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¿Réquiem por Barcino?

La rehabilitación de los edificios de la Generalitat ubicados en la confluencia de la plaza de Sant Jaume con las calles de Sant Honorat y del Call ha comportado la excavación de urgencia del solar interior para conocer el alcance de los restos arqueológicos. Para realizar dichos trabajos la Administración no utiliza sus técnicos, sino los servicios de una empresa privada. En esa zona la Generalitat, y más concretamente el Departamento de Presidencia, pretende dotarse de nuevos locales con posibilidad de aparcamiento, para evitar la pintoresca exposición de vehículos oficiales frente a la puerta del Palau de la Generalitat.

Parece que la excavación está dando resultados sorprendentes, con una gran riqueza de estructuras, mosaicos, silos y restos de todo tipo datables en la baja romanidad; es decir, información importante para reinterpretar la historia de la ciudad. Y decimos parece porque esos resultados están siendo ofrecidos con cuentagotas y filtrados. El yacimiento no es directamente observable, andamios y lonas impiden ver qué pasa en el interior de la manzana. Los periódicos tampoco han podido informar como lo requeriría una noticia de estas características.

Parecería lógico que las ruinas se incorporaran a los bajos del edificio aportando un valor cultural añadido

Suponiendo que, a pesar de la riqueza de los restos, la Generalitat decidiera su destrucción, para levantar su inmueble sin condicionantes, la operación podría realizarse con una cierta impunidad ya que la información de la opinión pública acerca de las cuestiones en juego es mínima.

Parecería lógico que las ruinas, sea cual sea su dimensión monumental, se incorporaran a los bajos del edificio aportando un valor cultural añadido y de gran calidad. Sin embargo las tradiciones recientes obligan a pensar que los restos pueden ser sacrificados y que la política de destrucción del patrimonio no será distinta de la que se perpetró en el caso del aparcamiento de la plaza de la Catedral, en el mercado de Santa Caterina, en Bisbe Caçador o, en la actualidad, en el Born. Sintomáticamente no hay intervenciones recientes, excepto el Pati Llimona, en las cuales las ruinas se hayan incorporado de manera armónica a un proyecto arquitectónico. Al respecto cabe recordar, con tristeza, que las grandes campañas de excavación y adecuación de restos romanos se realizaron en periodo preporciolista. Efectivamente, a partir de 1947 se excavó y musealizó el subsuelo de la plaza del Rei y de la calle de los Comtes. En ese momento historiadores y técnicos formados en el espíritu de la Mancomunitat, como J. Ainaud, F. Udina, J. M. Garrut, A. Duran i Sanpere, J. Vicens Vives, etcétera, no sólo se esforzaron en renovar el conocimiento histórico de la ciudad, sino que pusieron especial empeño en salvaguardar su patrimonio, siguiendo, eso sí, el programa y la política cultural establecidos con anterioridad a la guerra civil.

Todo hacia pensar que con la llegada de las administraciones democráticas la política cultural adquiriría total brillantez y eficacia. Desgraciadamente, el balance de los últimos 25 años con respecto al patrimonio de la ciudad en general, y la ciudad romana en particular, ha sido nefasto y se podría concretar en una larga crónica de agresiones indiscriminadas.

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En cualquier caso, los síntomas evidencian la falta de política cultural y de criterios con respecto al patrimonio, y ésa es la verdadera enfermedad que contribuye a la degradación del referente cívico. Obviamente, esa falta de política y de proyecto cultural afecta indistintamente tanto a la Generalitat como al Ayuntamiento de Barcelona. Al respecto cabe destacar que los servicios de arqueología municipales tampoco se han definido

respecto al futuro de los restos de la plaza de Sant Jaume, y debemos recordar que en su día el Ayuntamiento ya intentó un aparcamiento inteligente para que políticos y altos funcionarios pudieran estacionar sus vehículos en la cercana plaza de Sant Miquel, lo que implicaba también la destrucción de restos romanos. Si la Generalitat construyera un aparcamiento en Sant Jaume/Sant Honorat, nada impediría que el Ayuntamiento hiciera lo propio en la plaza de Sant Miquel.

Debe destacarse también el cinismo de las posiciones mantenidas, ya que este tipo de intervenciones son radicalmente contradictorias con propuestas de peatonalización del casco histórico. Ayuntamiento y Generalitat deberían entender que un casco histórico es un activo cultural, económico y turístico, y que por tanto es territorio sagrado, y en este sentido deberían fijarse en ciudades como Roma, Florencia, Bolonia, Viena, e incluso en el trato que las ruinas romanas han recibido en París y Colonia.

Esta va a ser la prueba del algodón. Si la Generalitat y su nuevo presidenciable, el señor Mas, deciden destruir los restos romanos, darán la justa medida de sus intenciones en cuanto a política cultural.

La destrucción de la Cataluña milenaria, de los restos de la ciudad de Sant Pacià, en el centro del centro de la capital del país, perpetrados por su, digamos, máxima Administración, la Generalitat de CiU, y con la complicidad del Ayuntamiento, del PSC, ICV y ERC, puede ser ciertamente ejemplar. Esperemos que esta pesadilla no se materialice. Las ruinas deben conservarse. Necesitamos este legado para educar a las futuras generaciones.

F. Xavier Hernández Cardona es historiador y presidente de la División de Ciencias de la Educación de la Universidad de Barcelona.

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