Juntas hasta la muerte
Condenada por suicidio asistido la mujer que mató a hachazos a su pareja, una enferma mental
El amor entre Isabel M. y Carmen B. se tornó tragedia treinta años después de que el destino cruzara sus vidas en un colegio de Castilla-La Mancha en el que trabajaron como maestras. Isabel, hoy de 65 años, acabó con la vida de su compañera sentimental usando un cuchillo y un hacha. Después trató de matarse con cinco puñaladas en el tórax, una herida en el cuello de 28 centímetros y cortes de cinco centímetros en las venas. Cuando casi diez horas después salió del estado inconsciente en que había quedado, pidió auxilio y se destapó un crimen. Carmen, de 53 años, estaba muerta. Su cuerpo mostraba 19 heridas. Pero no fue un asesinato. La Audiencia Provincial de Valencia ha condenado ahora a Isabel a tres años y seis meses por un delito de auxilio al suicidio. Una forma de eutanasia que tuvo su origen en el trastorno psiquiátrico de la fallecida y que la sentencia considera por su dolor y gravedad de entidad suficiente como para ser causa de una petición de suicidio.
Carmen vivió marcada por las secuelas de las descargas eléctricas que sufrió por ser lesbiana
Isabel acabó con la vida de Carmen porque ella misma se lo pidió expresamente. Así lo muestra un apunte de la agenda personal de Carmen: 'Estoy llegando al límite. No deseo vivir. Isabel confía en mí, cree que me curaré, pero no es así. Quiero terminar con ella y conmigo. Tiene que ser ella quien lo haga. Quiero morir en nuestra casa. No quiero que Isabel viva sin mí. ¿Quién la va a cuidar y a querer como yo? La convenceré'. Esa crónica de muerte se hizo realidad pocos días después, el 29 de mayo de 1998.
En Carmen e Isabel coincidieron pasados difíciles, infancias infelices y tragos íntimos amargos de pasar. Lo que empezó como una convivencia lógica de dos mujeres solas que se hacen compañía derivó en una relación de pareja. Isabel había sufrido abusos en el seno familiar. Carmen había ocultado su condición homosexual atrapada en la presión familiar. Pero el amor que nació entre ambas fue una trampa mortal. Una sociedad anclada en preceptos franquistas puso en conocimiento de la familia de Carmen su condición de lesbiana. El intento de salvarla del pecado fue el principio de un camino hacia la locura. A Carmen la ingresaron en el psiquiátrico de San Onofre y fue tratada con descargas eléctricas que la trastornaron hasta el punto de necesitar de forma constante la asistencia psiquiátrica y arrastrar a Isabel, que tendía a suplantar la personalidad de su pareja cuando ésta se encontraba en los momentos más bajos, a manos también de psiquiatras.
Carmen e Isabel vivían en Catarroja, un pueblo cercano a Valencia. Carmen, repudiada por su familia, se obsesionó con la idea de que si un día moría sería su madre la heredera. Se obsesionó con que estaba gorda, con que oía voces, con que la gente no la quería, con que su único soporte llevaba el nombre de Isabel. Alguna vez le dijo que, de caer enfermas o no poder estar juntas, se darían muerte. La propia sentencia así lo reconoce.
Carmen se fue deteriorando. Sus dolencias insoportables fueron de carácter psíquico. Y la noche de los hechos, bajo amenza de que si Isabel no la mataba volarían todos por los aires, la arrastró a un estado de pánico que consiguió el efecto deseado.
Isabel, hoy en su casa, en espera de que se presente el escrito correspondiente para evitar la cárcel, ha pasado dos veces desde 1998 por la prisión. El tribunal dice ahora que padeció un estado de locura inducida, miedo insuperable para evitar un mal mayor. La enajenación transitoria, que su letrada Sofía Román ha peleado por demostrar, ha sido acreditada por especialistas de prestigio. La agenda ha sido la clave de una pena de tres años y medio.
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