, Al Qaeda.

También preocupa la revisión anunciada ya el pasado 21 de febrero por el subsecretario de Defensa, Bolton, ahora filtrada, y cuyas primeras piedras se pusieron en la era Clinton, mientras dormíamos, de la postura nuclear. Por vez primera, EE UU se muestra dispuesto a atacar con armas nucleares a un Estado que no las tenga, pero que posea otros medios de destrucción masiva. Las armas nucleares pasarían así de ser un elemento de disuasión a serlo de combate, más aún tras la feroz batalla de Gardez en Afganistán, lo que, aunque pretenda buscar lo contrario, va a favorecer la proliferación. A la vez, EE UU está instalando toda una serie de bases en Asia Central, entrando en África (Yemen y Somalia) y despreocupándose de una Europa a la que Carlos Zaldívar pedía que pudiera decir no a Washington. No lo podrá hasta que no disponga de los medios necesarios, para lo que falta voluntad, esfuerzo y tiempo.

Y mientras dormíamos, la economía estadounidense nos ha sacado a los europeos aún mayor delantera. En 1991 el PIB por habitante en Estados Unidos era un 42% superior al de Europa. Diez años después, la diferencia es de 52%. Y Greenspan anuncia el final de la más corta recesión de EE UU, mientras la economía europea renquea. En los próximos meses, la UE puede adelantar a EE UU en número de usuarios de Internet, pero cuando llegamos allí, ellos ya llevan la delantera en lo siguiente, la difusión de la banda ancha.

El Consejo Europeo en Barcelona ha podido constatar el retraso de la UE, y a la vez defender un cierto modelo social que, Francia mediante, considera, por ejemplo, el suministro eléctrico como un servicio público de interés general. No cabe imaginarse que ni el Gobierno federal ni los Estados federados en EE UU se plantearan el benchmarking, objetivos a cumplir cada uno por separado bajo el escrutinio de los demás. Esta Europa no parece saber a dónde va. Y, mientras, aumentan las diferencias entre EE UU y sus aliados europeos en un creciente número de desacuerdos, que se refieren, esencialmente, al nuevo orden legal internacional. Mientras Milosevic declaraba en La Haya, la Administración de Bush criticaba este tipo de juicios, una manera de torpedear la ya muy próxima Corte Penal Internacional permanente. Pero los líderes europeos, en Barcelona, no lo han mencionado y pretenden no haber hablado de qué va a pasar con Irak, contra el que EE UU prepara un ataque. ¿Acaso se durmieron en la cena del viernes? ¿O prefieren hacerse los dormidos? Va siendo hora de despertar. Y de comprender, como ha señalado Margaret Thatcher, que EE UU 'no va a ser nunca más el mismo', y 'en consecuencia tampoco el mundo va a ser igual'.

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