_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Menos cabezas, más cabezones

Andrés Ortega

India y Pakistán están volviéndose a enfrentar por Cachemira. O más precisamente, porque el Gobierno indio ha considerado que el atentado suicida del 13 de diciembre que intentó acabar con el Parlamento y el Ejecutivo en Nueva Delhi estaba dirigido desde Pakistán, no necesariamente por el Gobierno de Musharraf, pero sí por sus servicios secretos, los grandes promotores del régimen talibán en Afganistán. La diferencia con la última guerra, en 1971, es que, esta vez, oficialmente desde 1998, ambos países poseen armas nucleares. ¿Les harán más cautos? No se sabe si habrá guerra -una escalada está en curso-, ni si el conflicto habría ido ya a más sin esa disuasión recíproca. Una primera medida ha sido intercambiar, como todos los años desde 1991, información sobre sus instalaciones nucleares y renovar su pacto de no agresión contra éstas. Pero está claro que partes de la ecuación global han cambiado con estas armas nucleares y el 11 de septiembre.

La crisis le viene bien a EE UU como presión sobre el régimen de Musharraf para que persiga a grupos terroristas islamistas, partidarios de la plena integración de Cachemira en Pakistán, pero corre el grave riesgo de que se le escape de las manos. De ahí los esfuerzos diplomáticos desplegados en la cumbre surasiática en Nepal. Si entra en guerra con India, Pakistán dejará de vigilar la frontera con Afganistán para evitar que por ella se cuelen aún más dirigentes talibanes o militantes de Al Qaeda. El país se convertiría en un enorme problema estratégico para EE UU, que utiliza su espacio aéreo y bases y, frente a Musharraf, cobrarían fuerza los islamistas más radicales. Pakistán ha sido y sigue siendo el eslabón débil de la guerra de Afganistán, cuyo presidente provisional, Hamid Karzai, intenta encontrar un nuevo aliado en India por encima de Islamabad. EE UU camina por una estrecha senda. Pakistán siempre ha sido su aliado, pero ahora Washington se ha acercado mucho a India, y ésta lo aprovecha. Dos adversarios pegados a un mismo amigo. Se ha visto antes (Grecia y Turquía).

Cachemira es un país dividido: una parte para Pakistán, otra cedida a China (también nuclear y que se ha puesto al lado de Pakistán), y la mayor, en manos de India desde la independencia en 1947. India rechaza las tesis de que, por tener una mayoría musulmana, Cachemira deba integrarse en Pakistán, pues es el segundo país más poblado de la Tierra -y que probablemente sobrepasará a China-, y de sus 1.000 millones de habitantes, un 12% son musulmanes (frente a un 83% hindúes), lo que llevaría a una parcelación sin fin. Debería iniciarse un proceso de paz en Cachemira. Hay espacio para, al menos, intentarlo.

Las armas nucleares están bajo control político en una India, aunque imperfectamente, democrática, y de los militares -poco de fiar- en Pakistán. Estamos ante el primer caso de un enfrentamiento entre dos potencias nucleares nuevas, que pone de manifiesto los peligros de la proliferación nuclear. Si evitan la guerra se podrá llegar a la conclusión de que la nuclearización, para ser estable, debe ser equilibrada, lo que no es el caso del posible terrorismo nuclear. Si, por el contrario, se anulan la una a la otra, el conflicto limitado a Cachemira es harto posible. Y nada garantiza que las partes lleguen a utilizar las endiabladas armas. India, cuya potencia militar dobla la paquistaní, tiene como doctrina oficial el compromiso de que nunca será la primera en usar el arma nuclear. Pakistán no. La nueva situación, con menos armas nucleares -dada la reducción en curso en EE UU y Rusia-, pero más Estados o grupos que dispongan de ellas, abre perspectivas peligrosas. Menos cabezas atómicas, esperemos que no más cabezones para dispararlas.

aortega@elpais.es

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_