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21ª EDICIÓN DE ARCO
Columna
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La feria de las vanidades

Con un cambio de ubicación, que la sitúa ahora en los pabellones número 7 y 9 de Ifema, dotados en apariencia de una mayor amplitud, luego desaprovechada por el diseño, más bonito que funcional, la nueva edición de Arco 2002 confirma la sorprendente deriva emprendida ya hace algunos años. Quiero decir que el abismo entre la feria como mercado y la feria de las vanidades se ha hecho todavía más profundo si cabe en favor de la segunda, aunque pareciera imposible. Llamo feria de las vanidades a la que expende imagen y espectáculo suplantando la realidad en la que supuestamente se apoya o a la que promociona; esto es: que Arco se ha constituido en una hiperrealidad en la que ya ni siquiera se simula o representa un mercado de arte, sino un conjunto heteróclito de imágenes a costa del arte, que propagan las excelencias de quienes lo gestionan, en su mayor parte miembros de la clase política española, ya sean de carácter nacional, autonómico o local. La abrumadora presencia de lo institucional en la actual edición de Arco se corrobora a simple vista, cuando el visitante casi se topa sorprendido con galerías comerciales que venden su mercancía sin otro disfraz y lo hacen entre espectaculares pabellones que nos cantan las excelencias de las diversas instituciones o de los asuntos más insólitamente diversos.

A través de múltiples proyectos, que responden a exóticos rótulos escritos siempre en inglés -Project Rooms International (24 galerías); el multilateral Cutting Edge, subdividido en Asian Party, Global Game, Between the Commercial and the Alternative Cityscapes: Paris- New York -Tokyo; Critical Under Currents: USA; Crossroads; Migrations to / from the Caribbean; The Italian Trail (62 galerías)- más los 23 pabellones institucionales, el espacio de Arco queda tragado por algo que nunca podría ser objetivamente definido como una feria de arte contemporáneo, sino como el arte contemporáneo convertido en una feria. Si se consulta el catálogo del evento, ocurre lo mismo: el segundo tomo entero está dedicado a lo extra o paraferial y las 70 primeras páginas del primero también a lo mismo. ¿Cómo no va a ser así? Este año hay 37 mesas de debate con la presencia de más de un centenar de participantes, cuyo número presumiblemente superará al del público asistente, lo cual es un consuelo porque, si no, habría que temer que la polémica teórica vaciara los pabellones. Podríamos seguir aportando más datos en este mismo sentido, pero no creo que merezca la pena.

Este barullo no tapa, sin embargo, las vergüenzas comerciales de Arco, que, una vez más, desde el estricto punto de vista de un mercado de arte actual, no ha cambiado lo que nos viene regularmente ofreciendo; a saber: la presencia bastante completa de las mejores galerías españolas (ahora más trufadas con un sinnúmero de pequeñas galerías, recién salidas del cascarón o de segunda fila, que han entrado con el legítimo ariete de reclamar su intervención en una feria en la que parecía caber todo menos las firmas comerciales), junto a unas pocas galerías de verdadero renombre internacional, éstas rodeadas por un montón de firmas de medio pelo o desconocidas, muchas de las cuales pertenecen al programa Invitational. Esta realidad es ciertamente muy difícil de ocultar porque lo es el disfrazar un hecho como el del todavía parvo mercadillo que es, hoy por hoy, en este asunto, el de nuestro país. Con lo que Arco es, en realidad, un espectáculo para que nuestro enfervorizado y masivo público asista a una representación de lo que podría ser una feria de arte internacional.

Pero ¿es bueno o es malo que esto acaezca? Por de pronto es así. En todo caso, creo que lo que habría que preguntarse, ya que estamos en un recinto ferial, es qué precio pagamos por este teatro. No se trata de sumar las cantidades aportadas por la múltiple financiación pública de este mercado privado, que, desde luego, es una cifra enorme, aplicada a través de los conceptos más diversos, sino de lo que nos va a costar a medio o largo plazo esta ingente depredación del siglo artístico, este corralito de las ilusiones alocadas, en el que la felicidad artística de un país se juega y se mide durante una semana, entendiendo que cuando se habla de felicidad artística no es en este caso la de los artistas, ni creo que la de los galeristas de verdad, sino la de la cada vez mayor caterva de mediadores de esta oferta.

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