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Las lecciones de Argentina

Joseph E. Stiglitz

El colapso de Argentina dio lugar a la suspensión de pagos más grande de la historia. Los expertos están de acuerdo en que éste es sólo el último de una serie de salvamentos encabezados por el FMI que despilfarraron miles de millones de dólares y no lograron salvar a las economías que pretendían ayudar. La naturaleza de ese fracaso, sin embargo, está todavía en discusión. Algunos argumentan que el FMI fue demasiado indulgente; otros, que fue demasiado severo.

Aquellos que culpan al FMI ven el problema como provocado por el propio gasto de Argentina, despilfarrador y corrupto. Estos intentos de culpabilización están equivocados: uno puede entender la suspensión de pagos como consecuencia de los errores económicos cometidos durante toda una década. Entender qué fue lo que salió mal nos brinda importantes lecciones para el futuro.

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Los problemas empezaron con la hiperinflación de la década de los ochenta. Para reducir la inflación hacía falta cambiar las expectativas; 'anclar' la moneda al dólar suponía lograr eso. Fue un retorno a una variante del viejo argumento del patrón oro. Si la inflación continuaba, el tipo de cambio real del país se apreciaría, la demanda de sus exportaciones caería, el desempleo se incrementaría y eso moderaría las presiones de los salarios y los precios. Los agentes del mercado, sabiendo eso, se darían cuenta de que la inflación no se mantendría. Siempre y cuando el compromiso con el sistema cambiario fuera creíble, lo sería también el compromiso para detener la inflación.

Si las expectativas inflacionarias cambiasen, podría lograrse reducir la inflación sin un costoso desempleo. Esta receta funcionó durante un tiempo en algunos países, pero era arriesgada, como se mostraría en Argentina.

El FMI fomentó el uso de este sistema cambiario. Ahora es menos entusiasta, aunque es Argentina quien está pagando el precio, y no el FMI. La fijación por ley de la paridad uno a uno entre el peso y el dólar redujo la inflación, pero no promovió un crecimiento sostenido. Se debió alentar a Argentina para que estableciera un sistema cambiario más flexible o, por lo menos, un tipo de cambio que reflejara más los patrones comerciales del país.

También hubo otros errores en el programa de 'reforma' de Argentina. Se alabó a ese país por permitir que los bancos fueran en gran parte propiedad de extranjeros. Por un tiempo esto creó un sistema bancario aparentemente más estable, pero este sistema fracasó en la ayuda a las pequeñas y medianas empresas. Después del impetuoso crecimiento que llegó con el fin de la hiperinflación, éste se redujo, en parte porque las empresas en el país no pudieron obtener una financiación adecuada. El Gobierno argentino reconoció el problema, pero fue golpeado por numerosos contratiempos fuera de su control antes de que pudiera hacer algo al respecto.

La crisis de Asia Oriental de 1997 le supuso el primer golpe. En parte debido al mal manejo del FMI, aquélla se volvió una crisis financiera global, incrementando los tipos de interés para todos los mercados emergentes, incluyendo el de Argentina. El sistema cambiario de ese país sobrevivió, pero a un precio muy alto: la aparición de un porcentaje de desempleo de dos dígitos.

Pronto, los altos tipos de interés desbordaron el presupuesto del país. Pero aun así, la relación deuda-PIB de Argentina -incluso cuando el país empezó a colapsarse- permaneció en un nivel moderado, cerca de 45%, más bajo que la de Japón. Pero con tipos de interés de 20%, el 9% del PIB del país se gastaría anualmente en financiar la deuda. El Gobierno buscó la austeridad fiscal, pero no lo suficiente como para compensar los caprichos del mercado.

La crisis financiera global que se dio después de la de Asia Oriental provocó una serie de grandes ajustes en los tipos de cambio. El valor del dólar, al que estaba atado el peso argentino, se incrementó fuertemente. Entre tanto, el vecino de Argentina y socio comercial del Mercosur, Brasil, depreció su moneda; algunos dicen que fue significativamente subvaluada. Los salarios y los precios cayeron, pero no lo suficiente como para permitir que Argentina compitiera de manera efectiva, en especial porque muchos de los productos agrícolas -que constituyen la ventaja comparativa natural de ese país- se enfrentaron con altas barreras para entrar a los mercados de los países ricos.

Apenas se había recuperado el mundo de la crisis financiera de 1997-1998, se deslizó hacia la desaceleración global del 2000/2001, empeorando la situación de Argentina. Aquí fue donde el FMI cometió su error fatal; apoyó una política fiscal restrictiva, la misma equivocación que cometió en Asia Oriental, y con las mismas desastrosas consecuencias.

Se suponía que la austeridad fiscal iba a restaurar la confianza. Pero las cifras del programa del FMI eran ficticias; cualquier economista podía haber predicho que las políticas de ajuste del gasto incitan a la recesión y que los objetivos presupuestarios no serían alcanzados. No hace falta decir que el programa del FMI no alcanzó sus metas. Rara vez se recupera la confianza cuando una economía cae en una profunda recesión y en un porcentaje de desempleo de dos dígitos.

Quizá un dictador militar, como Pinochet en Chile, podría suprimir los disturbios sociales y políticos que surgen en tales condiciones. Pero en la democracia argentina eso fue imposible. En varias visitas que realicé a Argentina, me sorprendí del largo tiempo que llevaban sufriendo sus habitantes; a mí no me resulta tan sorprendente que los alborotos callejeros hayan destituido al presidente de Argentina como que esos disturbios hayan tardado tanto tiempo en producirse.

Hay siete lecciones que deben extraerse ahora de este proceso:

1. En un mundo de tipos cambiarios volátiles, fijar una moneda a otra como el dólar es muy arriesgado. Hace años que se debía haber aconsejado a Argentina que abandonara ese sistema cambiario.

2. La globalización expone a un país a enormes sacudidas. Las naciones deben enfrentarse a esas sacudidas. Los ajustes de los tipos de cambio forman parte del mecanismo de globalización.

3. Ignorar los contextos social y político se vuelve un peligro en perjuicio propio. Cualquier gobierno que aplica políticas que dejan a grandes sectores de la población desempleados o subempleados no está cumpliendo su misión primaria.

4. Centrarse exclusivamente en la inflación -sin prestar atención al desempleo o al crecimiento- es arriesgado.

5. El crecimiento requiere de instituciones financieras que brinden créditos a las empresas nacionales. Vender los bancos a extranjeros, sin crear las salvaguardas apropiadas, puede impedir el crecimiento y la estabilidad.

6. Raramente se restablece la fortaleza -o la confianza- económica con políticas que conducen a la economía de un país a una profunda recesión. El Fondo Monetario Internacional es el gran culpable por haber insistido en políticas restrictivas.

7. Hacen falta mejores métodos para afrontar situaciones similares a la de Argentina. Ése fue mi argumento durante la crisis de Asia Oriental; el FMI afirmó lo contrario, optando por su estrategia de gran salvamento. Ahora el FMI reconoce tardíamente que debería explorar otras alternativas.

El FMI intentará por todos los medios desviar la culpa: habrá acusaciones de corrupción y se dirá que Argentina no adoptó las medidas necesarias. Por supuesto, el país necesitaba llevar a cabo otras reformas, pero seguir el consejo del FMI de aplicar políticas de ajuste del gasto sólo empeoró las cosas. La crisis de Argentina debería recordarnos la apremiante necesidad de reformar el sistema financiero global, y por donde debemos empezar es por una profunda reforma del FMI.

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