Paranoias. Algo queda
Solamente si uno enloqueciera un punto más podría buscar el origen del ataque a Nueva York en Sharon o sus servicios, en la CIA real o en la clandestina. No he llegado a esa paranoia, aun estando seguro de que muchas de las personas tratadas por paranoicas son intuitivos de sus verdades. No sé si Bush es un paranoico al construir un estado bajo el subsuelo con un gobierno pálido y ciego para sustituir al real si se desintegrase en un ataque terrorista, o si lo hace para que seamos paranoicos los demás y entendamos que su guerra y la de Sharon, bien combinadas, son meramente defensivas. Ya hay muchas lenguas voraces que están defendiendo la saña de propaganda del gobernante de Israel cuando acusa a Arafat de ser el autor del terrorismo, que nos anuncia cada día más muertos, más suicidas, más mártires, más dureza. Pobre diablo, Arafat: toda una vida equivocado, y ahora cercado, desbordado: en su biografía de tres rastros está el tiempo en que estaba condenado por todos, el segundo en el que fue aclamado y recibido en la Casa Blanca y por todos los jefes del mundo occidental, y este tercero en el que regresa a la maldición: cada mañana veo que alguien más se suma a las invectivas del hombre que firmó todos los planes de paz que le pusieron por delante, y luego no se cumplió ni uno. No sé qué ganaría Israel si Arafat muriese en este empeño en el que se agota su vida, o si le terminasen de matar; no sé qué Vietnam heredaría Sharon en el mundo árabe pobre, cuyos emires no quieren de ninguna manera que los palestinos y los maltratados de sus reinos se alzaran en una revolución de clases sociales, que es lo que podrá pasar.
Ya estamos metidos en la gran oleada del 11 de septiembre. Ya no nos alarmamos, felices, de que Al Quaeda se haya organizado en España, porque eso nos permitirá perseguir mejor el islamismo, hasta el tocado de Fátima, y nos será útil para la inmigración y las clases de religión y para traspasarlo al terrorismo nuestro, y para sumarnos a cualquier cruzada. En el fondo, el español de hoy, salvo algunos ancianos de los márgenes, procede de una cruzada. O de varias. De santa Isabel la Católica a san Francisco Franco, pasando por san Josemaría.
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