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Reportaje:SALUD

Mozambique agoniza por el sida

Los países africanos necesitan atacar la pandemia con antirretrovirales y no sólo a base de preservativos

Miquel Noguer

Imagine que un día el sida llega a su escalera y, poco a poco, comienza a matar a quienes le rodean. En esta pesadilla, 2 de sus 10 vecinos habrían muerto en los últimos meses y otros dos lo harían este año. En su casa, y si usted tuviera cuatro hijos, uno moriría por el VIH antes de cumplir cuatro años. Otro fallecería por desnutrición o malaria y sólo uno conseguiría acabar los estudios primarios, aunque usted, probablemente, no lo vería: otra vez el sida habría reducido su esperanza de vida a sólo 37 años. El vecindario de esta pesadilla, sin esperanza y condenado a muerte, existe en la realidad, está en África y vive en Mozambique.

Este país, con cerca de una cuarta parte de la población infectada por el VIH, está perdiendo la batalla contra el sida. La política de la ONU, basada en la promoción del preservativo, ha fracasado. En el África austral y subsahariana, la propagación del sida ha llegado a tales niveles que ya no basta con promover el condón. 'Hay que cortar la pandemia', clama el presidente de Mozambique, Joaquim Chissano.

'Los medicamentos, sin más, no nos sirven: antes faltan hospitales y médicos preparados'
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Pero, ¿cómo se corta una epidemia que puede estar afectando a dos o tres millones de personas sólo en Mozambique y a las que cada día se suman otras 600? La victoria judicial del Gobierno surafricano sobre las multinacionales farmacéuticas este mismo año, que le permite fabricar medicamentos genéricos hasta un 80% más baratos para tratar el sida, abrió una puerta a la esperanza. Pero ésta se cierra de nuevo porque la vía surafricana no vale para todo el mundo.

El país más desarrollado de la zona posee una infraestructura hospitalaria y una red de médicos que en nada se parece a la de sus vecinos Mozambique, Zimbabue, Angola o Malawi. 'Los medicamentos sin más no sirven. Antes se necesitan centros médicos y profesionales preparados', explica Mario Marazziti, portavoz de la Comunidad de San Egidio, una organización italiana que promueve un plan pionero contra el sida en Mozambique. Se trata de cortar la epidemia en una zona concreta y en un grupo de afectados determinado.

San Egidio comenzará en pocas semanas y en las tres principales ciudades de Mozambique un programa de diagnóstico y tratamiento del sida en mujeres embarazadas que pretende interrumpir la transmisión del VIH de madres e hijos. En el primer año del programa, financiado por el Gobierno italiano, fundaciones y la Generalitat de Cataluña, se realizarán 10.000 tests de sida, lo que por sí sólo ya constituye toda una revolución en un país que actualmente no puede realizar el test a sus enfermos por falta de dinero.

Pero se trata de un granito de arena en un desierto de dimensiones bíblicas. 'Esto es sólo el principio', explica Marazziti. El objetivo es conseguir que los seis hijos que cada mujer tiene como promedio en Mozambique nazcan sanos. Para conseguirlo se tratará a las madres con los fármacos antirretrovirales como se hace en Europa, donde el índice de transmisión del sida entre madres e hijos ya es de menos del 1%. Aparte de crear una generación sana, se pretende alargar la vida de la madre por lo menos hasta que sus hijos sean adolescentes y puedan valerse por sí mismos. Un país con 400.000 huérfanos no puede permitirse perder más madres, y de los padres nadie habla. 'Los que no han muerto, o se encuentran trabajando en Suráfrica o han abandonado a las familias', explica una responsable de un orfanato de Maputo.

El proyecto de la Comunidad de San Egidio costará entre cinco y diez millones de dólares (entre 925 y 1.850 millones de pesetas) por año. Para tratar la epidemia a todos los niveles se necesitan 265 millones de dólares sólo en Mozambique. El Gobierno de este país sólo dispone del 2% de esta cantidad. En medio de este mar de cifras, el ministro de Sanidad, Francisco Songane, clama que comiencen las terapias antirretrovirales 'para curar la enfermedad del siglo'. En la vecina Botsuana, fustigada por la epidemia, ya se están aplicando, aunque a riesgo de quebrar las arcas del Estado.

La Comunidad de San Egidio está presente en Mozambique desde la década de 1980 y sobre todo desde 1992, cuando propició los acuerdos de paz que acabaron con la guerra civil. El conflicto, que duró 16 años, causó un millón de muertos. Ahora se enfrentan a otra guerra, la que ya ha causado 1,5 millones de víctimas y amenaza con eliminar la clase productiva del país. 'Estas gentes estaban acostumbradas a morir de diarrea y malaria, pero esto afectaba básicamente a los niños. Ahora mueren los jóvenes, los encargados de sacar el país adelante. Esta sociedad se está derrumbando', explica el doctor Michele Bartolo. Estimaciones no oficiales dicen que el sida ya se ha llevado en Mozambique a unos 500 profesores y otros 400 médicos. Todo ello en un país cuyas universidades sólo alcanzan para formar 30 médicos al año. Algunas escuelas ya han cerrado por falta de personal.

Pero el gran problema es otro: 'En Mozambique la gente no quiere admitir que tiene sida; coger la enfermedad es una sentencia de muerte y esto impone el silencio', explica la doctora Ersilila Buonomo en el Hospital Central de Maputo. Este silencio se mezcla casi siempre con un clima de gran promiscuidad, en el que los hombres tienen muchas parejas a lo largo de la vida y el sexo desempeña un papel vital pero silenciado en las conversaciones cotidianas. Y si hablar de sexo es un tabú, promocionar el preservativo es casi un imposible. A pesar de las múltiples campañas que se han venido realizando en los últimos años, solamente los jóvenes admiten utilizar el condón.

En un país con 17 millones de habitantes, el año pasado sólo pudieron repartirse cinco millones de preservativos, y las cosas no van mejor este año. Ante esta situación urge, en primer lugar, que la gente tome conciencia del problema. Sólo si saben que están infectados evitarán las prácticas sexuales de riesgo. Por ello, la Comunidad de San Egidio financiará la apertura de tres laboratorios que permitan efectuar tests a las embarazadas. El doctor Michelle Bartolo teme que el 50% de estas mujeres podría tener ya anticuerpos, por lo que será preciso un gran esfuerzo en la aplicación de antirretrovirales.

De lograr el éxito, los responsables de San Egidio confían en exportar su modelo a otros países. Esperan ayudas del Banco Mundial y creen que la ONU apostará seriamente por los antirretrovirales como una medida más de prevención, aunque antes tendrá que morir mucha más gente. Hoy mismo, hasta 165 personas sólo en Mozambique. Como explica el investigador catalán Xavier Gómez, residente en Manhiça, sólo te das cuenta del alcance de la epidemia cuando van cayendo tus vecinos, y aquí el goteo es constante'.

Repudiada por el sida

Lisetta es la cara del sida en África. Mujer, joven, con hijos y condenada a muerte. Con sólo 20 años ya ha visto fallecer a su marido y a uno de sus hijos a causa de esta enfermedad. Pero su peor infierno es la marginación.

Poco después de casarse y quedar embarazada, todavía adolescente, su marido se marchó a trabajar a Suráfrica. Como otros tantos mozambiqueños, regresó ya enfermo y, antes de morir, la dejó nuevamente embarazada y le transmitió el VIH. Al quedar viuda, Lisetta se fue a vivir con la familia política hasta que también falleció su hija recién nacida. Cosas del destino, la niña se llamaba Esperanza. Tras la muerte de la niña la echaron de casa acusándola de llevar la desgracia a la familia. Dice no saber de qué murió Esperanza: 'Casi no comía y tenía diarrea', se limita a explicar mientras va de casa en casa. '¿Y tu marido?' 'Creo que tenía malaria', dice mirando al suelo.

Voluntarios de San Egidio intentan encontrarle alguien para que la cuide, pero no es fácil. Lisetta está estigmatizada y en este ambiente sólo puede sentarse a esperar la muerte. ¿Cómo te encuentras? 'Estoy bien, gracias, aunque un poco débil'. ¿Estás enferma? 'No; sólo tengo poca hambre'. Lisetta no puede admitir que tiene el sida porque con 20 años no puede asumir que el tiempo se le acaba. En pocos años, quizá meses, engrosará la lista de los que no pudieron esperar que la sociedad comprendiera el alcance de la epidemia.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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