¿Feliz año nuevo?
Es vieja costumbre del mundo anglosajón iniciar el año nuevo con una serie de 'resoluciones', entendidas como compromisos de la voluntad. Es un acto que se aviene bien con el pragmatismo del Norte, si por 'voluntad' entendemos actos que seleccionan un objetivo y ponen en marcha la ejecución de los mismos. Sospecho que en nuestro mundo iberoamericano, más que resoluciones, cada año expresamos deseos con la esperanza de que se cumplan y de que, ciertamente, se cumplirían gracias a nuestra acción. Pero hay una dimensión humana del deseo que los iberoamericanos no perdemos de vista: el deseo puede rebasar nuestra acción y, aún, nuestras vidas. En el origen mismo de la historia de México (la nación indohispana, no la precortesiana) hallamos la contradicción entre la acción y el deseo. Bernal Díaz del Castillo nos da cuenta, en su Historia Verdadera, del trágico acto histórico de desear lo que se mata y matar lo que se desea. Y Solís aplica nada menos que a Hernán Cortés estas ciertas aunque terribles palabras: 'Dejó su muerte igual ejercicio a la memoria que al deseo'. La diferencia es ésta. El acto cumple su objetivo. El deseo jamás se cumple plenamente, porque deseo engendra deseo, interminablemente. Y si desear algo significa la apropiación de la cosa deseada, lo obtenido pugna enseguida por liberarse de la posesión: desea, a su vez, emanciparse para seguir deseando libremente. Cadena sin fin.
Es dentro de este marco que ubico mis deseos, muchos de ellos reiterados año con año, para este capicúa que se inicia, el 2002.
Deseo que en este siglo sepamos al fin unir la capacidad científica y técnica -la más avanzada de la historia- a la capacidad política y humana -en contraste con aquélla, la más retrasada de la historia-. Tenemos todos los medios, científicos, técnicos y aun financieros, para erradicar la pobreza, el hambre, la ignoracia de, por lo menos, la mitad de la población del planeta. ¿Por qué no lo hacemos? Porque carecemos de la voluntad política, de la acción y el deseo combinados, para hacerlo. Repito cifras bien conocidas.
- 1,3 mil millones de seres humanos viven con menos de un dólar diario y cada año cuarenta millones de hombres, mujeres y niños mueren de hambre (Bill Clinton ante la Asamblea General de la ONU, 1999).
- La reducción del uno por ciento en gastos militares bastaría para darle escuela a todos y cada uno de los niños del llamado 'tercer mundo' (Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco).
- Bastaría aumentar los gastos de salud en un dólar diario por persona para que todos los niños del mundo quedasen inmunizados contra la tuberculosis, la malaria, la diarrea y la neumonía. (Bernard Lown, premio Nobel de Medicina, 1985).
Estos son deseos que, desgraciadamente, no se cumplirán en el año 2002. Un nuevo y terrible escenario mundial concentra la atención en otras zonas de la vida... y de la muerte.
El ataque terrorista contra el suelo continental de los EE UU llenó a toda persona con cabeza y corazón de horror, rechazo y sentimientos de solidaridad con el pueblo norteamericano. Nos recordó, en el debut del siglo XXI, las violentas heridas del terror prácticamente omnímodo que maculó al siglo XX, de los grandes terrores (las dos guerras mundiales, los totalitarismos de derecha y de izquierda, las tiranías impunes de Europa Central, América Latina, Asia y África) a los terrores insidiosos, pequeños sólo en apariencia, de matanzas locales que sólo en mi país, México, cubren décadas de dolor e injusticia, de Tlatelolco (matanza de estudiantes por el Gobierno de Díaz Ordaz) a Aguas Blancas (matanza de campesinos por el gobernador Figueroa en Guerrero) a Acteal (matanza de indígenas chiapanecos por bandas paramilitares). ¿Y no es otra forma de terrorismo callado y constante el que mencioné líneas arriba: hambre, ignorancia, miseria?
¿Y no es terrorismo de otro calibre negarle derechos a la mujer, protección al anciano, educación al niño, respeto a la raza, credo u orientación sexual?
Deseo que los EE UU de América, explicablemente heridos por un terrorismo inesperado en su propio territorio, no reaccione confundiendo los necesarios servicios de inteligencia y defensa nacionales (¿dónde estaban la CIA y el FBI antes del 11 de septiembre?), no confundan la seguridad nacional con el terrorismo contra las libertades públicas internas. Las medidas anunciadas por el temible procurador general John Ashcroft se proponen otorgarle al Ejecutivo facultades propias de los poderes judicial y legislativo en un combate contra el terrorismo que derrotará, más que al terrorismo, a las libertades públicas. Y éstas son, al cabo, la mejor defensa contra el terrorismo. Recordemos cómo el macartismo, por defender a los EE UU del comunismo, acabó adoptando las mismas medidas del estalinismo: la delación, la culpa por asociación, la prisión injustificada, la destrucción de reputaciones.
La mejor defensa de la democracia norteamericana se encuentra en el ejercicio de la democracia norteamericana y en su extensión a las medidas de cooperación internacional denegadas por la Administración Bush: la Corte Penal Internacional emanada del Convenio de Roma, el Tratado de Kyoto y el coto a la carrera armamentista, animada por el abandono del tratado ABM y el unilateralismo armamentista de Bush, imaginado contra 'estados bellacos' (Rogue states, i. e., Corea del Norte, Libia, Irak) pero incapaz de impedir el uso de aviones comerciales como misiles contra Nueva York y Washington. Dudo mucho que el Gobierno de Bush, exaltado por el patriotismo ambiente y el éxito de la campaña contra los talibanes, vuelva su atención a los problemas sociales internos. Con gran talento político, el líder demócrata del Senado, Tom Daschle, ha separado la temática antiterrorista de la agenda económico-social. Ya veremos qué dice el elector común y corriente este mismo noviembre (legislativas) y en noviembre de 2004 (presidenciales). Bin Laden es el mejor amigo de la extrema derecha norteamericana. La surte de argumentos que, como un bumerang, se vuelven contra el propio Bin Laden y su locura fundamentalista.
Deseo que la embriaguez del éxito no lleve a los EE UU a brincar de un Afganistán que está lejos de haberse liberado de sí mismo, de su anarquía y caudillismo fraccionadores a la guerra contra Irak y Sadam Husein, extendiendo el área del conflicto a todo el orbe islámico, fortaleciendo a los corruptos regímenes que se escudan en la fe de Mahoma, y descuidando el nuevo y peligroso frente de la guerra entre la India y Pakistán.
Deseo que en el Medio Oriente prive la razón, se superen los liderazgos vetustos y peligrosos de Sharon y Arafat y se creen, lado a lado, con territorio propio, instituciones propias y respeto mutuo, un Estado Palestino y un Estado de Israel. Si una situación requiere tropas internacionales de la ONU separando a enemigos que se han vuelto locos, es ésta.
Deseo que Europa, sin ilusiones ya respecto a cuál es y seguirá siendo la potencia única en el mundo globalizado, haga uso de su cultura política para humanizar a la globalización, dándole su rostro social sin despreciar sus beneficios económicos, insistiendo en el déficit político del fenómeno globalizador, devolviéndole al Estado su función, ya no propietaria, sino reguladora, y admitiendo, como lo acaba de hacer el Rey Juan Carlos I en su extraordinario discurso de Navidad, en el respeto y el reconocimiento debidos al gran protagonista del siglo XXI, el trabajador migratorio. ¿Cómo es posible que en un mundo que se dice globalizado, las cosas circulen libremente, pero los seres humanos no?
Para mi América Latina, deseo que las formas democráticas tan duramente conquistadas se llenen de contenidos socioeconómicos y culturales en un área geográfica donde la mitad de la población vive en la miseria y pierde confianza en los gobiernos electos. Deseo para ese queridísimo país, la Argentina, donde me hice hombre, que el fabuloso capital humano, social y cultural de la nación acabe por dar forma a una vida democrática que refleje, se sustente en y anime esos valores indudables de un país riquísimo gobernado por políticos paupérrimos. No es riqueza lo que le falta a la Argentina, sino administración eficaz de la riqueza y una renovación a fondo de la clase política, hoy más atenta a sus intereses partidistas que al bien de la nación.
Todos contra todos, enanos contra enanos y un país en ruinas. La agonía argentina se proyecta larga y dolorosa. Ojalá no sea inútil y ese gran país, con la tercera economía de Latinoamérica, sepa emplear sus inmensos recursos humanos para reanimar el mercado interno, hacer la obra de restructuración nacional indispensable y acelerar el acceso a la economía tecnoindustrial, dado que la riqueza agropecuaria no basta. (Pequeño paréntesis: ¿por qué renunciaste, Chacho Alvarez? Hoy serías presidente y tu vigor, tu inteligencia, tu honradez propiciarían unidad y confianza. En la alta política, los berrinches no sirven de nada. Eso, dejénoslo a los intelectuales, a los niños consentidos y a los amantes despechados).
En el otro 'extremo de América' (Cosío Villegas dixit) mi propio país, la tierra de mis fidelidades y amores más profundos, México, debe transitar de la transición democrática a la institucionalidad democrática. Del monopolio del poder por el Ejecutivo, hemos pasado a la verdadera división de poderes. Para ser fuerte, el Ejecutivo tiene que negociar con un Legislativo que es hoy más fuerte que nunca, pero que acabará siendo débil (con perjuicio para todos) si no se admite la reelección de diputados y senadores. Hemos visto -y no enumero ni agoto, sólo ejemplifico- la capacidad legislativa de Beatriz Paredes, Felipe Calderón, Martí Batres, Diego Fernández de Ceballos, Luis Pazos, Oscar Levín. Sólo tendremos un Legislativo competente y serio en México si políticos como estos pueden reelegirse una y otra vez, profesionalizando lo que hoy es aún sólo escuela de párvulos. Pero más que nada, el Poder Judicial debe fortalecerse para hacer frente, como instancia última de justicia, a los flagelos de la inseguridad en México, desde el asalto callejero hasta el narcotráfico. La luna de miel se acabó. El PRI ya no está en el poder, sino en la oposición. Vicente Fox, despojado de las glorias de San Jorge el vencedor de dragones, tiene que sentarse a gobernar en serio, establecer prioridades claras, depurar su gabinete, trabajar con menos y mejor gente y hacerle frente al 'doble descontón' mexicano. Afectado por la recesión norteamericana, expulsado de la pantalla de radar de Washington por el 11 de septiembre, afectado en todos sus rubros de ingresos -turismo, migración, petróleo, exportaciones- por ambos factores, México debe voltearse (como también debe hacerlo la Argentina) a su capital humano y su mercado interno.
Cada uno tiene derecho a escoger más de un hogar y Chile es mi segunda patria. Haber crecido en Chile durante los años del Frente Popular me inculcó contra la barbarie pinochetista: eso no podía durar, Chile tenía que recuperar su herencia democrática. Ricarlo Lagos, hombre y estadista superior, cuenta ventajosamente con la economía más sana de Latinoamérica, el fantasma del tirano se desvanece y la misión del Chile como guía en medio de la crisis latinoamericana se acentúa: Colombia en la tragedia, Venezuela en la tragicomedia, Perú en el punto y coma del intermedio... Y Chile capturado entre la crisis de Argentina que es la crisis del Mercosur y la posibilidad de ingresar al NAFTA/TLC con una carga de responsabilidad social de la que carece aún el acuerdo México-Canadá-EE UU. Una luz de esperanza en el panorama de la desilusión latinoamericana.
Otro gran jefe de Estado, Fernando Henrique Cardoso, deja pronto el Gobierno de Brasil y, por lúcidos y desinteresados, vale la pena citar algunos de los conceptos que, en su magnífico discurso ante la Asamblea Nacional Francesa, nos lega FHC a todos los latinoamericanos. No hay tal choque de civilizaciones. Ni el barbarismo ni el humanismo son monopolio de ninguna civilización, contra lo que piensa el condotiero encaramado en la nuca de Italia, Berlusconi. Hay que combatir al terrorismo con vigor, pero con idéntico vigor hay que ir contra la causa profunda de los conflictos: la inestabilidad, la desigualdad, la miseria. La cooperación internacional requiere fondos de lucha contra la pobreza, el hambre y la enfermedad. La solidaridad real de cambio pasa por la mediación del Estado. El mundo requiere un nuevo contrato internacional entre Estados al servicio de los pueblos, en vez de la predominancia de algunos Estados y algunos mercados. La crisis que vivimos propicia la revisión de paradigmas. Debemos reflexionar sobre las maneras de globalizar la solidaridad.
¿Buenos deseos? Sí, esperanzas, llamados a la acción, pero siempre con la advertencia del Eclesiastés presente: 'Florecerá el almendro y el grillo será una carga y el deseo fracasará, porque es largo el camino del hombre hasta llegar a casa'.
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
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