'¡Locos, dejad de matar, empezad a hablar!'
Una del mediodía: momentos de miedo después del atentado en Haifa. Por la radio hablan de 14 muertos y unos 50 heridos debido a un terrorista kamikaze que ha explotado en un autobús. Todos eran civiles. Cualquier llamada de teléfono puede traernos una mala noticia sobre los familiares y amigos que viven por la zona del atentado. Una chica joven, familiar nuestra, no contesta al teléfono. Sabíamos que iba a tomar el autobús de la línea 17 en la que voló por los aires el suicida. Con angustia, mi mano marca el teléfono del hospital adonde han llevado a los heridos. '¿Está allí la señorita...?' Van a mirar en la lista de pacientes. Segundos que son una eternidad. Mientras, pensamos en ella. Pensamos cómo será la vida sin ella. Por la radio transmiten las expresiones de júbilo que emite la cadena de radio de Hamás en Nablús: '¡Vengaremos tu muerte, Abu Hanud!'. Eso es lo que le prometen al terrorista que Israel mató la semana pasada después de que éste hubiera matado a decenas de israelíes. Me contestan del hospital: 'No, señor. Ese nombre no aparece en nuestra lista'. Podemos respirar.
Pero no podemos respirar. Los acontecimientos se suceden sin cesar. Otro tiroteo aquí, otro aviso de un posible kamikaze allí. Y entre una cosa y otra, nos informan de la fecha de los funerales de los 10 jóvenes asesinados la noche anterior mientras tomaban algo en una cafetería de Jerusalén. Estremece ver cómo se acumulan los acontecimientos. Ayer, poco después de medianoche, estábamos asustados llamando por teléfono a todos los amigos, a los padres de los amigos de nuestros hijos, que estaban a esa hora por la zona del atentado. 'Menos mal que hoy tenía un examen importante de historia', me dice mi hijo. 'Por eso, la mayoría de mis amigos estaban ayer estudiando en casa'.
Escalofríos de terror: la madre del terrorista suicida da gritos de alegría porque su hijo ha llegado ya al paraíso. Tan sólo se lamenta de que su hijo haya muerto así, es decir, 'que haya muerto sin llevarse con él a veinte israelíes'. Alguien, sin darse cuenta, cubrió el cadáver de una israelí tiroteada la semana pasada en un atentado en Afula con un cartel de las elecciones pasadas: 'Sólo Sharon traerá la paz'. Y es más, ese mismo Sharon anunció hace tres días: 'Hemos encontrado la vía para solucionar los problemas de seguridad'. El Gabinete de Seguridad se reúne ahora para fijar cuál va a ser la reacción ante los atentados. Los reporteros hablan de las alternativas que tiene Israel: una respuesta militar, acabar con la Autoridad Palestina, exiliar a Arafat... Sólo hay una alternativa que no se plantea: abrir inmediatamente una ronda de negociaciones, de forma firme y sincera, y sobre todo sin condiciones previas.
Por otro lado, está Arafat. Un Arafat que cuando Israel le informó de la existencia en Nablús de un sofisticado laboratorio de material destinado a actos terroristas se incautó de los explosivos y liberó inmediatamente a los terroristas. Un Arafat que habla sin parar de su oposición al terrorismo, pero que se niega, de forma cobarde y sin previsión de futuro, a luchar definitivamente contra la infraestructura que tienen los terroristas en la Autoridad Palestina, y que, además, no entiende que esos terroristas suponen el fin del gran sueño de la paz y, quizá también, su propio fin.
¿Cómo acabar con el estúpido círculo de sangre en el que nos estamos quedando ciegos, en el que nos vamos llenando de angustia y desesperación? ¿Cómo olvidar que también en el otro lado hay personas como nosotros angustiadas y desesperadas? En otras palabras: ¿cómo provocar que Arafat hable menos y haga más? ¿Cómo provocar que Israel haga menos y hable más?
Probablemente, Israel emprenderá en los próximos días una gran acción militar. Los palestinos reaccionarán con más atentados terroristas. Resulta increíble ver cómo los israelíes y los palestinos no se cansan nunca de este camino, del camino de la violencia, mientras el acuerdo de Oslo -que ya ha perdido su vigencia- sigue siendo para la mayoría de los israelíes y de los palestinos una prueba contundente de que nunca podrán volver al camino de la paz.
Ahora son las tres de la tarde. Apunto la hora, porque uno no sabe qué va a pasar después de enviar este artículo. Tantos y tantos artículos he escrito ya en momentos como estos: tras un atentado, antes de un atentado. Tantas veces he tratado de comprender, de explicar, de encontrar alguna lógica a las acciones de ambos lados. Ahora, en lugar de escribir un largo artículo, me apetece coger un spray de pintura negra y correr y escribir un graffiti en todas las paredes de Jerusalén, Gaza y Ramala: '¡Locos, dejad de matar, empezad a hablar!'.
David Grossman es escritor israelí.
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